Delincuencia en el Callao. (GEC)
Delincuencia en el Callao. (GEC)

Este Búho lee con atención las noticias sobre la incautación de 200 kilos de droga en una embarcación en el Callao hace menos de una semana. No me sorprende que nuestro primer puerto, donde cientos de navíos realizan operaciones de carga y descarga al año, continúe siendo el centro de operaciones de mafias internacionales.

Por eso ingreso al túnel del tiempo y viajo hasta el 2015, año en que conviví durante más de tres días con el sicario colombiano John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, lugarteniente del narco más sanguinario y poderoso de la historia, Pablo Escobar.

En aquellas extensas y reveladoras conversaciones que tuve con ‘Popeye’ en la hermosa ciudad de Medellín, conocí el teje y maneje de las organizaciones del narcotráfico. El asesino a sueldo me aseguró aquella mañana, mientras tomábamos un ‘tintico’, que donde hay drogas hay sangre y muerte.

Y ese era el motivo por el que la ciudad colombiana, donde ‘El Patrón’ hizo su centro de operaciones, se convirtió en una de las más peligrosas en los años 80, época de apogeo del Cartel de Medellín. No puedo dejar de comparar esos años de terror que vivieron los colombianos con los que nuestra bella ciudad chalaca vive en estos tiempos.

No hay día que nuestros curtidos reporteros de policiales lleguen sin noticias de asesinatos, extorsiones y atracos en el Callao. La delincuencia ha desbordado la capacidad de la policía. “Hay lugares en el Callao donde ni siquiera ellos pueden ingresar”, me dijo alguna vez un cuajado fotógrafo, amo y dueño de las imágenes que acompañan las crónicas rojas de este diario.

Tampoco existe un plan integral del gobierno para implementar programas sociales con el fin de recuperar a niños y adolescentes que están con un pie dentro del terreno ilegal.

Ante este panorama, parece desolador el futuro de los chalacos, quienes cada día viven al filo de la muerte, con el temor de toparse con una bala perdida en la frente.

En nuestras conversaciones, ‘Popeye’ ya advertía que el narcotráfico es ‘padre’ del sicariato y la extorsión: “Después viene el secuestro. Están a punto de volverse una epidemia como en México o como en los tiempos de Pablo Escobar. Nosotros secuestramos media Colombia. La sociedad peruana se va a ir degradando cada vez más”.

Pocos como ‘Popeye’ se movieron en esa maraña delincuencial y pudieron salir vivos. Solo el cáncer pudo con él. Desde su experiencia, aquella vez se atrevió a dar algunas recomendaciones: “Hay que fortalecer la justicia, hay que llevar equipos de alta tecnología, intervenir los teléfonos, los WhatsApp. Debe existir mucha inteligencia en las calles, tener redes de informantes. Hay que hacer unas leyes extraordinarias para detener a los sicarios. Y lo más importante, que el Estado haga presencia en los barrios pobres, que lleven deporte, cultura. Tiene que intervenir en los barrios, pero amablemente. Además, debe tener a la policía bien pagada”.

Casi al finalizar nuestra charla, el lugarteniente de Pablo Escobar me dijo con total seguridad que existen tres salidas para quienes andan por el mal camino: “la cárcel, el hospital o el cementerio”. La incautación de esos 200 kilos de droga no solo significa un golpe al narcotráfico, también a las demás sanguijuelas que se alimentan de esta actividad. Esperemos que la bella ciudad del puerto no se siga ahogando en delincuencia y cada vez se parezca menos a la Medellín de Pablo Escobar, donde la vida no tenía valor.

Apago el televisor.

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