Terminal pesquero de Chorrillos. (Foto: Violeta Ayasta /GEC)
Terminal pesquero de Chorrillos. (Foto: Violeta Ayasta /GEC)

Este Búho observó sorprendido cómo numerosas personas tomaron prácticamente ‘por asalto’ el domingo la playa Pescadores de Chorrillos, pese a la prohibición del Gobierno de ingresar al mar. Me pareció hasta gracioso que días antes de esta ‘invasión’, cuando a nadie se le ocurría ir a la Costa Verde, sea por lo nublado de aquellas mañanas o por ser día laborable, los jefes de la Policía y hasta el Ejército se apostaban en Agua Dulce con todo su armamento, como si esperaran el desembarco de alguna nave invasora del sur.

“Nadie puede entrar a la playa, para eso estamos, para hacer cumplir la ley”, declaraba un general para los medios, pese a que a esa hora ni las moscas se paraban en la arena con desperdicios. Pero el día en que se necesitaba a todo ese pelotón de policías, militares y serenos, o sea el domingo, todavía con gran sol, olvidaron que estamos ante un inminente rebrote de la pandemia, brillaron por su ausencia y permitieron que el manchón de bañistas llegue a Pescadores.

¿Dónde estaban los celosos ‘guardianes de la bahía’? Como bien dijo un reportero de televisión, ‘parecía que esos veraneantes nunca se habían dado un baño de mar’. Y lo peor, sin guardar ningún tipo de precaución sanitaria.

Hombres, mujeres, niños, bebitos, todos sin mascarilla. Era una escena que seguro puso los pelos de punta a la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, quien tal vez dijo cosas que le habrían puesto rojos los oídos al ministro del Interior, José Elice. Pero así de mal está funcionando un ministerio clave.

Pero fuera del hecho anecdótico, este columnista no es que justifique ni apruebe este tipo de comportamientos. El año 2020 fue maldito.

Con un Perú soportando el confinamiento más draconiano del planeta, alguna gente inconsciente hizo lo que hace todos los años: ir a la playa. Pero uno no puede decir ‘solamente los peruanos somos así, no respetamos las normas’. Sino miren los desbordes que se produjeron en las playas argentinas, que nos dejaron chiquitos, al igual que en Copacabana. Pero tampoco podemos afirmar que estos desafíos al endemoniado virus silencioso, traicionero y mortal son solo un fenómeno tercermundista.

En octubre, cuando se produjo el temible ‘rebrote’ en el Viejo Continente, que dicen es peor que la pandemia inicial, los gobiernos de Italia, España, Inglaterra, Francia, comenzaron a imponer nuevamente toques de queda, cierre de playas, prohibir atención en mesa en los restaurantes, y se produjo una verdadera explosión ciudadana más violenta que las tomas de carreteras de Ica y Virú.

Eran marchas y mítines por las calles céntricas europeas copadas por personas que protestaban por las ‘medidas anticoronavirus’. Algunos por el uso obligatorio de mascarillas. Quemaron vehículos de transporte público, postas, oficinas públicas, se enfrentaron violentamente con la Policía.

Curiosamente, en un momento nuestro premio Nobel, Mario Vargas Llosa, simpatizó con estas protestas, a las que llamó ‘libertarias’, pero cuando vio los estragos que causa el virus en su Madrid de residencia, sobre todo a hombres y mujeres de su edad, ya no opinó del asunto.

Increíble, en las naciones más poderosas de Europa, muchos de sus habitantes explotaron y exigieron que se anulen las restricciones, pese a que las cifras de incrementos de contagios y muertes son escalofriantes.

Un primer ministro europeo llamó a los líderes de las protestas ‘terroristas sanitarios’ y una de sus consignas más coreadas era ‘el hambre mata más que el virus’. Una frase polémica pero que nos lleva a pensar que esta maldita pandemia golpea a pobres, ricos, instruidos, no instruidos.

Si nos ponemos a pensar, en Sudamérica hubo ‘escapadas’ a la playa o los ‘privaditos’ chicheros y salseros, la otra cara de la moneda de Europa. Este virus está desquiciando a todo el mundo, y eso que cruzando el Atlántico ya tienen la vacuna.

¿Y nosotros? Por algo quemaron piñatas de Vizcarra y Merino.

Este Búho se pone melancólico porque amo el mar y la playa era mi destino los Años Nuevos y las ‘semanas diablas’. Me escapaba a playitas, en ese tiempo caletas como Bujama, a finales de los ochenta, donde llegábamos con la mancha mixta de ‘lagartazos’ comandados por ‘Caníbal’ Rocha, Óscar Malca, o al ‘Ataúd’, pasando el kilómetro cien de la Panamericana Sur, con mi grupo de ‘La pesada sanmarquina’, piloteado por Juan Damonte.

Hoy veo la playa desde las alturas del malecón de Miraflores y parafraseo a mi heroína Scarlett O’Hara, de ‘Lo que el viento se llevó’, que cantaba: ‘Cuando se acabe esta guerra cruel’, por la cruenta Guerra de Secesión que vivió en la novela de Margaret Mitchell. Este periodista ya piensa a qué playa llevará a sus dos queridos hijos que sufren este encierro... cuando se acabe esta pandemia cruel.

Apago el televisor.

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