En esta nueva columna, cuenta su experiencia visitando un paisaje natural de la selva peruana: Las Cuevas de Palestina. Más allá de contar una anécdota turística, la argentina reflexiona sobre cómo se identifica con una cueva, en lugar de las personas. Leamos a Xoana:

A dos horas del aeropuerto de Tarapoto conocí las cuevas de Palestina. Por fuera, una montaña imponente, majestuosa, con fortaleza infranqueable. Por dentro, en su oscura alma, hay recovecos pidiendo auxilio en su humedad tan frágiles que al tacto se quiebran.

No es un lugar muy turístico básicamente porque no está explotado, pero tiene todo para ser la estrella de la zona. Las estalactitas y estalagmitas supieron formar pilares que sostienen la estructura. Hay murciélagos que dan el toque pintoresco y, sobretodo, una calma un poco extraña.

Tenía frente a mí todo un capricho de la naturaleza. Quizá el choque de dos placas tectónicas, un poco de erosión del agua ácida interior y ¡listo! El que se anima a entrar, lo hace sabiendo que quizás no saldrá si llega a ocurrir un derrumbe. Pero la curiosidad o la sensación increíble de estar ahí dentro hacen que cometas ese acto casi suicida de querer entrar.

Y hay cosas en la vida que hay que probar. Mi lado masoquista y autodestructivo ama el riesgo y la incertidumbre. El peligro es un imán para mi estúpida alma impulsiva. Así que no se hable más.
Ya estaba adentro.

En particular amé esa experiencia en tanta oscuridad. Era lo mismo estar con los ojos abiertos o cerrados. Algunos de los que estaban en la excursión no se despegaban de sus linternas. No entendían la magia de su esencia sin querer modificarla, quizá se sentían más seguros con su linterna o quizá nunca habían experimentado la sensación de la fría oscuridad total.

Yo estaba acostumbrada y hasta cómoda en las profundidades. Había estado en esos estados incontables veces en mi vida. Ya le había perdido el miedo y hasta le encontraba un morboso atractivo: es que a veces la oscuridad es necesaria.
Sin ella, no se visualizarían la inmensidad de las estrellas.

Ya casi termino.... " las malas influencias no son los demás, sino mis propios cuervos"

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A mí me faltaba conectar el pelo cual avatar a la montaña, sentía que latíamos al unísono. Qué bizarro: me siento identificada con una cueva y no con personas. Pero bueno así es. Todos pueden ver lo que aparentas, pero solo los que se animan pueden descubrir lo que hay dentro. Así, en su salvaje estado, tan imperfecto como hermoso y sin pretender cambiarlo.

Nos vemos el próximo lunes. Mira aquí

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