Este vive acompañado de la desde muy pequeño. Nunca imaginé que en un futuro, en mi trabajo me pagarían por escribir sobre eso que está tan dentro de mí. Es tan necesaria como la lectura. Y no hablo de novelas rebuscadas, pero sí me desespero si en mi casa, taxi o el Metropolitano no tengo nada que leer. Hasta cuando manejo y me encuentro en un infernal tráfico, comienzo a leer el periódico y me quedo ensimismado, hasta que el que está detrás me mete unos bocinazos con una recordada a mi mamita. Si bien la música llegó a mis oídos casi con mi uso de razón, posteriormente me di cuenta de que entre los discos de vinilo había una gran diferencia. Aquellos grabados por los grupos en estudio y los grabados en un concierto en vivo. Estos últimos tienen un toque mágico y se disfrutan diferente. Para resumir: me alucinan los . No sé si estarán todos los que deben estar, pero son todos los que se han quedado en mis retinas, oídos y, sobre todo, en el corazón.

PHIL COLLINS (1995): La primera gran megaestrella rockera que se atrevió a llegar a Lima, pese a que Sendero Luminoso y su terrorismo maldito nos habían aislado. El exbaterista de Genesis, en el mejor momento de su carrera comercial, nos incluyó en su gira mundial. Cuatro gigantescos tráilers llegados en dos aviones de carga especial, desde Australia, estaban afuera de un Estadio Nacional repleto. Fue un concierto idéntico al que ofreció en Nueva York, Londres o Sidney, de donde llegó para deslumbrarnos a todos. Un sonido perfecto, cuya batería se escuchó hasta El Olivar de San Isidro. Por eso lo pongo primero en la lista. En la vida hay que ser, siempre, agradecido.

ROGER WATERS (2007): Estos ojazos han visto muchos conciertos, pero ninguno como el que el recordado líder de Pink Floyd ofreció en la explanada del Monumental. Espectacular y con toda la futurista parafernalia a la que nos acostumbró su anterior grupo, Waters era el genio creador y no le importó dejarle el nombre a sus excompañeros. Se llevó lo mejor, su esencia. No por nada él compuso las letras y el concepto. Por paradojas del destino, gracias a mi colega Rita Márquez estuve en primera fila. Sentía cómo nos abrazaban las brasas del fuego real que brotaban del escenario, mientras interpretaba la emblemática ‘Another Brick In The Wall’ (‘Otro ladrillo en la pared’), un himno contra la opresiva educación escolar. Al final, su gigantesco ‘chanchito volador’ surcó los aires y se perdió en los cielos de Lima. Inolvidable.

PAUL MCCARTNEY (2011 Y 2014): En el primero asistieron 50 mil al Monumental y en el segundo, 35 mil al Nacional. Estuve en los dos. El primero fue la emoción indescriptible de un público rendido a su estrella. El segundo fue la entrega de Paul, calculada a un público más auténtico y, por ende, mucho mejor. Ninguna superestrella a su edad pudo tocar más de tres horas sin parar, las joyitas más emblemáticas de The Beatles: ‘Yesterday’, ‘Hey, Jude’; así como los de Wings, banda que formó con su primera esposa. Histórico.

THE ROLLING STONES (2016): Estuve entre esos cincuenta mil privilegiados asistentes, aunque a decir verdad éramos más bien zombies hipnotizados por una cofradía que nos encantó por décadas y que por fin se presentó para que le rindiéramos el culto que se merece. Quien tuvo plata y le gustaba el grupo, pero no compró la entrada por tacaño, se consumirá con Mick Jagger, que con una capa negra se convirtió en un ‘Satán’ totalmente poseído y ensimismado en una danza delirante con su pecadora canción ‘Sympathy For The Devil’ (‘Simpatía por el diablo’). Me quedé corto, el próximo sábado continúo. Apago el televisor.

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