Este columnista recibe mensajes de sus lectores. ‘Búho, quiero viajar a a ver a en el Mundial, pero tengo miedo de cómo será ese país con , el presidente ruso’. Este columnista piensa que hay varios Putin como dedos de una mano. Salvó al país del descalabro, tras suceder al viejo presidente Boris Yeltsin que dimitió en diciembre de 1999, dejándole el poder para reconstruir la nación, claro a sangre y fuego, con implacable fiereza, y logró reactivar la economía, dándole golpes mortales a los llamados ‘oligarcas’ y al rey ruso del petróleo, Mijail Jodorkovski, el hombre más millonario del país, a quien acusó de malversación, estafa y lo condenó a ocho años de prisión. Esas posturas le dieron réditos como un ‘nacionalista’ defensor de las riquezas naturales. Vladimir resume, según analistas, la premisa que no hay mejor socio para el estado que el estado mismo. Así reconstruyó la economía en base a la bonanza del petróleo. Además, logró para Rusia no solo organizar unas Olimpiadas de Invierno cuando sus atletas en todos los deportes sufrieron la ignominia de acusaciones de dopaje. Supo mover sus fichas tan brillantemente que logró, contra todo pronóstico, lograr que su país sea sede del Mundial de Fútbol de este año. Algo impensado a inicios del nuevo siglo. Que lo hayan declarado ‘El hombre más poderoso del planeta’, título que siempre ostentaba un presidente sentado en la Casa Blanca de , dice mucho del ruso. Además, pese a que odia hablar de su vida privada, solo se sabe que es divorciado y se muestra con sus dos hijas. Además, asiste a las invitaciones sin primera dama como recomienda el protocolo. Sí le gusta que lo fotografíen y lo filmen realizando deportes de aventura. Como montar caballos de carrera con el torso desnudo. Compite en campeonatos de judo, donde ostenta el cinturón negro.

En su país está prohibido hacer ‘apología de la homosexualidad’. Inclusive, cuando el director Oliver Stone le preguntó, en un reportaje, si estando en un submarino entraría a las duchas donde se bañaba un gay, Putin respondió que nunca. ‘Para qué voy a provocarle, yo soy cinturón negro de judo’, señaló. El presidente ruso salió de abajo, de allí su estilo simplón. Nació en el seno de una familia humilde en 1952, en la exitinta URSS, en la entonces gran ciudad de Leningrado, hoy San Petersburgo. Chancón, ambicioso, se recibió de abogado y luego fue reclutado por la todopoderosa KGB, la agencia de espías soviética y lo mandaron a Alemania Oriental, donde se desarrolla una truculenta y soterrada guerra entre los servicios secretos occidentales CIA, M16 inglés y los comunistas KGB y la Stasi alemana. En Dresde, cuando se desmoronaba el régimen comunista oriental y las revueltas amenazaban arrasar con los agentes de la KGB y el ejército soviético, pidieron la intervención del gobierno y este no se metió. Muchos de sus colegas murieron y Putin adoptó una posición firme. ‘El Estado debe tener una inteligencia poderosa, los agentes deben tener control político’, es una de sus filosofías. Con ese rollo llegó a Moscú a trabajar en la política, aprovechando la ‘Perestroika’, pero siempre con perfil bajo con un ejército de exagentes leales que sirvieron primero a un presidente inepto y con graves problemas de alcoholismo, Boris Yeltsin, quien creyó que utilizaba a Putin y lo nombró director del Servicio Federal de Seguridad, otra KGB. Y luego, cuando los chechenos reclamaron su independencia por las buenas y con terrorismo, un jaqueado Yeltsin lo nombra primer ministro y allí el país vio quién mandaba en Rusia. Encabezó ‘la segunda guerra chechena’ que acabó a sangre y fuego con los independentistas y lo volvió un político popular y temido. Ese año 1999 ya Yeltsin era como un fantasma que penaba en el Kremlin con su botella de vodka. En Año Nuevo, el 31 de diciembre, ebrio de alcohol y frustración, Yeltsin dimitió en el cargo y como mandaba la Constitución, Vladimir Putin recibía la banda presidencial. Al igual que el personaje de ficción de la gran serie ‘’, Frank Underwood, Putin llegaba a la cima del poder sin necesitar de elecciones. En el año 2000, en marzo, ya con todo preparado, ganó las elecciones democráticas con el 52% de los votos. Se iniciaba ‘la era Putin’. Pero eso es tema para otra columna. Apago el televisor.

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