Las cuentas, las tareas del hogar, el colegio de los niños, el trabajo en tu oficina, no terminas de hacer una cosa y ya estás preocupada en otra, tranquila. Relájate, que vivir preocupada no hará que las cosas sean mejores, por el contrario afecta tu e incluso tu salud.
Para superar este estado de preocupación constante es fundamental investigar a qué se debe tal estado de preocupación. Más allá de tus motivos, si la preocupación es casi siempre muy persistente es posible que estés atrapada en un circuito de lo que, en lenguaje técnico-psicológico, se llama preocupación excesiva. Se llama así al caracterizado por pensamientos negativos y estrategias defensivas relacionadas con potenciales situaciones de riesgo. La preocupación se adueña de nuestro pensamiento y de nuestro ánimo, pero aun así no registramos que el desgaste que nos produce resulta fuera de proporción con la importancia del evento temido y la probabilidad de que éste en verdad ocurra.

Efectos
La preocupación es un hábito más del que puede producirse cuando no somos capaces de aceptar la incertidumbre de la vida. La preocupación lleva a nuestro cuerpo a su límite y hace que éste actué de forma anómala. Aquí tienes algunos de los efectos que podemos sufrir si no aprendemos a controlar nuestros niveles de estrés.
• Aumento de la tensión muscular.
• Aumento del ritmo cardíaco.
• Problemas estomacales y úlceras de estómago.
• Empeoramiento del humor.
• Irritabilidad.
• Aparición de erupciones y manchas cutáneas.
• Trastornos en el equilibrio del calcio lo que puede formar caries y problemas óseos.
• Aparición de y psoriasis. Estas enfermedades autoinmunes en muchos casos son causadas por la preocupación crónica.

¿Cómo debo afrontar un problema?
Cuando te enfrentes antes un problema respira y tómate tu tiempo en descubrir si puedes resolverlo por ti misma, en caso de que no sea así trata de aceptarlo y disminuir sus consecuencias para seguir adelante con tu vida.
Si la solución depende de ti en alguna medida, hazte preguntas del tipo ¿Qué está pasando? ¿De qué forma me afecta? ¿Qué lo ha iniciado y qué puedo hacer para solucionarlo?
Una vez hayas dado respuesta a estas preguntas piensa en al menos tres soluciones posibles y prueba cada una de ellas.
Si se resuelve, continúa con tu vida e intenta no volver a pensar en ello.
Si no has conseguido solucionarlo quizás sea porque no está en tus manos o porque no estás afrontando el problema de la mejor manera. En estos casos una segunda opinión puede serte de gran ayuda.

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