Este Búho piensa que el gran , compositor y poeta Robert Zimmerman o, simplemente , al recibir el Premio Nobel de Literatura en el 2016, enfrentó al público más adverso. Fue más crítico e implacable incluso que aquellos ‘puristas del folk’ que abuchearon al que hasta ese momento era su ídolo aquella noche del 25 de julio de 1965, en el Festival de Newport. Dylan era el ‘Mesías’ de los jóvenes rebeldes con sus temas, verdaderos himnos de protesta como ‘The Times They Are a-Changin’ (Vamos madres y padres de toda la tierra, y no critiquen lo que no pueden entender. Sus hijos e hijas están más allá de su dominio. Su viejo camino envejece rápidamente. Por favor, salgan al nuevo si pueden darles una mano. Los tiempos están cambiando’), ‘Masters of War’ y ‘Blowin in The Wind’. Letras que cuestionaban el establishment, con las que Dylan encandilaba a miles con su guitarrita de palo y su armónica. Los fans del folk pasaron del amor al odio cuando en Newport, Bob se apareció con sus botas y chamarra de cuero ¡con una banda de rock detrás de él y amplificadores enchufados a los instrumentos! y arrancó con una versión supersónica de esa monumental poesía musicalizada llamada ‘Like a Rolling Stone’.

Cuentan que Pete agarró un hacha e intentó cortar los cables. Desde ese momento creó su propia leyenda musical y poética. Había nacido un genio que exploraría no solo el folk, sino el rock ‘n roll, el blues y otros ritmos, y agigantó su mística de gran compositor con una lírica muy diferenciada de las protestas, con poemas del asfalto, el amor y el desamor -recomiendo ‘I Want You’ de esa época-. Por eso, cuando el viejo Bob Dylan recibió esa artillería pesada de los círculos puristas de la literatura, por un galardón que nunca buscó, no se sintió afectado. Ya estaba curtido y no lo inmutaría ni un Vargas Llosa, quien luego de criticar su designación se preguntó enojado si el año que viene ‘le van a dar el premio a un futbolista’.

Este columnista piensa que Bob Dylan no necesitó escribir tomos de novelas para recibir un Nobel. Hizo música toda su vida, pero en realidad lo que hacía era poesía, que musicalizó y regaló a millones que la cantaron. Basta escuchar y leer la letra de algunas ‘joyitas’ de su repertorio, para descubrir al gran poeta del asfalto nacido en Minnesota (1941). 1) Like a Rolling Stone: No es un guiño a la banda de Mick Jagger. Es un himno. Le canta a la pérdida de la inocencia de una mujer que lo tuvo todo, el discreto encanto de la burguesía y que al final termina en la más completa orfandad, en la calle y como una piedra rodante. ‘Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder’, sentencia el poeta. 2) Just Like a Woman: Dicen que se la dedicó a la modelo de alta sociedad Edie Sedgwick, quien fuera musa de Andy Warhol, terminó en un manicomio y murió por sobredosis. ‘Ella hace el amor como una mujer, y sufre como una mujer, pero se quiebra como una niña’. “Si alguna vez me hubieran dicho que tenía la más mínima oportunidad de ganar el Premio Nobel, hubiera pensado que mis probabilidades eran tan grandes como ir a la Luna”, declaró al enterarse sobre su logro. El argumento fundamental de la Academia para entregárselo era que Bob contribuyó a la literatura con ‘nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense’. Dylan recordó también, la noche de su discurso de aceptación, ‘la conexión’ que había entre sus canciones y la literatura. Y mencionó varios libros como ‘El Quijote’, de Miguel de Cervantes, y ‘Los viajes de Gulliver’, de Jonathan Swift. Pero hay tres, según reveló, que fueron especiales para él: ‘Moby Dick’, de Herman Melville (la historia del odio de un arponero por una ballena asesina). ‘Sin novedad en el frente’, del alemán Erich Maria Remarque, escrita en 1929 y que trata sobre los horrores de la primera guerra mundial. ‘Es una historia de terror. Un libro en el que pierdes tu infancia y tu fe en un mundo con sentido”, indica; y por último, ‘La Odisea’ de Homero. “Los temas del libro se ven reflejados en baladas de muchos autores y también en mis canciones”, reflexiona. No puedo dejar de recordar aquella inolvidable noche de mayo del 2012, cuando me vi cara a cara con el maestro, en un memorable concierto en Centroamérica. Este columnista llegaba en comisión periodística y se encontró de casualidad con el concierto de su vida. No pude ver a los Beatles juntos -solo a dos por separado-, pero sí a Bob Dylan. Creo que puedo morir en paz. Apago el televisor.

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