Esteescribió que será la estrella en los Juegos Panamericanos de Lima. Les contaba que de niño, cuando vivía en la Unidad Vecinal Mirones, nos íbamos con mi mancha de palomillas de mi barrio en ‘coches’ de madera, con rueditas de rodajes, hasta a la Universidad.

En esos vehículos nos deslizábamos de manera suicida por las rampas destinadas a los autos. También les conté que, con mi mancha de adolescentes mixta del ‘Parque de arriba’ de Mirones, con más de veinte bicicletas, bicimotos y motos, bajábamos las gigantescas y empinadas rampas. Y por último les relaté que las parejas de alumnos enrumbaban de la mano al estadio ni bien anochecía, pero se arriesgaban a ser asaltados por ‘El sambo, terror de las parejas del estadio’.

Los sanmarquinos que fueron víctimas de este delincuente contaban que sorprendía a las parejas en plenas sesiones amatorias nocturnas con un tremendo cuchillo. En esa posición nadie podía atinar a nada y entregaban carteras, billeteras, pero el ladrón tenía su corazoncito: devolvía el necesario carnet universitario y dejaba un sol para el medio pasaje. Una mañana del lunes encontraron un cadáver en las gradas del estadio. ¡¡Era el sambo ladrón!!

Seguramente el domingo, cuando no iban alumnos sino gente de la calle, se topó con algún policía y este le disparó, aunque otros aseguraban que los senderistas lo ‘ajusticiaron’ porque ‘chocó’ con una pareja de su partido. Y refiriéndome a Sendero, este columnista, a finales de los ochentas había publicado un artículo en ‘Caretas’ sobre la formación del CAS (Comando Antiviolentista Sanmarquino) que se organizó para enfrentar a los ‘Saco Largos’ -como se les decía a los senderistas cachosamente-, que agredían estudiantes.

Ese artículo me trajo problemas, pues recibí una amenaza de los senderistas. Fue a través de mi pata Alfredo, a quien le dijeron: ‘Dile a tu amigo que se cuide de los apagones’. Iba a la Ciudad Universitaria con mi ‘guardaespaldas’, el hoy editor de la obra de José María Arguedas, Juan Damonte, de la editorial Horizonte, quien me recogía en su ‘volocho’ de mi casa e ingresábamos hasta la mismísima facultad. Pero un día, Juan faltó y fui solo. Esa noche a las siete se produjo un apagón total y se escuchaban los cantos de los senderistas. ‘Salvo el poder, todo es ilusión. Conquistar los cielos con la fuerza del fusil’. En eso sentí que me agarraban el brazo. Era Amparito, de Sociología, con quien mantenía una relación de ‘amigos con derechos’. Ella tenía un hermano senderista que residía en la vivienda y perdió una mano por poner una bomba en una torre. ‘¡¡Te dije que no vinieras!! Te están esperando en la puerta de Venezuela y Universitaria. ¡¡Vamos al estadio!!’, me suplicó. ‘Oye, no estamos para una noche romántica’, le respondí. ‘¡¡No, idiota, es la única ruta de escape!!’. Me tomó la mano y volamos al oscuro estadio. Veíamos a las parejas en las gradas, amándose sin problemas. Bajamos a la cancha y allí, en el pasto, la cosa estaba mas candente. ‘!!No sean sapos!!’, nos gritaron, sin saber que era una huida de vida o muerte.

Nos metimos al túnel destinado a la salida de la ambulancia del coloso. Olía a orines, deposiciones que nos asfixiaban, pero salimos a la zona de la vivienda universitaria y llegamos a la avenida Colonial. Allí recién pude respirar tranquilo.

Sospechosamente, había luz en toda Lima, solo en San Marcos hubo apagón. Nos besamos con Amparito apasionadamente, pues ya no regresaría a mi alma mater por algunos años. Hace poco la encontré en el Centro de Lima, muy guapa y arreglada, se había casado y divorciado. Igual le canté la de Pedro Suárez Vértiz: ‘Después de un tiempo, me la encontré otra vez, estaba bella como las estrellas’. Le invité un lonche en la panadería ‘Los Huérfanos’ y le prometí llevarla a ver un partido de los Juegos Panamericanos en el remozado estadio sanmarquino. Ella y el estadio me salvaron la vida.

Apago el televisor.

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