Este no es de acero y prefiere refugiarse en el túnel del tiempo ante la cruda y dramática realidad. Hay un grupo de películas emblemáticas de los años ochenta que han cumplido más de treinta años. Preferí no verme en el espejo y recordé más bien ese maravilloso año 1987, pese a la insania terrorista de Sendero Luminoso. Vi películas en estreno que hoy son de culto y han pasado las tres décadas. Para apuntar: ‘Depredador’ de John McTiernan, ‘Atracción fatal’ de Adrian Lyne, ‘Los Intocables’ de Brian De Palma, ‘El último emperador’ de Bernardo Bertolucci y ‘Robocop’ del holandés errante Paul Verhoeven.

Justamente vi en cable este filme futurista de culto y, se los juro, lo sigo disfrutando, más aún ahora que la inseguridad ciudadana pone en jaque a la población y la Policía Nacional la enfrenta en una lucha desigual. Esa noche me puse a pensar que con un par de robocops, uno para Lima y otro en el Callao, se acabarían los malditos ‘raqueteros’, ‘marcas’, sicarios, narcos y demás lacras.

La película se ambienta en la vieja ciudad de Detroit, emporio industrial automovilístico que se ve sumido en una creciente corrupción entre las autoridades del ayuntamiento, pero sobre todo porque la delincuencia se ha apoderado de la antigua urbe y los policías se ven incapacitados para enfrentar a gánsteres que cuentan con armamento pesado, mientras ellos están mal pagados y sus integrantes caen como moscas ante las balas de los hampones.

En ese contexto, los agentes inician una huelga, lo que agudiza todavía más el conflicto. El ayuntamiento aprovecha la oportunidad y firma un convenio con una gran corporación, la OCP, que pasará a encargarse de la seguridad de la ciudad y tendrá a su cargo a la policía.

La OCP planea destruir la vieja Detroit y construir un megaproyecto urbanístico, ‘Ciudad Delta’, donde la seguridad no recaiga en manos de policías comunes y corrientes, sino que sea controlada por robots. Sin embargo, en plena prueba ante el directorio de la OCP, el promotor de los policías robots, el siniestro Dick Jones (Ronny Cox), ve cómo su robot se desconfigura y mata a un infortunado gerente. Enfurecido, el presidente y director general de la corporación (Dan O’Herlihy) opta por un programa de cyborg, llamado ‘RoboCop’, dirigido por el joven y ambicioso yuppie Bob Morton (Miguel Ferrer).

Dick Jones amenaza a Morton por haberlo dejado en ridículo. El programa ‘RoboCop’ necesitaba a un policía muerto para poder fusionar las estructuras metálicas con el cuerpo humano. Justamente, Alex J. Murphy (Peter Weller), un carismático agente, amoroso marido y buen padre, quien patrullaba por la zona maleada de la ciudad con su compañera Anne Lewis (Nancy Allen), es emboscado por la pandilla del ‘Caracol’ del viejo Detroit, Clarence Boddicker (Kurtwood Smith).

Murphy muere y se convertirá en Robocop, pero en la transformación no ‘mataron’ todos sus recuerdos humanos. Robocop conserva recuerdos de amor filial, pero eso no le impide convertirse en un robot justiciero y el terror de los hampones de la localidad. A medida que se vuelve una leyenda, su creador asciende a vicepresidente de la OCP, pero el malvado Dick Jones manda a un sicario y Morton muere de manera horrible.

Con la cancha libre y la ayuda del jefe del crimen organizado, Jones ejecuta un plan para destruir a Robocop. Tráfico de armas, fábricas para la producción de cocaína, saqueos en las ciudades, violaciones, asesinatos... los malos son tan malos que hasta destruyen una tienda de discos con música de Bananarama.

‘Robocop’ fue considerada como una de las mejores películas de la década de los ochenta y en la ceremonia de los Oscar, en el año 1988, ganó dos estatuillas.

Policías como ‘Robocop’ ya no son vistos como parte de la ciencia ficción, sino como una necesidad. Superequipados y con valores superlativos: servir al bien común, proteger al inocente, preservar la ley.

Apago el televisor.


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