Soy un admirador del máximo cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro y no podía desaprovechar la oportunidad de visitar la tumba del escritor ruso que él idolatraba, el genial Antón Chéjov, en mi visita a .

Apenas regresé de Samara -donde me divertí con la clasificación de Brasil- me dirigí a la estación de Arbastcaya. Después de unos minutos llegué al cementerio del convento de Novodévichi, el más importante de Moscú.

Tiene un parecido al ‘Presbítero Maestro’ de Lima, con mausoleos, estatuas, pero con más árboles y jardines. El tablero de información de la ubicación de las tumbas de los grandes personajes estaba en alfabeto cirílico.

La dificultad por encontrar al escritor de cuentos de la literatura rusa del siglo XIX y un experto del relato corto, se volvió una titánica tarea.

Mi inglés básico me ayudó. Al principio me sentí como el guachimán ‘Yungay’ del comercial de televisión, después ya no sentí vergüenza. Lo ubiqué después de una hora.

Si Julio Ramón Ribeyro hubiera estado vivo le habría traído una cajetilla de cigarrillos. Yo no fumo, así que solo traje mi curiosidad y un ramo de flores.

El principal cementerio de Moscú también acoge restos del histórico líder Nikita Jrushchov (el primer presidente de la Rusia post-soviética), Boris Yeltsin y el escritor Nikolái Gógol, entre otras personalidades.

El camposanto fue inaugurado en 1898 y encuentras más de 27 mil tumbas. Cientos de turistas, que han llegado al Mundial, no desaprovechan hacer su recorrido.

Leí algunas páginas de ‘Los gallinazos sin plumas’ y me quedé como tres horas allí. Hay tanta historia alrededor que ya me imagino escribiendo cuentos que llevaré a Perú.

Estoy seguro que desde el cielo, el ‘flaco’ Ribeyro me sonríe por la visita a su maestro.

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