Este Búho ve los rostros ajados, surcados por arrugas, encorvados, como un grupo de inofensivos ancianos del asilo de ‘Canevaro’. Pero las apariencias engañan. Basta mirar a los ojos de , el tristemente célebre ‘Camarada Gonzalo’ o los de su esposa, Elena Iparraguirre, esa abuela que bien puede equipararse a la norteamericana ‘Ma’ Barker, la líder de una banda de asesinos y ladrones integrada por sus hijos. En sus ojos se ven el odio y la muerte. Estaban también ‘Artemio’, ‘Feliciano’, Laura Zambrano, la temible ‘Camarada Meche’, Osmán Morote, Edmundo Cox, Margot Liendo, Elizabeth Cárdenas y Moisés Límaco.

Esta es la llamada ‘Cúpula de Sendero’, y solo fue posible identificarlos para su posterior captura, gracias al video incautado en una residencia de Monterrico. Por un tiempo fue el chalet de Abimael. Allí se reunió el Comité Central para acordar el VI Plan Subversivo, denominado ‘La conquista del poder’, que significaba trasladar todas las demenciales acciones que realizaban en Ayacucho y otras ciudades de la sierra a Lima. En 1990 se allanó esa residencia y se descubrió el video donde los miembros de dicho grupo, ebrios de alcohol, lujuria asesina y desenfreno sexual, bailaban la danza de la película ‘Zorba el griego’. Se vio por primera vez a Abimael gordo y cachetón dando los pasos que hicieran famoso a Anthony Quinn. Ese año de 1992 fue sangriento. Entre enero y julio se habían detonado 37 coches bomba en la capital, matando a cincuenta personas. Pero el que ocurrio el 16 de julio de 1992 fue el más sangriento y el más devastador: 25 muertos, 5 desaparecidos y 155 heridos. Los senderistas habían lanzado contra un edificio donde vivían familias miraflorinas de clase media un automóvil con 400 kilos de dinamita mezclada con anfo.

El impacto destruyó el edificio. La desgracia no fue mayor porque a la hora del atentado, ya no había tanta gente en la calle y en las viviendas, decenas de estudiantes universitarios aún no regresaban a sus domicilios. Las víctimas mortales eran de todas las edades.

La más joven tenía apenas dos añitos y la más anciana, setenta y ocho. Vanessa Quiroga Carvajal, que en aquel entonces tenía doce años, se convirtió en el símbolo de lo que la insania terrorista podía ocasionar a personas totalmente inocentes. Ella acompañaba a su madre, que vendía golosinas. La explosión le voló la pierna. Han pasado veinticinco años y asegura: “Aún tengo pesadillas”. Por eso, este juicio es emblemático. En 1998, seis senderistas fueron condenados por ser los autores materiales del atentado. Pero el que se dará a los cabecillas es diferente. Salvando distancias, puede equipararse a los juicios de Nuremberg contra la cúpula nazi. Los jóvenes condenados a treinta años fueron solo el instrumento. Esta élite de la muerte, encabezada por Guzmán, fue la que planeó esa industria de la devastación que significaron los coches bomba y los asesinatos selectivos. Por eso me da rabia la postura del abogado de los terroristas, Alfredo Crespo, quien asegura que ‘Guzmán no sabía nada’. Pero dijo más: ‘Creo que debería haber una amnistía general. Mis patrocinados y los militares que violaron los derechos humanos deben salir libres. Así habría una verdadera reconciliación nacional. Bastaba ver los ojos de Iparraguirre, Guzmán y la ‘Camarada Meche’ para ver que el odio sigue empozado y no tengo dudas de que volverían a hacer lo que ellos llaman ‘incendiar la pradera’.

Ellos no están arrepentidos. Son solo argucias para lograr la libertad. Acuérdense que Vladimiro Montesinos les dejó que tengan intimidad, que fumen sus cigarros, tomen su whisky y escuchen a Frank Sinatra, y Abimael se volvió un gatito. Así son los cobardes. Pero que no se haga el inocente. En una entrevista en el diario de Marka senderista, el genocida reconoció que había ordenado el ataque a Tarata. Ignoro si la víctima símbolo de ese atentado, Vanessa Quiroga, irá al juicio que se ha postergado hasta el 28 de febrero.

Creo que debería ir y plantarse frente a esos ‘viejitos’ asesinos y decirles en su cara: ‘¡Miren, yo estoy viva. No lograron matarme. Ustedes se podrirán en la cárcel hasta su muerte. El Perú sobrevivió a su maldad!’. Sin embargo, esa guerra que inició Sendero dejó más de setenta mil muertos, incluidos los veinticinco inocentes vecinos del edificio de Tarata. Abimael y su banda deberán también pagar por eso. Apago el televisor.

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