Eloy Jáuregui.
Eloy Jáuregui.

Este Búho no veía a ese cronista de dimensiones estratosféricas llamado Eloy Jáuregui desde hace varios meses -una conversa a la volada en la puerta del diario El Comercio- pero, desde una semana atrás llevo pegado a mi lado al también poeta del huracanado movimiento ‘Hora Zero’. Él es el único con salvoconducto nocturno surquillano, el del look setentero a lo Al Pacino en ‘Serpico’, pero sin barba, y con esa sonrisa de niño terrible que acaba de tumbar una matinée.

Me acompaña en el taxi, el Metropolitano, la combi y hasta en mi propio auto. Allí aparecía susurrándome al oído sus secretos más íntimos y lo que se valora más: las recetas nunca reveladas para abordar la crónica periodística y, sobre todo, sus consejos para llegar a la excelencia del llamado ‘periodismo literario’, esa suerte de preciada ‘fuente de la juventud’ que todos los estudiantes y periodistas buscan alcanzar desesperados como el Juan Ponce de León de las conquistas.

Tuve la suerte no solo de leer grandes crónicas suyas, las seguía desde chiquillo, cuando Jáuregui trabajaba en el Diario Marka en 1980 como cronista deportivo, mucho antes de que compartiera con él recordadas redacciones periodísticas y lo tuviera como maestro en vivo y en directo. Ahora gozaba del cronista como todo un catedrático, pero a toda hora y a mi voluntad, porque a la mano estaba su nuevo libro, o como a él le gusta que llamen a sus publicaciones: su nuevo ‘bebito’.

Si bien no será el sultán Ismaíl de Marruecos, quien tuvo 888 hijos, Jáuregui le quiere hacer competencia, pues ya llega a los treinta retoños, eso sí, todos reconocidos, firmados y patentados sin necesidad de recurrir al ADN. Su nueva criatura es totalmente distinta y seguramente será la más querida para él. ‘Una pasión crónica’ (Artífice Ediciones 2018) no es solo un libro que reúne un puñado de joyas periodísticas de su bóveda de ‘Rico McPato’, donde almacena un tesoro en papel y tinta acumulado en casi cuarenta años de ejercicio.

Como un vino exquisito de una cava selecta, dichas crónicas no tienen precio y nos presentan a un narrador ‘todoterreno’.Si el lector fuera Dante Alighieri en la Divina Comedia, entonces Jáuregui se convertiría en el poeta Virgilio y lo llevaría por el infierno de Telmo Hurtado, ‘El Carnicero de los Andes’, aquel subteniente que encabezó la matanza de hombres, mujeres y niños en Accomarca, en 1985, o el delirio del jefe senderista Artemio, o el sufrimiento por la devastación de El Niño Costero en Piura; aunque los ojos del cronista no solo desmenuzan las miserias de monstruosos personajes.

La sangre del poeta también es roja, como la de los inmensos vates César Vallejo y Jorge Eduardo Eielson, o también de eximios narradores como Abraham Valdelomar, o novelistas monumentales y sedientos como Ernest Hemingway. En estos capítulos dedicados a estos genios literarios, el autor se transforma en Beatriz, la inolvidable dama que guio a Dante por el cielo y este nos describe su particular visión del parnaso literario. Pero Jáuregui no olvida sus épocas escolares, cuando leía en la librería de su viejito en el Centro de Lima la sentencia de Vallejo: ‘Todo arte genial viene del pueblo y va hacia él’. Por eso incluye pinceladas de la reina de los valses y pasillos, Carmencita Lara (‘amigo, por qué tomas tanto’) y de la princesa de los carnavales, Flor Pucarina. Si pensábamos que ya lo habíamos visto y leído todo, nos equivocamos. En ‘Una pasión crónica’, el escritor se reinventa y pasó de ser el invisible narrador cuyo trabajo se ve colgado en el interior de un periódico o una revista, al ahora docente que me hablaba al oído en el taxi, a través de las páginas, y nos da clases maestras sobre los tabúes de ese sublime ejercicio periodístico que son las crónicas.

Como buen maestro, recurre a otros grandes maestros. El autor, frente a sus alumnos y sus lectores, hace conjuros de posesión y logra que los fantasmas de los grandes cronistas transmitan a través de él sus enseñanzas. Entonces desfilan por el libro los fantasmas de Julio Ramón Ribeyro (El profesor suplente), Antonio ‘Toño’ Cisneros (El arte de envolver pescado), Gabriel García Márquez (Doce cuentos peregrinos), Norman Mailer (Los ejércitos de la noche), Tom Wolfe (El nuevo periodismo), Ryszard Kapuscinski y de los vivos Mario Vargas Llosa o Leila ‘Xena la princesa’ Guerriero. No solo es un libro de aprendizaje, sino también de confesiones del autor sobre el arte de enseñar a escribir. ‘Enseñar era distinto. No tenía término. No había moraleja ni colofón. (...) Toda mi confianza se había ido al carajo la noche anterior a mi primera clase. Cuando apagué el televisor y quedé en vela de la propia vela apagada de mis temores. Ahora lo confieso porque han pasado sus buenos años y he trabajado en cuatro universidades distintas de Lima y el Perú, y sé que he aprendido modestamente una técnica que es casi un romance con la nada y con el todo’. Salud maestro por su nuevo ‘bebito’. Apago el televisor. 

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