Este siempre está a la expectativa cuando se anuncia una nueva película nacional. A una semana del tumultuoso estreno mundial del archipublicitado ‘Guasón’, ingresó sin mucha bulla a nuestras salas una interesante y ‘sui generis’ película peruana: ‘La Bronca’ (2019), dirigida por los hermanos Diego y Daniel Vega.

Pese a que su primer filme, ‘Octubre’ (2010), obtuvo el Premio del Jurado de la sección oficial ‘Una cierta mirada’, del prestigioso Festival de Cannes, ellos sienten que este, su tercer largometraje, es su verdadera ópera prima.

Definitivamente es una película de autor, muy personal. Daniel Vega definió su proyecto como ‘el de una historia que conocimos y vivimos’. En la realidad, la autobiografía del director consigna que a los 17 años era un exalumno de colegio Pestalozzi que vivía la traumática inseguridad de inicios de los noventa, en un país que podía ser destruido por la insania y la violencia terrorista de Sendero Luminoso, por lo que se fue a vivir a Toronto, Canadá. Lo recibió su padre, con el que nunca había convivido, quien había rehecho su vida y trataba de inculcarle el chip del ‘sueño norteamericano’.

Daniel confiesa que llegaba cargado de una violencia intrínseca de los jóvenes limeños, traumados con los coches bomba y los apagones, y se refugiaba en sus cassettes de música subterránea de Daniel F y sobre todo, Narcosis, que le hacían recordar la rebeldía de haber vivido en esa nación que nunca se podía sacar de la cabeza, por más que estuviera a miles de kilometros de distancia.

En la ficción del filme se retrata la historia de un padre, Bob Montoya (excelente la actuación de Rodrigo Palacios), quien se fue a vivir a Montreal, Canadá, cuando Sendero inició el baño de sangre y destrucción en el país, y allá formó otra familia, con esposa e hijita canadienses. Bob trata de vivir su ‘sueño norteamericano’ gracias a que su suegro los ayuda dándoles un chalet en esa ciudad gélida, donde las tormentas de nieve te obligan a permanecer encerrado en tu hogar sin ver ni saber qué pasa a tu alrededor de ese suburbio.

A Bob no le va bien en su negocio por más que pretende aparentarlo y funge de ‘mánager’ de la compañía, que está compuesta por un puñado de canadienses inútiles que no tienen la chispa ni el carisma de los latinos para las ventas y el ‘floro’.

En el fondo, el ‘sueño’ se está volviendo una pesadilla y, desesperado, le pide a su esposa que lo conecte con un millonario al que le propone -saliéndole ahora sí todo lo peruano que quería olvidar- exportar corazones de res al Perú, porque en cada esquina de ese remoto país se consumen los riquísimos ‘anticuchos’.

Está en esos planes cuando su hijo de 17 años llega a vivir con él -meritorio debut del joven Jorge Guerra- y se acopla al hogar que también comparte su cuñado, vago y mujeriego, papel que le calza a la perfección al buen Rodrigo Sánchez Patiño. Es aquí donde Bob padre, poco a poco, va a sacar su verdadera personalidad, ya no del aspirante a ‘gringo mánager’, sino del peruano pendejo que quiere por todos los medios ‘encaminar’ a un hijo rebelde, difícil, violento. A quienes somos padres, nos toca estos desgarradores enfrentamientos. Bob hasta le presenta a su hijo a su joven amante canadiense para conflictuar aún más al muchacho solitario, que se va convirtiendo en una bomba de relojería a punto de estallar en cualquier momento. Pero lo dejo allí y mejor vayan a ver la película.

El peso del filme recae sobre todo en los actores, no por nada Rodrigo Palacios ganó el prestigioso premio al mejor actor principal en el último Festival de Cine de Lima; Jorge Guerra, el hijo, sorprende y la canadiense Isabelle Guérard los acompaña magníficamente en ese pequeño laberinto de pasiones, desencadenado en ‘La Bronca’. Rodada íntegramente en Montreal por un puñado de quince actores y técnicos peruanos, merece ser acogida por el público. Cada uno de nosotros tenemos familia, amigos que se han visto obligados a emigrar. ‘La Bronca’, de alguna forma, nos ayuda a reconocer nuestra propia identidad.

Apago el televisor.

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