Este , como saben, es futbolero cien por ciento. Me precio de ser, creo yo, amante del deporte y, de todos, definitivamente el fútbol es mi preferido, como cuando llegas a un grupo y de todas las mujeres te atrae más una en particular. Por épocas me apasionaba más algún otro deporte, como el box, por ejemplo, en la era de oro con Mohamed Ali, Joe Frazier, George Foreman, Carlos Monzón, Alexis Argüello, ‘Mano de Piedra’ Durán, Sugar Ray Leonard. Pero también el ajedrez. Mis viejitos, a los ocho años, me metieron a vacaciones útiles y me matriculé en ajedrez. Eran los tiempos del gran enfrentamiento entre el genial Bobby Fischer y el soviético Boris Spaski.

Fue increíble ese momento para la niñez, en 1972. La cobertura mundial era alucinante. Fue la ‘partida del siglo’. No solo se enfrentaban los dos mejores ajedrecistas del mundo, sino que principalmente era el enfrentamiento entre el joven prodigio norteamericano ante el frío y aplastante soviético. También se jugaban su partido aparte la cuestión ideológica: occidente frente a oriente. El sol capitalista y el eclipse comunista. Julio Granda lo veía en la lejana Camaná. Su padre, don Daniel, que había sido un ajedrecista aficionado, retomó la práctica del ajedrez junto a sus hijos mayores. A Julio lo excluyó porque tenía cinco años y no sabía leer ni escribir. Pero el pequeño aprendió empíricamente. Poco a poco demostró ser superior a sus hermanos. Era un caso asombroso. Con solo nueve años, Julio venció a ajedrecistas mayores y clasificó.

A ese campeonato llegó el reputado ajedrecista argentino Jorge Szmetan, quien pidió enfrentarse al pequeño genio. Si bien lo venció con relativa facilidad, le vio algo. Al llegar a Buenos Aires, le envió una colección de cuatro tomos del ‘Tratado general de ajedrez’, del gran maestro argentino Roberto Grau. Granda se lo devoró y a su talento innato le añadió la necesaria teoría, las clásicas jugadas de los grandes maestros internacionales, los soviéticos Tigrán Petrosián, el ‘mago de Riga’ Mijaíl Tal, el cubano apodado ‘La máquina del ajedrez’ Raúl Capablanca, quien ganaba partidas en cuatro minutos como máximo. Otra vez, una colecta de sus paisanos de Camaná le permitió lograr su más grande título a los 13 años, y se coronó campeón mundial juvenil en Mazatlán, México, en 1980. Se convirtió en una leyenda. Lo recibieron centenares de fanáticos en el aeropuerto y lo fue a ver el presidente Fernando Belaunde. Solo habíamos tenido un campeón mundial, en surf, con Felipe Pomar, y en lucha libre, John Trujillano. Pero en el ‘deporte ciencia’ donde Granda se impuso a ajedrecistas del primer mundo como Estados Unidos, la URSS, Inglaterra y Cuba, las superpotencias usaban una cosa extraña, llamada ‘computadora’, y era algo increíble.

En Camaná fue declarado hijo ilustre, pero cuando le dieron una beca para que viviera en Lima, su racha ganadora se detuvo. Se empezó a hablar de la ‘locura’ de los ajedrecistas y se le comparaba con el ‘Niño terrible’ del ajedrez, Bobby Fischer. Durante toda esa década se dedicó a jugar ajedrez en competencias internacionales y se volvió un trotamundos como Jaime Yzaga en el tenis. En 1986 obtuvo el codiciado título de Gran Maestro Internacional. Ganó muchos torneos e incluso fue muy sonado su romance con la niña prodigio del ajedrez mundial, la húngara Judit Polgár, aunque un rumor decía que no solo estaba con ella, sino también con su hermana, otra gran ajedrecista de nombre Susan (Zsuzsa).

Fiel a su costumbre, en 1998 anunció que se retiraba del ajedrez después de haber sido varias veces campeón panamericano y ganado decenas de torneos. ‘Me voy a sembrar a mi tierra’, dijo escuetamente. Pero Julio es impredecible. En el 2002 volvió como si nada. Se inscribió en el campeonato nacional y se lo llevó, además del ‘Capablanca in Memoriam’ de La Habana. El genio no estaba muerto, solo descansando. Hace unos días se coronó campeón mundial senior en Italia. Otra vez ocupa las primeras planas en deportes. Sin embargo, nadie fue a recibirlo al aeropuerto, porque así somos los peruanos. El título que este Búho vio a través de los años, ¡GRANDE, GRANDA!, podía hacer ver una falta de originalidad de los editores y tituleros, pero en verdad refleja lo que significa este extraordinario camanejo. ‘El ajedrez me regaló una vida distinta a la que podía intuir. Comodidades, viajes, triunfos. Pero también me quitó parte de mi infancia’, declaró con el corazón en la mano. Hoy, Julio, con la mitad de un siglo, vuelve a gozar lo que significa acariciar un galardón máximo a nivel mundial... Mundial, esa palabra que se está poniendo de moda en el país. Que el ministro de Cultura condecore a un genio del deporte nacional. Apago el televisor.

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