Este Búho sabe que no puede pelear con el tiempo. Pero a veces uno intenta rebelarse. Me pasó cuando tuve en mis manos una pulcra edición de la Pontificia Universidad Católica de la obra completa de una de las más grandes voces de la poesía hispanoamericana: el peruano (1924-2006). Me rebelé porque, por muchos lustros, creía que Jorge Eduardo solo era ‘uno de los más representativos poetas de la generación del cincuenta. Y punto’. Estaba totalmente equivocado. Por eso mi rebeldía con el tiempo, porque no podía retrocederlo para así haberlo conocido y leído antes, o haber asistido a sus recitales en los años ochenta, cuando todavía visitaba Lima y no se había recluido en Milán hasta su muerte. Me enojo porque me conmuevo con su impresionante trabajo pluricultural y multifacético, su vasta obra de genio totalizador del que recién soy testigo hoy. Debí descubrir antes su poesía, tipificada como ‘pura, intensa y lujosa’. Su narrativa alucinante. Su obra teatral y periodística. Su faceta de pintor galardonado internacionalmente. Fue creador de asombrosos telares, de esos anudamientos que nos remontan a los ‘quipus’ del incanato y son la otra cara del lenguaje del artista: por un lado el verso, por el otro lo visual, las telas, los colores intensos como los atardeceres de Nazca entre las dunas, el desierto, las rocas y el mar pródigo en frutos como los peces que bien graficaba. Y por último, como ejecutor de performances intermitentes, deslumbrantes y vanguardistas, que presentó en varias capitales europeas hasta pocos años antes de su muerte, devastado por el fallecimiento de su compañero de siempre, el poeta italiano Michele Mulas y porque, también, estaba aquejado por una enfermedad. Cuando alguien le preguntó por sus demostraciones callejeras -como cuando echó tinta sobre el mítico río Tíber-, el maestro respondió: ‘Todo le es permitido al arte creativo, todo menos repetirse, caer en la rutina, evitar el peligro y, con eso, el maravilloso sabor de la aventura’.
Hijo de madre limeña y padre sueco, se quedó huérfano de padre a los seis años y vivió con su hermano menor y dos hermanas. Tuvo una extraordinaria formación infantil, gracias a la que aprendió a tocar piano y hablar francés e inglés. Ingresó a San Marcos, a la facultad de Letras, donde tuvo un profesor y protector de lujo: Jose María Arguedas, que vio en el jovencito a un predestinado. A los 21 ganó el premio nacional de poesía y al año siguiente, el de teatro. Después de participar en revistas y editar una antología de la poesía peruana con Javier Sologuren y Sebastián Salazar Bondy, ganó una beca para estudiar en París. Allí compartió la bohemia intelectual con Blanca Varela, Fernando de Szyszlo y el poeta mexicano Octavio Paz. Pero sobre todo, se vinculó con el enorme intelectual francés Pierre Restany, su ‘gurú’ y padre del ‘Nuevo Realismo’. Posteriormente, viaja becado a Zurich, Suiza, y a inicios de los cincuenta radicó de forma definitiva en Italia. Destacan entre su vasta creación poética: ‘Reinos’ (1945), ‘Mutatis mutandis’ (1967), ‘Noche oscura del cuerpo’ (1983), ‘Sin título’ (2001). El vate escribió al amor con descarnada pasión: ‘Penetro tu cuerpo, tu cuerpo / De carne penetro, me hundo / Entre tu lengua y tu mirada pura / Primero con mis ojos / Con mi corazon, con mis labios / Luego con mi soledad / Con mis huesos, con mi glande / Entro y salgo de tu cuerpo / Como si fuera un espejo / Atravieso pelos y quejidos / No sé cuál es tu piel y cuál la mía / Cuál mi esqueleto y cuál el tuyo / Tu sangre brilla en mis arterias / Semejante a un lucero / Mis brazos y tus brazos son los brazos / De una estrella que se multiplica / Y que nos llena de ternura / Somos un animal que se enamora / Mitad ceniza, mitad latido / Un puñado de tierra que respira / De incandescentes materias / Que jadean y que gozan / Y que jamás reposan. (‘Ceremonia solitaria en compañía de tu cuerpo’, 1964). Aparte de sus merecidos premios internacionales por su poesía, también gozó de reconocimento mundial por su trabajo en artes plásticas y telares, exponiendo en museos de Europa, Nueva York y América Latina. Al pasar los ochenta años de edad intensificó sus performances en varias ciudades de Europa. La última fue en Milán, meses antes de morir, en la galería ‘Melesi’. El título de la muestra: ‘Vivire e un’opera d’arte. Incontro con Jorge Eielson’ (Vivir es una obra de arte: Encuentro con Jorge Eielson). A la entrada, repartió narices rojas de ‘claun’. El artista salió con la cara pintada de blanco y con su nariz roja de ‘Machín’. Se sentó en el piso, miró al público y rio tímidamente. Algunos asistentes acompañaron también con risas suaves. De pronto, la risa del maestro se transformó en carcajada. El público lo imitó, pero muchos no comprendieron. Eielson le escribió a un amigo sus motivos: “La intención era hacer reír para reírse de uno mismo y carcajearse, por fin, de todo”. Murió en Milán el 8 de marzo del 2006. Si el artista peruano y del mundo hubiera sido rockero, sería David Bowie. Apago el televisor.

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