Este Búho tiene en sus manos el reciente libro de . No es propiamente un libro, más bien una ‘plaqueta’ de esas que plasman los escritores primariosos o nóveles. Se titula ‘Lobos solitarios’. A mis lectores se las voy a hacer fácil. El libro trata sobre dos escritores fracasados, dos amigos que trabajaron en una revista con el entrañable cuentista de ‘Miraflores Melody’ o el desgarrador novelista de ‘Sucedió entre dos párpados’. Fernando Ampuero, escritor y periodista, nunca dejará de sorprendernos.

Este columnista no se considera un crítico literario, pero me gusta comentar novelas que al final me dejan una sonrisa de satisfacción, como las de Fernando. Así siento este último trabajo. Pese a la mezquindad del tamaño del texto, me estremeció más que sus anteriores relatos. Tal vez por su brevedad, porque los protagonistas tuvieron un corto paso por el mundo de las teclas. Hay dos novelas referentes que abordaron el mundillo de las redacciones periodísticas. Mario Vargas Llosa en la monumental ‘Conversación en la Catedral’ y varios peldaños más abajo, pero muy divertida, ‘Los últimos días de La Prensa’, de Bayly. No podemos comparar la ‘plaqueta’ de Ampuero con ellas, porque el miraflorino va más allá, no le interesa escudriñar al medio ni al periódico o revista, él analiza y disecciona cual cirujano las personalidades solitarias de Edmundo y Xavier que son, pese a las abismales diferencias, dos caras de una misma moneda. Como dos arponeros de la novela de Herman Melville, no hay Moby Dick sin la gran obra literaria, la novela total, que siempre será escurridiza y que los puede matar. Edmundo de los Ríos y Xavier Ugarriza, ambos fallecidos. Si Vargas Llosa cuestionaba, desde la visión de Zavalita, al periodismo bohemio y ‘putañero’, Ampuero nos pone en la desgarradora piel de Edmundo. El hombre que antes de llegar a Caretas había publicado una novela en México y que el inmenso Juan Rulfo había prologado escribiendo que ‘por fin se publicó una novela revolucionaria en América Latina’.

Con esos pergaminos, Edmundo de Los Ríos debió llegar a Perú como un dios; sin embargo, pasó desapercibido y se sepultó en un cubículo de Caretas, donde lo conoció Ampuero. Él redactaba notables semblanzas de poetas, científicos, inventores, todos de la tercera edad, ‘que increíblemente morían después de sus entrevistas con el bigotón Edmundo’. Fallecían a las semanas de sus reportajes. Pero escribía una segunda novela, de la que se quejaba, no querían publicar las grandes editoriales para hacerle daño. Tenía rumas de papel guardado. La novela de Edmundo era el secreto más comentado de Caretas. El final fue trágico y no lo cuento para que lean el libro. Si Edmundo es la cara brillante, Xavier Ugarriza es el sello de la moneda. Era un mitómano, decía que fue baterista de Los Saicos, que era exalumno de la Católica, pero como redactor era voluntarioso. Un día le llegó una gran herencia y seguía prometiendo su esperada novela mientras se convertía en el putañero más ‘paganini’ del maloliente jirón Cailloma. Pero con el dinero le llegó la locura. Convirtió su oficina en su night club personal. Ellos no se sentían periodistas, sino escritores. Fernando asiste, ya como jefe, al deterioro personal, físico y emocional de sus amigos. ‘Ambos huelen a muerto’, escribe. Hay una parte que delata la relación: Edmundo, borracho, interrumpe a Fernando, que está redactando la nota de tapa. ‘Nuestro destino son las palabras. Tenemos un trabajo que demanda que se haga con amor, con la lentitud con la que se hace el amor’. Fernando se incomoda porque está escribiendo una nota del cierre. ‘No te distraigo más, pero necesito que me contestes una pregunta y luego sigues con lo tuyo. ¿Por qué te gustan las palabras? ¿Por su música, por su significado o por su belleza?’. Edmundo, a diferencia de Xavier, que era un solitario, estaba casado con Teresina, una mujer periodista cuya familia millonaria en Arequipa la había desheredado por casarse con un periodista borracho. Pero ni el amor de una mujer pudo detener el huracán autodestructivo de Edmundo. Este Búho lo conoció gracias a mi gran amigo Óscar Malca, editor de la revista. El novelista no miente. Pero todo tuvo un final.Termino con una frase de Ampuero: “Todo escritor, en mayor o menor medida, se siente un fracasado. Casi nunca estamos satisfechos con la obra que hemos hecho y por eso nos ponemos a escribir la siguiente”. Apago el televisor.

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