Este Búho siempre aprovecha cualquier coyuntura para sacarle algún provecho. Toda la semana se hablaba de Argentina, por el partido con nuestra selección, así que me dije, ¿por qué no volver a leer a uno de mis escritores favoritos? Y retorné a los extraordinarios cuentos de , del libro ‘Bestiario’ (1951), que marcaría un antes y un después en el género cuentístico latinoamericano. Cortázar nació en Ixelles, un pueblito al sur de Bruselas, el 26 de agosto de 1914, cuando el país había sido ocupado por el ejército alemán. Su padre era encargado de la oficina de comercio del consulado argentino. El escritor ironizaba sobre las circunstancias de su nacimiento. ‘Nací en Bruselas, como pudo producirse en Helsinki o en Guatemala, todo dependía de la función que le hubieran dado a mi padre en ese momento’. Contaba que de niño era un muchacho flaco y alto, que se dedicaba a leer todos los libros que acababa de leer su madre. ‘Era muy imaginativa y novelera. Leía lo que le llegaba a sus manos. Eso me permitió leer de todo’: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Julio Verne y sobre todo Edgar Allan Poe, con sus terroríficas historias, no lo dejaban dormir por las pesadillas que sufría. Tantas lecturas para un niño de nueve años alarmaron a su madre, que consultó el hábito de Julito con el director del colegio y un médico. Ambos concluyeron que debía dejar de leer cinco meses para dedicarse a jugar y tomar sol. A diferencia de otros escritores, no siguió la carrera de Derecho ni se dedicó a trabajar como periodista. Estudió para ser profesor y fue maestro de escuela en muchas provincias de su país, donde vivía en pensiones sencillas y escribía en su tiempo libre. Después pasó a ejercer la docencia de maestros en la Normal y estudió Filosofía, especializándose en tradiciones, mientras se ocupaba de leer y ver peleas de box, sobre todo las de su ídolo José María ‘El Mono’ Gatica, a quien dedicaría un cuento, ‘Torito’, en ‘El final del juego’ (1956). El joven profesor se dedicaba a escribir cuentos y poesía, que eran publicados en la revista ‘Los anales de Buenos Aires’, dirigida por Jorge Luis Borges, por quien profesaba una notoria admiración no solo a nivel de trabajo literario, sino por su oposición al Partido Justicialista de Juan Domingo Perón.

Publicó ‘Bestiario’ en 1951, ocho cuentos que lo hacen conocido, pero recibió un duro golpe cuando su segunda novela, ‘El examen’, fue rechazada por la poderosa Editorial Losada. Sin embargo, ese año de 1950 le cambiaría la vida. Acepta un trabajo como traductor de la Unesco en París. Viaja por Europa, vive la vida parisina con su novia Aurora Bernárdez, con quien se casa en 1953, y de allí saldrán sus célebres ‘Historias de cronopios y de famas’. En 1956 publica -a opinión de este columnista- su primer gran libro, que a la luz de décadas posteriores va a tener el sello inequívoco de Julio Cortázar, que lo incluiría entre los escritores latinoamericanos que revolucionarían nuestra literatura: ‘Final del juego’. Ese fue el primer libro que leí del ‘Cronopio mayor’. Aquel ajado librito amarillo lo devoraba en el solitario estadio de San Marcos. Estaba dividido en tres partes y allí se consignan varios cuentos de su legendaria producción, en la que siempre afloran sus recuerdos infantiles, como en ‘Continuidad de los parques’; sus lecturas de Poe, como en ‘La puerta condenada’; su afición al boxeo y al lenguaje popular, manifestados en ‘Torito’; además del género policíaco, evidenciado en ‘El móvil’ y, mi favorito, ‘La noche boca arriba’. En ese tiempo, este Búho estudiaba Historia de América Latina y sabía de la crueldad ejercida por algunas culturas mesoamericanas para desarrollar sus ritos religiosos. Pero ese relato de Cortázar me deslumbró. Un muchacho que sale a pasear con su moto y, por no atropellar a una chica, se estrella y acaba en el hospital. Allí sueña que está en una selva y es un guerrero moteca que huye de los cazadores de hombres aztecas, que buscan atraparlo para llevarlo a la pirámide del sacrificio. Luego vuelve a despertar en el hospital. Suspira de alivio, no quiere dormir y prefiere coquetear con la enfermera. Pero otra vez se desvanece y ahora huye por la selva sudando, huele a sangre. Cosa rara, uno nunca percibe olores en sueños. Es capturado. Quiere despertar. Lo logra, toma sopa, sonríe y se vuelve a dormir, pero ahora está en un cuarto oscuro. Unas manos lo llevan boca arriba. Escucha gritos, corazones salidos, ¡un sacerdote le arrancará el suyo! Recién se da cuenta de que la realidad es esa, será víctima del sacrificio. El sueño era que volaba en una mosca sobre una ciudad extraña con luces verdes y rojas. Era un moteca sacrificado por los aztecas. Alucinante. Apago el televisor.

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