Este Búho se emociona y evoca sus épocas de niñez, cuando constató que este 2018 se van a cumplir los cien años de la presentación de una de las obras más trascendentales de la literatura hispanoamericana: el libro de poemas ‘Los heraldos negros’, de . Cuando aquel mestizo de color bronce, delgado, profesor de primaria, llegó a Lima con el manuscrito para su edición en la imprenta de la Penitenciaría de Lima, no imaginó que después de ese texto ya nada sería igual para la poesía latinoamericana. El primer poema, el que funciona a manera de prólogo, es precisamente ‘Los heraldos negros’, rebosante de un lirismo existencial y plagado de autoculpa, de conmiseración. El inicio es un mazazo a lo humano: ‘Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! / Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma... ¡Yo no sé!’. Antes, en los colegios, todos los lunes había actuaciones y los alumnos salían al estrado a recitar composiciones, poesías. Pero el mejor era un compañero de mi salón, el gordo Quevedo. Cierro los ojos y puedo ver y sentir cómo declamaba ‘Los heraldos negros!: ‘Y el hombre... Pobre... ¡pobre! -declamaba Quevedo- Vuelve los ojos, como / cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza en un charco de culpa, en la mirada. / Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!’. El patio del colegio parroquial Santísima Trinidad estallaba en una ovación. Quevedo estaba despeinado, en trance, parecía que el espíritu de César Vallejo lo hubiera poseído. El padre Rafael llegaba presuroso con un vaso de agua... ‘¡Es agua bendita -murmuraban en el patio-, es exorcismo!’. Han pasado muchos lustros y quiso el destino que me tocara escribir de Vallejo en tiempos en los que hoy a algunos universitarios les preguntas ¿quién es Vallejo? y te dicen ‘es un político que tiene plata como cancha’ o ‘le gusta copiar libros’. Pero volviendo al tema, ese poema no solo marcaría la poesía vallejiana, sino que también lo estigmatizó como un hombre sufrido, atormentado, incapaz de sonreir, aun cuando ya era un vate consagrado en Europa y tenía como amigos a grandes poetas como Rafael Alberti o Pablo Neruda. Porque Vallejo no fue un marginal o excluido, pues desde que llegó de Trujillo recibió la más entusiasta bienvenida de la crema y nata de la intelectualidad limeña, encarnada en Abraham Valdelomar, quien se ofreció a prologar ‘Los heraldos negros’. También lo aplaudió el inmenso Manuel Gonzales Prada. Pero esa imagen de hombre eternamente triste y sin sonrisas se ve desvirtuada con testimonios de grande poetas e intelectuales que lograron conocerlo.

PABLO NERUDA Y SUS CONFESIONES: En su libro de memorias ‘Confieso que he vivido’, el premio Nobel chileno dedica párrafos sumamente elogiosos a Vallejo, cuando cultivaron una gran amistad en París, en tiempos de la guerra civil española. ‘Nos veíamos diariamente y lo iba apreciando más y más en su intimidad (...). Vallejo era sombrío tan solo externamente, como un hombre que hubiera estado en la penumbra, arrinconado durante mucho tiempo (...). Pero la verdad interior no era esa. Yo lo vi muchas veces (especialmente cuando lográbamos arrancarlo de la dominación de su mujer, una francesa tiránica y presumida, hija de concierge), yo lo vi dar saltos escolares de alegría. Después volvía a su solemnidad y a su sumisión’.

EL CHOLO EN PARÍS: El poeta arequipeño Percy Gibson mantuvo desde Arequipa una profusa amistad epistolar con César, afincado en París, hasta que por fin Gibson pudo embarcarse hacia la ‘Ciudad Luz’ para encontrarse con él. Cuando Gibson publicó en la revista Palabra ‘En defensa de la cultura’, en 1944, una crónica sobre ese encuentro, desnudó una personalidad totalmente desconocida del vate liberteño. Sacó a la luz su gran sentido del humor. En esa crónica, Gibson relata que se encontró con Vallejo, a quien llama de cariño ‘El Cholo’, en el célebre Café du Dôme, en el bohemio barrio de Montparnasse. ‘El Cholo pidió unos ‘demi-blondes’ (chops de cerveza) con un auténtico sonreír volteriano y marcada pronunciación santiago-chuquense. El gran poeta y el gran humorista surgían desde las profundidades del cholo de Santiago de Chuco en el exótico ‘habitué’ de Montparnasse con los agradables borteos de su voz cantarina. Era una fiesta estar con el Cholo...’. César Vallejo murió el 15 de abril de 1938, no un jueves como anunciara en un célebre poema, sino un viernes santo. Su amigo de tertulias y risas, Percy Gibson, felizmente lo acompañó a su última morada parisina. Algo de su alegría debió prestarle al ‘Cholo’ para su viaje al más allá. Apago el televisor.

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