Este Búho asistió ayer al local del Colegio de Periodistas del Perú para la magna ceremonia de incorporación a la orden, como miembros honorarios, de destacados colegas por su amplia trayectoria en la prensa escrita, radial y televisiva. Entre ellos se encontraban Carlos Espinoza Olcay, director de Trome, Miguel Ramírez y Víctor Patiño. Pero grande fue mi sorpresa cuando me enteré de que el decano del colegio, Max Obregón Rossi, y el decano del Colegio de Periodistas de Lima, Ricardo Burgos, decidieron incorporar también a un brillante intelectual peruano, Hugo Neira.

Este columnista lo considera como una de las mentes vivas más lúcidas del país. Fue y es un periodista de polendas y sus columnas sobre las tomas de tierras en Cusco, que dieron pie a un libro que nunca olvidaré ‘Cuzco: tierra y muerte’, serán inmortales. Pero primero ubiquemos a nuestro personaje, al que ayer tuve el privilegio de conocer y con quien conversé después de la ceremonia. Era un jovencito erudito que fue reclutado por una eminencia como el insigne historiador y diplomático Raúl Porras Barrenechea. Aquella selecta pléyade la integraban otros jóvenes brillantes, como Mario Vargas Llosa y Pablo Macera.

A inicios de los sesenta se integró al Comité Editorial del diario Expreso, fundado por el mecenas Manuel Mujica Gallo. En aquellos tiempos surgió un fenómeno nuevo en la sociedad peruana. Miles de campesinos en Cusco estaban ‘invadiendo’ las gigantescas haciendas de propiedad de las familias más importantes de la región. La respuesta de las autoridades fue la represión, hubo muertos y los principales líderes -como Hugo Blanco- fueron detenidos, pero las ‘invasiones’ (los campesinos las llamaban ‘recuperaciones’ de tierras) se multiplicaban.

Así empieza el libro ‘Cuzco: tierra y muerte’: “Viajé al Cusco de un día para el otro. En este oficio no da tiempo para pensar dos veces un asunto. Pepe Encinas quiso que fuera a ver, indagar y contar. ¿Qué sucede en el sur? He aquí una pregunta que no podía quedarse sin respuesta”. A los veintiocho años, en aquel 1963, llegó al Cusco ignorando que iba a presenciar un fenómeno histórico. Tampoco sabía que esas columnas diarias que enviaba y se publicaban en el diario, se iban a convertir en un libro impresionante. Un clásico.

Leí este libro fundamental cuando ni me imaginaba que iba a ser periodista. Y bendigo que haya sido así, pues aprendí de Neira que para escribir y, sobre todo, para opinar, hay que conocer, se debe haber estudiado. Su formación en Historia y Sociología le dieron una amplia ventaja sobre otros enviados especiales para comprender el fenómeno. Neira no solo informa, también analiza y a veces opina fervientemente. Porque ante un panorama de injusticias, el periodista también tiene un bando: “He visto cómo el señorío de una casta de propietarios, sobre enormes extensiones de tierra, se está resquebrajando a pesar de parecer tan sólido, tan estable, como el mismo cambio de las estaciones o la presencia permanente de los Andes”.

El periodista se mueve por todos los sectores involucrados. Los ‘blancos’ lo adulan y lo invitan a los hoteles de lujo, donde se han refugiado ante la invasión campesina; los ‘indios’ lo reciben en las haciendas invadidas, allí es donde Neira se maravilla y se asombra cuando los comuneros se refieren al presidente como si fuera un dios. ‘¡Wiracocha Belaunde!’, gritan, y le exigen que les dé la Reforma Agraria que había prometido. Si este columnista tiene algún estilo periodístico, debe aceptar que se lo debe en mucho a este inolvidable libro.

Pero el autor reconoció que él también tuvo influencias, sobre todo del libro de reportajes que hizo Jean Paul Sartre en Cuba. Pero dejemos que sean los propios párrafos de Neira los que hablen por sí solos. Durante el multitudinario entierro del mítico dirigente sindical Emiliano Huamantica, escribe: “He aquí, pues, el Cusco: los tiempos de la historia alterados, las imágenes de siglos yuxtapuestas como en una película sobreimpresa. ¿Veía una multitud de esta época o la resurrección de un rito olvidado...? Aquella tarde fue el último mitin de Emiliano Huamantica”.

Una prosa elegante, poderosa y reflexiva a la vez: “Paso pues, ciego, ante las sirenas históricas de sus iglesias españolas y muros incaicos. He venido a ver el Cusco vivo, no las piedras. No el pasado, sino el presente. Cusco de 1964: turistas y mendigos”.

Ha sido todo un honor haber conocido y escuchado las palabras de un gran maestro, tan sencillo como las grandes mentes brillantes. Apago el televisor.

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