Este Búho recuerda, como si fuera ayer, aquella mañana de inicios de los ochenta, cuando se sentó en el deshabitado estadio de San Marcos a leer la novela ‘El extranjero’, del escritor francés nacido en Argelia, . Los primeros párrafos fueron como un golpe al corazón de un veinteañero que ama a su madre: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiero decir nada. Quizá haya sido ayer”. El protagonista, el antihéroe, me sacó del cuadro. A medida que avanza la novela, el personaje nos sumerge en un mundo que, más que extraño, es absurdo. Así ve el protagonista, Meursault, aquello que lo rodea, incluso a sus supuestos seres queridos, como su madre, a la que dejó morir en un asilo de ancianos y no la iba a visitar ‘porque me quitaba el domingo, sin contar con el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar los billetes y hacer dos horas de camino’. ¿Qué clase de hombre es este tipo, hijo de franceses y nacido en Argel -como el novelista-, que no se inmuta por la muerte de su madre y sentía fastidio de ir a verla cuando estaba sola y enferma? El argumento de su celebrada novela ‘El extranjero’, publicada en 1937, es simple. El señor Meursault toma dos días de descanso para ir al funeral de su madre, donde se manifiesta fastidiado y hasta se niega a que abran el féretro para despedirse de ella. Más disgusto le causa que no le permitan fumar en el funeral, y el calor, el asfixiante calor que siente en el pueblo donde acaba de llegar. Al regresar a la ciudad, se encuentra con Marie, una antigua compañera de trabajo con la que inicia una relación. Él le dice que no la ama pero ella insiste en casarse con él y este acepta con indiferencia. Por ese tiempo conoce a un tipo llamado Raymond, aparentemente un proxeneta, quien le dice que tiene problemas con unos árabes. En un paseo por la playa, su amigo es amenazado por un grupo de árabes. Pasado el incidente, Meursault se encuentra con uno de ellos; él tenía una pistola, la que justamente le había quitado a Raymond. El arabe lo amenaza con un cuchillo y Meursault siente calor, dolor de cabeza y una luz lo ciega, así que dispara varias veces matando al árabe.
Su juicio en aquella colonia francesa es como el que se ve en ‘El proceso’ de Kafka. No quiere un abogado, acepta todos los cargos y cuenta toda la verdad, por más absurda que es, pero no es aceptada como tal por los jueces, que no perdonan su nulo arrepentimiento. Para la lógica de la razón de la sociedad ‘moderna’ de la postguerra (de la que fue tan crítico el autor) no era solo un absurdo, sino un acto xenófobo, vil y abyecto. Es condenado a la ejecución y esta sentencia no lo quiebra, pues no pide clemencia ni perdón. Su único deseo es subir al patíbulo a que lo decapiten. La novela de Camus tiene más de treinta millones de copias vendidas en el mundo y múltiples estudios. El notable antropólogo Émile Durkheim diseccionó la personalidad del antihéroe, de ese hombre que no entiende la importancia del amor, el trabajo y la amistad. Categorizó ese estado de ánimo como la ‘anomia’, un estado apático y alterado, donde uno no se siente totalmente separado de los demás y no puede compartir sus simpatías o valores. El escritor nació en Mondovi, Argelia, en 1913. El novelista, periodista, dramaturgo y ensayista francés fue hijo de una familia modesta de inmigrantes franceses. No culminó sus estudios de Filosofía por trabajar de periodista en un diario local y en 1940 viaja a Francia, donde ejerció el periodismo desde la clandestinidad, en el periódico ‘Combat’. El oficio de las teclas ante un hecho noticioso fue su otra gran pasión y escribiría ríos de tinta dando cátedra de lo que debía ser este noble oficio. “El periodista es el historiador del día a día y su primera preocupación debe ser la verdad”. Después de la liberación de París, en 1944, Camus siguió ejerciendo el periodismo y plasmaría: “Una de las cualidades esenciales de un periodista es la honradez. Resistir es no consentir la mentira”, y llama a los medios a ‘ejercer un periodismo honesto que permita recuperar la legitimidad en los medios’ (‘Albert Camus, periodista’ de María Santos-Sainz, libro importantísimo, sobre todo para los estudiantes de periodismo). Camus, que escribió tres obras trascendentales como ‘El extranjero’, ‘La peste’ y ‘El mito de Sísifo’ y que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957, dedicó muchos de sus editoriales a concebir un periodismo de otro nivel, que estuvieron dirigidos principalmente a los jóvenes profesionales y estudiantes: ‘No se trata de ser rápido, hay que ser verdadero’. ‘Poco importa ser el primero, lo importante es ser el mejor’. ‘Hay que liberar los periódicos del dinero y darles un tono de verdad’. Un maestro. Apago el televisor.

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