Este Búho ve la terrible ola de crímenes que sacuden el país y se sorprende de que todavía no aparezca un programa que se deleite con el detritus de la sociedad, con resaltar lo más malsano del lumpen peruano, ya sea en versión masculina o femenina. Porque ahora no solo hay sicarios como , sino asesinas de 22 años como , ‘La Gata’.

Durante el fujimorismo, la televisión ‘bagre’ llegó con Laura Bozzo, cuyo show se dedicaba a hacer desfilar a los personajes más estrambóticos y sórdidos, donde por cincuenta soles, hombres y mujeres se hacían pasar por ‘cornudos’ o ‘sacavuelteros’ y todo terminaba a puñetazos. Los ‘investigadores’ recorrían las calles recolectando delincuentes plantados o drogradictos que querían el ‘bolo’ para ‘hacerlo humo’ en la noche. Pero lo de la ‘Señora Laura’ y su tristemente célebre ‘¡Que pase el desgraciado!’ no era nuevo.

En 1991, un inglés, Jerry Springer, arrasó con los ratings en Norteamérica con una mayoritaria audiencia de los ‘trabajadores de ocho a cinco’. Se idiotizaban todos los días viendo cómo gente llegaba al set de televisión a resolver sus diferencias a punta de puñetazos, sillas que volaban y por ahí hasta un . A más sangre, más rating.

Jerry fue el paradigma de Laura, como David Letterman lo fue de Jaime Bayly. Tan patético y decadente era el programa de Springer, que el mismo conductor dijo: ‘Gracias a mi programa, el Gobierno ya no tiene que gastar en defensa nacional, pues cuando en otros países ven mi show, nadie quiere venir a conquistarnos’.

Hago estas reflexiones al comprobar que la inseguridad ciudadana es un tsunami. El caso de Shirley Silva Padilla es alucinante. Esta ‘gatillera’ ni se inmutó cuando la detuvo la policía y días después, hallándose en custodia, tuvo la sangre fría de publicar en su cuenta de Facebook: ‘Gente, su Gata regresa con más fuerza’. Y lo peor es que sus seguidores hasta la felicitaban. ¿De dónde salen estas lacras?

Estoy convencido de que los paralelos entre la realidad y la ficción son más comunes de lo que se cree y recuerdo esa impresionante película de Oliver Stone. Se trata de la sangrienta ‘Asesinos por naturaleza’ (1994) que se inspiró en un guion de Quentin Tarantino, un amante de la violencia en el celuloide.

Woody Harrelson encarna a Mickey Knox, un asesino serial que va sembrando la muerte por donde pasa junto a su pareja, la joven Mallory Wilson Knox (Juliette Lewis), que tranquilamente puede ser una ‘Gata’, aunque la primera es una marginal de los Estados Unidos y Shirley, de San Juan de Lurigancho.

Mallory viene de un hogar disfuncional. Su padre, un ser repulsivo, abusaba sexualmente de ella desde que era una niña y su mamá se hacía la loca. La muchacha fuga con un repartidor -Mickey- y se dedican a vagar por el país cometiendo los más viles crímenes. Y claro, regresan luego a la casa paterna de Mallory para ‘darles su vuelto’ al padre violador y a la madre negligente, asesinándolos cruelmente, mientras su hermanito menor se regocija y Mallory le dice ‘ahora eres libre’.

Es inolvidable la secuencia del restaurante al paso, donde se deleitan matando a todos los presentes. Nadie se les escapa, pero solo dejan a uno con vida ‘para que cuente lo que pasó’.

Ambos amaban las cámaras de televisión y se convirtieron en estrellas de los programas basura. Mickey Knox es el criminal más despiadado y, sin embargo, solo con su mujer se muestra como el ser más tierno y compasivo. Solo por ella se angustia si la ve en peligro.

La película se inspiró en la historia de Charles Starkweather y su novia Caril Ann Fugate, una menor de edad, quienes asesinaron a once personas en su camino entre Nebraska y Wyoming en 1958.

Tres de esas víctimas fueron la madre, la hermana y el padrastro de ella. Starkweather murió en la silla eléctrica en 1959, cuando solo tenía 22 años. Como un homenaje al periodismo televisivo amarillo al estilo de los programas que daban la hora a inicios de los noventa, ‘El show de Geraldo’ y ‘The Jerry Springer Show’, Stone introduce el personaje del periodista televisivo Wayne Gale (notable Robert Downey Jr.), obsesionado con seguir al par de asesinos para filmar hasta sus más sangrientos estropicios, y termina sumergido en la vorágine de sangre de una pareja siniestra. Apago el televisor.

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