Este Búho tiene un código: Nunca te pelees con el tiempo, porque vas a perder y por goleada. El tiempo debe ser tu aliado, nunca tu enemigo. Por eso no me ruborizo cuando digo que he vivido un siglo dividido en dos partes. Me pongo reflexivo porque vi en un canal de cable los homenajes que le hicieron a una película que cumplió 30 años y, se los juro, marcó a toda mi generación. Al menos, en la facultad de Letras de San Marcos, aquel invierno de 1986. ‘Betty Blue’, el filme francés dirigido por Jean-Jacques Beineix, que nos enamoró a todos, que nos encandiló a todos. A los jovencitos que asistimos a ese festival cultural, en el Aula 1 A de Letras, nos cambió la vida.

Nunca fuimos los mismos después de ver esa película. Unos brillantes promotores culturales, no sé si fueron el famoso documentalista, mi chochera, el chinchano Henry Mitrani, junto al recordado Álvaro Montaño Freyre, o los chicos de Comunicación Social, pero el asunto es que una tarde sacaron una pizarra anunciando una cinta francesa gratis. Era 1986 y la sanguinaria estela de muerte de Sendero Luminoso estaba en todos lados. En Ayacucho, Huanta, Iquicha, en los conos limeños, asesinando policías, a almirantes de la Marina, como Cafferata.

En ese contexto, este columnista chibolo, con su enamoradita de toda la vida, la entrañable Anita Fuentes, que hoy seguramente estará vacilando a San Pedro en el cielo, ingresamos al Aula 1 A a verla. Alan García era el flamante presidente y prometía ‘un futuro diferente’, un burdo embuste. El filme nos dejó lelos a todos. Betty (Beatrice Dalle) era una humilde camarera y Zorg (Jean-Hugues Anglade), un mil oficios. Limpiaba y arreglaba los bungalós pitucos de la costa sur francesa. Él la enamora y se la lleva para que lo ayude en su trabajo, pero Zorg escribe una novela en silencio porque tiene la autoestima baja, se cree sin talento y no quiere mostrar a nadie sus escritos. Así éramos muchos chicos sanmarquinos.

Un día *Betty *descubre su novela. Después de leerla, ya no solamente lo ama, sino lo idolatra y quiere hacer de él un Premio Nobel. Decide darlo a conocer al mundo. Se obsesiona. Agrede a todo aquel que ose cuestionar su talento literario. Ataca, destruye, hace escándalos. Por su culpa, al pobre Zorg lo botan de su chamba y tienen que mudarse a París. Betty, bella, amorosa, estaba enferma de la mente. Ojo, esa película nos presentó por primera vez lo que ahora es algo muy común, que una mujer sufra el llamado ‘trastorno bipolar’. Este columnista estuvo con una guapísima morocha, Dayana, con esa enfermedad, y sé de lo que hablo por todo lo que tuve que soportar. Felizmente, por un tiempo corto.

Son mujeres entrañables, todo corazón, pero poco a poco cambian, se vuelven agresivas, te van a buscar a tu chamba huascas, a llorar en las escaleras de emergencia para decirte, como si nada, que te sacaron la vuelta. Nooo. A una bipolar no es fácil aguantar, así sea una Miss Universo venezolana. Aunque como amigas son soportables. Pero en ese tiempo, 1986, creo que mi chica bipolar no nacía y yo, chiquillo, estaba con mi gran amor, Anita, viendo esa inolvidable película. Al principio apoyábamos todas las locuras de Betty, en nombre del amor que le profesaba a su pareja. Hasta nos reíamos. Pero después, al transcurrir el filme, ya los arrebatos histéricos de Dayana, perdón, Betty Blue, nos dolían, nos ofendían, porque nos poníamos en el pellejo del pobre Zorg, que la amaba de verdad, con todo el corazón.

De repente el novio no tenía talento, pero la enfermedad de Betty hacía que ella lo vea como si fuera un Albert Camus, un Honoré de Balzac, un Víctor Hugo, un astro de las letras. Ella va a la cárcel por faltosa, por pegalona. Y luego a un sanatorio psiquiátrico. No cuento más, chicos, sáquenla en video.

En plena época de búsqueda de ‘Pokémones’ debajo del Puente Camote, les recomiendo esta película de culto, que cumplió tres décadas. Me hizo recordar a nuestra generación que sufrió y gozó en esos tumultuosos años 80, con violencia, trago, love y rocanrol. Y nunca olvidaré a mi Anita, mi famosa ‘Compañera del chilingui’. Ella, sin ser bipolar, ayudó a un chico de Mirones a cumplir su aspiración de ser periodista. Siempre lo agradeceré, esté donde esté. Mi linda ‘Gata’, como cantaba el inmenso Willie Colón en ese temaza: ‘Noche criolla’. Apago el televisor.

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