Moscú, Saransk, Ekaterimburgo y Sochi. Ciudades que nunca pensé conocer. Hace 18 días salí de Perú, pero siento que nunca me hubiera alejado de mi país. En los estadios, escuchar el ‘Contigo Perú’ hace llorar de emoción.

“Cuando despiertan mis ojos y veo, que sigo viviendo, contigo, Perú...”. Con esas letras iniciales, hasta las piedras se conmueven. Muchos peruanos han llegado de Europa, Asia y África. Algunos no han retornado a nuestra tierra, incluso por casi 20 años. Por eso se les pone la piel de gallina. Nunca había visto a tanta gente llorar de alegría. Como muchos, he viajado 37 horas para llegar a Sochi y 37 horas más para regresar a Moscú. Pero valió la pena. Siempre quise gritar un gol de Perú en un Mundial. Y lo hice dos veces, con triunfo incluido. Los tantos de Carrillo y Guerrero pagaron todo el viaje.

Estoy al otro lado del mundo y como el ‘Hincha viajero de Trome’, acompaño a los paisanos durante los viajes en tren o caminando por las calles moscovitas. Ha sido una experiencia impresionante. Es indescriptible ver a miles de peruanos entonando el Himno Nacional en la Plaza Roja. Nunca me han visto, pero muchos me saludan como si fuéramos amigos de toda la vida. Cuando recién llegué me sentí perdido, pero apareció un compatriota para guiarme y ayudarme a llegar a mi hospedaje.

El Metro de Moscú es inmenso, tiene tres pisos y allí estuvo otro para darme la mano. Viajar es la mejor manera de conocerte a ti mismo y descubrir qué tanto quieres a tu patria. También para conocer a ‘locos’ que -como yo- emprendieron esta travesía.

Durante mis viajes en tren experimenté cómo es la vida diaria del ruso. A pesar de su idioma, tuve que aprender algunas palabras básicas. Una de ellas es decir: Spasiba (Gracias). En Lima, acostumbro a desayunar huevos fritos con café y pedí que me sirvieran lo mismo en el restaurante del tren. Los huevos llegaron con tomates cortados en trocitos y como no había café, ordené una cerveza ‘Zatecky Gus’. Para acompañar, también pedí unas papas fritas con champiñones. No podían faltar los panes para remojarlos con los huevitos. ¡Qué sabroso es comer mirando por la ventana el paisaje ruso! Igual de asombroso es ver por las calles desfilar a las mujeres rusas como si estuvieran en una pasarela. Te sonríen y sus perfumes te hacen perder la razón. El Mundial sigue y mi ruta de viajero continuará...

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