Albert Camus, autor de la célebre novela ‘La peste’. (Foto: Getty Images)
Albert Camus, autor de la célebre novela ‘La peste’. (Foto: Getty Images)

Este Búho acaba de releer la célebre novela ‘La peste’ (1946), del francés nacido en Argelia, Albert Camus (Argelia, 1913-Francia, 1960). Cómo no volver a sus páginas en estos tiempos de maldita pandemia. La novela se desarrolla en la ciudad argelina de Oran, una urbe que bulle de manera frenética, un emporio comercial con mercados que hierven de vendedores y compradores hipnotizados con ofrecer, comprar, acumular sin importarles el bien común o mirar con solidaridad al prójimo.

En esa metrópoli egoísta se va a incubar la peste bubónica que, como hoy con el coronavirus, se propaga de manera vertiginosa, matando a miles de personas, y las autoridades se ven obligadas a someter a la ciudad a un severo aislamiento.

Hijo de franceses pobres que migraron a Argelia. Su padre murió en la Primera Guerra Mundial dejándolo solo con una madre analfabeta. Sin embargo, el joven Albert demostró poseer una inteligencia fuera de lo común, lo que llevó a uno de sus profesores, Louis Germain, a tomarlo como protegido y llegaba hasta la humilde casa del niño a darle clases gratuitas.

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Tanto fue su agradecimiento que durante su discurso al obtener el Premio Nobel, le agradeció públicamente el haberlo iniciado en la lectura. Estudió Filosofía y Letras, pero sobre todo se dedicó al periodismo.

En París adquirirá notoriedad con la publicación de su desgarradora novela ‘El extranjero’. Allí plasma el dolor de haberse separado de su madre, quien no quiso acompañarlo a vivir a la ‘Ciudad Luz’.

Cuando leí ese libro en el Patio de Letras de San Marcos, significó un golpe al corazón para un veinteañero que ama a su madre. En palabras del protagonista, Camus sostiene: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiero decir nada. Quizá haya sido ayer”.

El protagonista, el antihéroe, me ‘sacó del cuadro’. A medida que avanza la novela, el personaje nos sumerge en un mundo que, más que extraño, es absurdo. Así ve el protagonista, Meursault, aquello que lo rodea, incluso a sus supuestos seres queridos, como su madre, a la que dejó morir en un asilo de ancianos y no la iba a visitar ‘porque me quitaba el domingo, sin contar con el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar los billetes y hacer dos horas de camino’.

El novelista también ejerció con pasión el periodismo. ‘El periodista es el historiador del día a día, una de las cualidades esenciales de un periodista es la honradez. Resistir es no consentir la mentira’, y llama a los medios a ‘ejercer un periodismo honesto que permita recuperar la legitimidad en los medios’.

Escribió tres obras trascendentales como ‘El extranjero’, ‘La peste’ y ‘El mito de Sísifo’, y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957. Dedicó muchos de sus editoriales a concebir un periodismo de otro nivel, que estuvieron dirigidos principalmente a los jóvenes profesionales y estudiantes: ‘No se trata de ser rápido, hay que ser verdadero’.

‘Poco importa ser el primero, lo importante es ser el mejor’. ‘Hay que liberar los periódicos del dinero y darles un tono de verdad’. Camus fue un genio, pero tuvo una frase desafortunada en toda su vida. ‘No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto’.

Esta inoportuna declaración la hizo un día antes de morir, precisamente en un accidente de auto en una carretera de la campiña francesa. Iba junto a su editor, Michel Gullimard, el 4 de enero de 1960. Tres días después de haber recibido el Premio Nobel, la esposa del editor y una ‘amiga’ de Albert se salvaron de milagro.

El novelista, un empedernido mujeriego y fumador, dejó a su esposa e hija en el vagón de un tren rumbo a la costa y subió al fatídico auto para pasarla bien con su editor. Corrían a excesiva velocidad cuando se reventó una llanta. El auto se despistó y chocó contra un árbol. El violento deceso a sus 47 años se adelantó a un hombre que se decía a sí mismo ‘un condenado a muerte’.

Sufrió de tuberculosis y de una grave afección pulmonar que lo había mandado al hospital en situación grave dos veces. Pero se resistía a dejar el cigarro. Su muerte enlutó a la intelectualidad mundial y hasta su encarnizado enemigo, el francés Jean Paul Sartre, le dedicó una carta pública, un grandioso y desgarrador homenaje: ‘Alguna vez fue mi mejor amigo’. Apago el televisor.



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