Nuestro columnista revive experiencias en la época de terror que vivió el Perú.
El Búho

Este ingresaba ayer al túnel del tiempo, en el periodo 1980-1992, años de la insania terrorista dey el Movimiento Revolucionario . Ellos fueron culpables del baño de sangre que se desató en el país y que luego involucró a las Fuerzas Armadas, que en su lucha por combatir la subversión cometieron también graves violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, imitando los terribles métodos senderistas de masacrar campesinos, como en Lucanamarca, donde los seguidores del despiadado masacraron al menos a 69 personas, entre ellas 18 niños, con machetes y hachas. Toda esa espiral de violencia, les contaba, la viví en mi condición de reportero enviado a zonas convulsionadas. No crean que todos los periodistas querían ir. Muchos declinaban: ‘Tengo hijos pequeños’, ‘Mi esposa está en el hospital’. Aun así hubo periodistas guerreros como el joven fotógrafo Willy Retto, cuya esposa estaba embarazada de su primer niño, que se embarcó en una comisión a la postre suicida por llegar a la comunidad de Uchuraccay, donde encontró la muerte junto a otros siete periodistas y un guía, a manos de los comuneros. Willy no pudo conocer a su hija, la hoy destacada conductora de ATV Alicia Retto. Cubrir en esos años la violencia subversiva que se desarrollaba en el interior del país era casi mortal. Un día antes de viajar, recuerdo que me iba a San Marcos a encontrarme con mis amigos de ‘La Pesada’ -Juan Damonte, Walter Espinoza, Edwin ‘Zcuela Crrada’ Núñez, entre otros- y les invitaba unas cervezas. ‘Si acaso ya no regreso, que sea la despedida’. Me molesta que haya algunos que pretendan presentar esos años de violencia como si se tratara de ‘un conflicto armado’, como si hubieran existido dos ejércitos regulares que se enfrentan cara a cara en una guerra convencional como en Nicaragua, conflictos donde se respetan los convenios de Ginebra y están presentes ‘veedores internacionales’ en zonas de guerra. ¡Por favor! Los senderistas iniciaron las masacres a comunidades enteras a punta de machete para ahorrar balas.

Ingresaban a poblaciones indefensas y emboscaban puestos policiales con pocos efectivos. Nunca dieron la cara. Fueron pioneros de las torturas practicadas hoy por los sanguinarios del ‘Estado Islámico’, con coches bomba que mataban inocentes como en Tarata, destrucción de torres de alta tensión, ‘juicios populares’. Recuerdo cuando arribamos con mi amigo ‘Tadeíto’ en 1990 al pueblo de Palpa. En ese entoces trabajaba en un diario que dirigía un rubio e inmenso director. Llegamos a los pocos minutos de producida la incursión de una columna senderista. Entramos por un lado y por el otro se iban dos camiones repletos de ‘terrucos’. En el pueblo habían quemado el municipio y los cadáveres del teniente gobernador y del alcalde todavía manaban sangre. A los policías no les dio tiempo de nada. Fuimos a la tienda del pueblo y el aterrorizado propietario nos contó algo revelador: ‘Esos criminales senderistas, con las manos manchadas de sangre, llegaron y se robaron todas mis cajas de cerveza, licores, gaseosas. Las mujeres cogieron medias de nylon, collares, vinchas, y los más jóvenes se llevaron chocolates, cigarros y caramelos Ambrosoli’. ¿Qué clase de ‘ejército’ se comporta como ‘una fuerza beligerante’? Los senderistas nunca respetaron ningún código de guerra porque eran hordas de asesinos secuestradores de niños y jóvenes, a quienes reclutaban a la fuerza. Recuerdo que cubrí el asesinato del vicealmirante Cafferata en Barranco, frente al restaurante ‘El Cortijo’. Llegamos a los minutos de perpetrado el atentado. El auto lucía acribillado y luego fuimos al cerro El Pino con la inquieta ‘China’ Domínguez, a la guarida donde se habían refugiado los asesinos, uno de ellos herido por los escoltas del marino. Las Fuerzas Armadas emplearon en ese momento una política de ‘guerra sucia’, algo que no se puede negar. Y, en algún momento, esta se volvió oficial, con el apoyo de Alberto Fujimori al siniestro comando de aniquilamiento ‘Colina’, con sus asesinatos selectivos y sus hornos para desaparecer detenidos del Pentagonito, que brillantemente retratara el periodista Ricardo Uceda en ‘Muerte en el Pentagonito’. Ahí se cerró un círculo de sangre que marcó a los que vivimos y, de una u otra forma, lo experimentamos mucho más cerca. Fui testigo con mis propios ojos de reportero de calle sin la contaminación de ninguna ONG financiada desde el extranjero. Apago el televisor.

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