El fútbol es el deporte más bello del mundo y la pelota no se mancha’. La frase, célebre, pertenece a , uno de los hombres que mejor han jugado el balompié. Pero al deporte más popular del planeta, algunos políticos lo utilizaron para disimular crisis sociales y económicas. Para defender sus intereses aprovechándose de la ilusión de la gente. Pero los jugadores de fútbol, en su mayoría humildes y de espíritu rebelde, no son ajenos a esas jugadas bajo la mesa. A puertas del inicio del , es bueno hacer un repaso de aquellos hombres que no solo miraron el balón como una forma de alegrar a la gente, también el camino para hacer justicia. En el año de 1978, la le adjudicó la organización del Mundial a la Argentina, un país lleno de conflictos, con gente protestando en las calles por sus derechos y la libertad que se les había quitado. Era una tierra convulsionada, pero se le había otorgado tremendo privilegio.

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Gobernaba la Junta Militar y el General Rafael Videla era el Presidente de la Nación. Un dictador a todas luces. Cada día desaparecían los opositores y los jóvenes universitarios eran quien más protestaban y terminaban detenidos, torturados y encerrados. Los familiares salían a las calles reclamando por los hijos, pero todos sus gritos se perdían en la angustia y desesperación.

Por eso, cuando se les dio la responsabilidad de organizar el máximo evento del fútbol, muchos argentinos creyeron que era una manera de distraer a la opinión mundial y salieron a manifestar su rechazo, aprovechando la llegada de medios extranjeros. Pese a todo ello, el torneo se encaminó.

Los dueños de casa trabajaron a conciencia, el estado apoyó con todo a su selección, como nunca lo había hecho, y la consiga era salir campeones y de esa manera, calmar la desesperación de la gente.

En el equipo ‘albiceleste’ una de sus figuras era Alberto Tarantini, apodado el ‘Conejo’. Tenía 22 años cuando disputó el Mundial y jugaba en el Birmingham City de la Premier League inglesa. Por la edad, tenía muchos amigos que habían sufrido la tiranía del régimen y había sentido en carne propia la desaparición de varios de ellos. Era un opositor al gobierno y sentía desprecio por cómo se reprimía a sus compatriotas.

Al finalizar cada partido de los ‘albiceleste’, el General Videla y su séquito, bajaba hasta los vestuarios a saludar al equipo y cuando ganaban, como fue en casi todo el torneo, felicitaba a los muchachos del técnico César Luis Menotti. Iba uno a uno para hacerlos sentir importantes.

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El 21 de junio de 1978, la selección local recibió a la de Perú en el estadio ‘Arroyito’ de la ciudad de Rosario, Estaba obligado a ganar por cuatro goles para clasificar a la final, mientras que los ‘incas’ ya estaban eliminados.

Alcanzaron su objetivo con creces y vencieron 6 a 0 en un duelo lleno de suspicacias, que hasta el día de hoy siembra dudas sobre algunas actuaciones en el elenco peruano.

Al culminar el compromiso, el mandatario de los argentinos, fiel a su costumbre, bajó al camarín para felicitar a los seleccionados locales. Ni sospechaba que un joven rebelde, le hacía una apuesta singular a su compañero y capitán Daniel Pasarella. ‘Cuando llegue, me agarro los hu… y lo saludo con esa mano’. El ‘kaiser’, como lo conocían al que llevaba la cinta en el brazo, apostó que no lo hacía y acordaron poner mil dólares en juego.

Ganó una apuesta de mil dólares aunque el 'Premio mayor' ya lo había obtenido.
Ganó una apuesta de mil dólares aunque el 'Premio mayor' ya lo había obtenido.

Cuando el mandatario se iba acercando, el ‘Conejo’ se metió la mano derecha dentro del short y justo cuando lo tuvo al frente, cogió con fuerza sus genitales, tomó la del militar con personalidad, mientras lo miraba a la cara sonriendo. El General se percató de la burla y por guardar los protocolos, no le dijo nada.

A su manera y con su estilo, el futbolista había vengado a sus amigos desaparecidos.

¿La apuesta? Dicen que nunca la cobro, ni Pasarella la pagó, pero él estaba feliz con lo que había hecho y eso valía más que los mil dólares en juego.

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