Este Búho continúa reflexionando sobre la Navidad. Sobre todo en estos tiempos en que nos asola una pandemia que se ha llevado a más de ochenta mil peruanos, según cifras extraoficiales. ¿Quién se iba a imaginar que todos los protocolos recomiendan no ir a entregar regalos ni a visitar la casa de los parientes para saludarlos por Navidad? Ahora tenemos que quedarnos en nuestras casas, pues hay toque de queda.

Recuerdo las inolvidables Navidades en la Unidad Vecinal Mirones, en el Cercado de Lima, cerca de San Marcos. Éramos chibolos, pero después de cenar nos encontrábamos con la mancha del Huracán, los ‘wikaf’ con sus guitarras cantando temas de los Beatles en el ‘Parque de la amistad’, los hermanos ‘Peluquita’ del parque ‘de arriba’, que luego se convertirían en el célebre grupo criollo Los Ardiles. Todos salíamos después de cenar y nos dirigíamos a las casas de nuestros vecinos. Allí nos recibían con pavo, chocolate, una copita de champán. En los parques se encendían fogatas en los maceteros, que en carnavales se convertían en pozas de agua donde metíamos de cabeza a las chicas. La Navidad era una fiesta que empezaba con la misa de gallo, todos con su ropa nueva y después a reventar cohetones. La unidad vecinal parecía una ciudad bombardeada, con humo, no se veía nada y los sonidos eran infernales. A las doce parecía el bombardeo de Normandía. Los chibolitos se despertaban obligados y bajaban a la sala a abrir los regalos. Luego, con la irrupción del nefasto senderismo, se confundían los fuegos artificiales con los bombazos de verdad que los terroristas colocaban justo en Navidad en la vecina fábrica de golosinas D’Onofrio. Nunca olvidaremos estos tiempos terribles.

Hoy los tiempos han cambiado con la pandemia. Hay que saludar a nuestros familiares por Zoom. No podemos darnos ni un abrazo, ni un beso y todos tenemos que usar mascarillas. Pero he visto que peligrosamente la gente se aglomera en los locales donde venden juguetes y no se respeta el distanciamiento obligatorio.

Felizmente que Pilar Mazzetti y los miembros del Colegio Médico hicieron retroceder al presidente Sagasti, quien muy campante les había anunciado a las periodistas Sol, Mónica, Pamela y Mávila que las playas no se iban a cerrar. Imagínense las playas Agua Dulce, Sombrillas, Venecia, Arica, repletas de carpas de campamenteros que ‘chupan de a pico’. Se iban a convertir en una mata del virus y producir el temible rebrote.

Esta Navidad también es violenta. Los trabajadores agrarios están en pie de lucha, pero vemos que en la Panamericana Norte y Sur gavillas de vándalos atacan a los automovilistas y choferes de buses a piedrones sin importarles que hay mujeres, niños y ancianos, y en el colmo de la bestialidad hasta quemaron una ambulancia y lanzan rocas violentamente a los policías. No creo que esos desadaptados sean cosechadores de espárragos.

Solo nos queda cuidarnos y rogar que llegue la vacuna cuanto antes para volver a vivir unas verdaderas Navidades con paz y tranquilidad, y sobre todo en salud. No olvidemos tampoco a los enfermos, a quienes convalecen con el terrible coronavirus y tienen doble tristeza al pasar la Navidad en un hospital. Para ellos los buenos deseos de pronta mejoría.

Apago el televisor.


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