Óscar Malca
Pico TV

Este Búho asiste con expectativa al lanzamiento de la nueva edición de una novela que se volvió de culto y que agotó las cinco ediciones anteriores. Los jóvenes la buscaban inquietos en el jirón Amazonas o en los vetustos estantes de los libreros del jirón Quilca y Camaná: ‘Al final de la calle’ (1993), de Oscar Malca. Este año, la editorial Penguin Random House lo convenció de sacar una nueva edición con una oferta que ‘no podía rechazar’. En esta sexta flamante edición se llama ‘Ciudad de M’, que era el título original.

La obra se posicionó entre los más vendidos de la Feria del Libro y seguramente hubiera vendido más si Malca accede a presentarlo como exigían los organizadores. Durante los días del evento se hicieron muchas especulaciones sobre su ausencia, pero nadie daba una versión oficial y el autor estaba inubicable.

Pero por esas benditas casualidades del destino y el azar, este columnista se encontró con Oscar en las afueras del Wong de la Bajada Balta, en Miraflores, en los días de sus salidas matinales ‘a Lima’ por trabajo. Después de los abrazos y emociones de rigor, le digo: ‘Chato, te has perdido’. Allí aproveché para que me diera como primicia la razón de su ausencia, para aclarar tantos rumores: “Mira, Búho, en los últimos 20 años a la Feria del Libro solo he ido una vez, y por 15 minutos, cuando tuve que recibir un premio de historieta. Fui, lo recibí, agradecí y me quité. No creo que por ‘cometer’ una sexta edición de mi novela debía ser penalizado con una comparecencia”.

Es extraño que no acompañara a Bayly, Ampuero, Hildebrandt, Antonio Gálvez Ronceros y otros ‘pesos pesados’ que sí estuvieron prestos a dar conferencias y firmar libros. El editor y novelista se ha ganado una fama de escritor lejano de los círculos literarios, de las ‘manchitas’ que encienden con fósforos las engreídas hogueras de las vanidades, de los ‘autobombos’, de las ‘colleras’ o ‘grupitos’. Él está en otra nota, casi no sale de su reclusión en su casa familiar de La Encantada de Villa, donde pelotea con su hijo adolescente y destina su tiempo a dos nuevos proyectos literarios.

Malca, incluso, solo concedió entrevistas a un par de medios, vía mail, para la promoción de esta nueva edición. Por eso es que las únicas fotos que circularon son las de la contraportada del libro de la edición de 1993. Un Oscar joven, sin anteojos, sin el pelo y la barba salpicadas con nieve como ahora. La que está más joven que nunca es su novela, que por algo es considerada de culto. Está plenamente vigente pese a hallarse ambientada a mediados de los convulsionados años 80 e inicios de los 90. Ha logrado tranquilamente trasladarse a este nuevo siglo, porque mucho de lo que allí se muestra no solo no ha cambiado, sino que ha empeorado en esta ciudad. La leí ni bien salió en 1993 y me conmovió. Pero ahora, con veinticinco años de publicada, todavía me asombra cómo el autor retrata de manera (por momentos) visceral esa ciudad donde sus jóvenes tienen que defender el pellejo con lo que sea. Con violencia, trasgrediendo la ley, no solo para sobrevivir, sino para encontrar algo de satisfacción en el trago, la droga, el fútbol. Pero también generando, ellos mismos, violencia o huyendo de la policía corrupta y hasta de los coches bomba de Sendero Luminoso.

En ese mundo se mueve ‘M’, el personaje principal, junto a su pandilla que vive en Magdalena. Las andanzas de ‘M’ y sus ‘lagartazos’ amigos; paseos por los quintos infiernos con ‘Caníbal’, ‘Patillo’ y ‘Coyote’, por los tugurios de Cárcamo y Breña, o en fiestas, en una residencia de Chacarilla, donde corre harta coca y la música de Lou Reed, David Bowie, Roxy Music, Joy Division, Siouxsie and The Banshees y Pet Shop Boys, les permite escapar de una realidad opresiva.

En esos años no existía Gastón Acurio ni había escuelas de chefs en los arenales. El MegaPlaza era un terreno baldío lleno de ratas, fumones y ‘cogoteros’. Esa era la Lima que habitaban ‘M’ y su mancha. Ese estilo, que algunos llamaron ‘antiestilo’, impresionó a la crítica. Es un relato fragmentario, no lineal, porque a veces la vida del joven urbano se construye así, a retazos. ‘M’ es como un cowboy sacado de un filme de su admirado John Ford, un solitario de ciudad. Aunque esté rodeado de amigos, en realidad está solo.

Como escribe el autor en el prólogo de su opera prima: ‘En Lima, quienes son espiritual o físicamente débiles, no sobreviven. Si uno no pertenece a la raza de los tiburones, tiene que ser suficientemente mosca para no ser atrapado por sus fauces insaciables’. Apago el televisor.

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