Para este , la tiene un significado especial. Escuchar los sonidos de las olas en esta playa caleta, me hace recordar el ruido del mar Rojo en la épica superproducción de Cecil B. DeMille, ‘Moisés’, con el inmenso Charlton Heston. Cuando el libertador del pueblo judío le ordena a las aguas abrirse para que pueden salvarse de la persecución del ejército del faraón Ramsés. A Heston le venían como anillo al dedo los papeles de hombre bueno y pacífico, como el mismo Moisés o ‘Ben Hur’, otra extraordinaria producción que es infaltable en los canales de señal abierta. Pero décadas después, en la vida real, Heston es un recalcitrante miembro del Partido Republicano que lucha porque no se derogue la ley que permite que cualquier hijo de vecino llegue a una tienda en los Estados Unidos y compre un revólver o una Mini Uzi, como si se tratara de un televisor o una cafetera. Por eso son frecuentes los baños de sangre desatados por adolescentes en las escuelas, ante la facilidad de adquirir armas por absurdas leyes defendidas por tipos como ‘Ben Hur’ Heston.

Pero las cosas han cambiado con las salas de barrio, como el mítico Cine Mirones, y muchas otras, pues han desaparecido. Hoy son gigantes edificios de departamentos o templos evangelistas. Allí los Jueves y Viernes Santo hacíamos nuestras colazas para ver las películas ‘Vida, pasión y muerte de Jesús’, con los actores Enrique Rambal o Claudio Brook haciendo de Jesús. Tanta era la pasión que afuera del cine vendían pañuelos para secar las lágrimas. El cine era la válvula de escape para los infantes, pues los únicos tres canales que había pasaban el Sermón de las Tres Horas. Preferible salir al cine. Los chicos de hoy ya no se aburren en Semana Santa. No solo tienen más de ochenta canales de cable, para ver hasta las series más violentas y poco cristianas, sino que cuentan con computadoras para entrar a internet y pasar horas en las redes sociales. Ya ni quieren salir, como nosotros, a recorrer las siete iglesias.

Tomábamos el ómnibus al Centro de Lima, donde hay un templo en cada esquina. Aunque me dicen que hoy, en pleno siglo XXI, Defensa Civil alertaba que las viejas iglesias del centro histórico podían resultar una trampa mortal. Según los expertos, fueron construidas con adobe o quincha y muchas están en estado ruinoso y no podrían soportar grandes aglomeraciones de feligreses. Por ejemplo, la bella iglesia de Nuestra Señora de la Merced, en pleno Jirón de la Unión, fue construida en 1535, su bella portada tallada en madera en 1614 y es Patrimonio Cultural de la Nación. Si bien ha sido restaurada, los distintos terremotos erosionaron sus paredes. Hay iglesias antiguas en Barrios Altos y el Rímac que han sido inspeccionadas por los expertos de Defensa Civil y se recomendó un reforzamiento urgente de sus cimientos.

En la playita donde descanso con mi familia desayunamos y almorzamos pescado obligado. Cebichitos, jalea, chilcano. Pero añoro los platillos que preparaba mi abuelita Raquel, especialmente por Semana Santa. El riquísimo picante de bacalao. Porque en esos tiempos la panadería del japonés Simón vendía bolsas de este pescado directamente de Noruega. Para bolsillos menos holgados, bolsas de pescado salado. Mi abuela remojaba el bacalao desde la noche anterior. Hacía un aderezo con cebollas largas y finas, aceite de oliva, ajo, un tremendo pimiento en tiritas, sal, pimienta, un poco de orégano y echaba el bacalao en tiritas, luego el agua donde reposó el bacalao, colocaba el pescado con arvejitas y papas amarillas peladas. Ese delicioso platillo lo servía con arroz graneadito y queso parmesano encima y una copita de vino tinto. ¡Ahhh! Para chuparse los dedos. Cómo extraño esas comidas, porque la gastronomía peruana se lucía hasta en Semana Santa. Pero lo más importante es que pasábamos los días de recogimiento en la unidad. Mañana continúo con mis recuerdos de estas fechas. Apago el televisor.

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