A este le cayó en las manos el libro ‘Caza propia’, reciente publicación de uno de los mejores cronistas nacionales de las últimas tres décadas: Eloy Jáuregui. Siempre he sido su fiel lector en cuanto periódico o revista publicaba sus crónicas de calle, de personajes entrañables o misteriosos, barrios de broncas y sibaritas, humeantes huariques, barcos piratas transformados en bares de insomnio. 

Aquellas charlas de café con eruditos, nombres históricos que uno llegaba a preguntarse, ¿con quién no ha conversado?, ¿con quién no se ha ‘juergueado’ Eloy? Hasta que me tocó trabajar con él, en 1990, y me brindó su amistad en el recordado diario ‘Página Libre’, que dirigía el inmenso Guillermo Thorndike. Uno tiene el libro entre manos, pero extraña y piensa que nada se podrá comparar, visualmente hablando, a aquellas notas que publicó en los periódicos y revistas. Larguísimas pero hipnóticas, acompañadas con un ‘plus’ extraordinario: las fotografías del gran Carlos ‘Chino’ Domínguez.

Ese dúo dinámico produjo las mejores crónicas periodísticas. Ahora, el ‘Chino’ ya no está. Las redes, sobre todo el Facebook, son las nuevas herramientas de Eloy Jáuregui para seguir vigente. Hay una nueva legión de jóvenes lectores que no nacían cuando alimentaba a los lectores desde viejas máquinas de escribir Remington. De allí que ‘Caza propia’ sea un coctel donde el escritor, a lo Héctor Lavoe en ‘El cantante’, manifiesta ‘lo mejor del repertorio, a ustedes voy a brindar’. El libro recoge 41 artículos en su estilo callejero, erudito y entrañable, pero adiciona análisis a manera de ensayos.

Pienso que para ser escritor como Eloy Jáuregui, era necesario provenir, crecer y vivir en el lugar perfecto de donde él emergió, Surquillo, el rico ‘Sullorqui’. Debe bendecir el haber ‘lagarteado’ de chibolo en el trabajo de su viejito, un conocidísimo librero del Parque Universitario, cuando todavía el Centro de Lima era recorrido por poetas como Martín Adán o Sebastián Salazar Bondi; inclasificables escritores como Luis Loayza; periodistas genios del humor como ‘Sofocleto’; personalidades como César Miró o libreros como Juan Mejía Baca y Humberto Damonte, con su inolvidable librería ‘El Sótano’, en la Plaza San Martín. 

Y a todos les dedica una porción de este delicioso pastel literario. De esas visiones y encuentros yendo de Surquillo al Centro con su viejito, presenta una Lima como la que cantó y escribió Chabuca Granda en ‘Pasito a paso’: ‘Mira que habrá que volver/ a viajar en tranvía otra vez’. En esa crónica homenajea a su padre y con él, a la vieja Lima y a los intelectuales y músicos que lo visitaban, como Paco Bendezú y Jaime Guardia. Nos hace caminar por la Lima de Chabuca, de la flamante galería ‘Boza’ y su novedosa escalera eléctrica, pero también la achorada, la invadida por los cerros de ‘Chacalón’ o ‘Los Shapis’. Eloy Jáuregui revela su secreto. Confiesa, con sinceridad: ‘Sufro de una enfermedad crónica: La crónica’. 

Y amenaza con sacar otro libro sobre su estadía en La Habana. Desde su libro ‘Pa’ bravo yo’, Eloy Jáuregui ya había decidido dotarle a la sabrosa crónica los condimentos racionales de los ensayistas, sin caer en el intelectualismo aburrido, sino con ingenioso salero. Y reconoce a los clásicos ensayos del mexicano Carlos Monsiváis y Martín Caparrós como influencias positivas en este nuevo tipo de crónica que nos presenta en su reciente libro. 

Hay nuevas, escritas en Cuba. Otras como las del poeta Jorge Eduardo Eielson, que son el adelanto a un estudio mucho más profundo del maestro. “Este libro me demoró dos años. En ese tiempo realicé tres viajes: Cuba, Europa, siguiendo la ruta de Eielson, poeta peruano que afuera es más conocido que Vallejo, y a la Carretera Central, donde son venerados Flor Pucarina, ‘Chacalón’ y ‘Los Shapis’...”.

Siempre he pensado que los textos de Eloy Jáuregui representan esa explosiva mezcla de pata de barrio, que goza de esquina, broncas y pichanguitas, con grandes lecturas en el cerebro y vivencias en el pellejo. Son, sobre todo, crónicas de ciudad, esa ciudad que lo fusiona todo, que lo transforma, pero que de una manera nos da un carné de identidad. Apago el televisor.

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