Este abre sus ojazos ante una noticia que parece, tristemente, ser común en estos días. Pese a que tengo más de tres décadas ‘corriendo la cancha’ en este oficio, no deja de sorprenderme la forma cómo la violencia nos tiene acorralados.

La imagen de la televisión enfoca a un joven sicario venezolano, de solo 18 años, quien confiesa a los policías que lo contrataron por ‘mil soles’ para asesinar a una empresaria en Villa El Salvador. Lo narra como si estuviera contando que se fue al cine o a pasear al parque.

Estamos rodeados de psicópatas y asesinos que, sin ningún remordimiento, son capaces de disparar por la espalda a una mujer indefensa. Lo increíble del caso es que el criminal dijo que había utilizado un dron para hacerle seguimiento a su víctima.

Dos días antes, en el Callao, en plena avenida Sáenz Peña, la más céntrica del primer puerto, un pistolero baleó a dos mujeres. La policía investiga si los atacantes son prestamistas colombianos que extorsionan a las personas a las que les dan plata y luego las coaccionan para que les paguen más ‘intereses’. Nuestra sociedad está enferma.

Me hace recordar la época más terrible de Colombia, sacudida por los ataques de los narcos. Ingreso al ‘túnel del tiempo’. Diciembre del 2013. Viajé a Medellín, tierra de las chicas más hermosas de Sudamérica. Capital de la moda. Cuna del ilustre pintor y escultor Fernando Botero. Inspiración del cantante Juanes. Origen del aguardiente antioqueño, de la bandeja paisa. Entre tanta belleza, me costó creer que en esta urbe tan moderna y de pobladores amables haya fecundado una de las mentes más siniestras del último siglo, la del Pablo Escobar, el ‘Patrón’, como lo llamaban sus fieles sicarios.

Líder del sanguinario cártel de Medellín, que -entre sus miles de crímenes- asesinó al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, al candidato presidencial Luis Carlos Galán, al director del diario ‘El Espectador’, Guillermo Cano e hizo estallar un avión de Avianca en el que murieron 107 pasajeros. La guerra que inició Escobar contra el Estado dejó una cifra de 50 mil muertos, desde el año 84 al 93.

Además, le cambió la cara a Colombia, país que pasó de ser conocido como ‘la tierra del café’ a convertirse en ‘la tierra de la coca’. Mucho se ha escrito y producido sobre él: libros, revistas, series, películas. Dice la leyenda urbana que viajaba al Carnaval de Río de Janeiro con 2 millones de dólares para divertirse. ¡Total!, llegó a estar en la lista de los hombres más ricos del mundo, según la revista ‘Forbes’. Pero hoy está bajo tierra, sin más fortuna que su fama de criminal, como terminan siempre los de esa calaña.

Jhon Jairo Velásquez, ‘Popeye’, un sicario de su círculo más íntimo, no tiene reparos en decir que es un bandido y en describir a sangre fría cada uno de sus asesinatos, como aquella vez cuando tuvo que deshacerse de la mujer a quien más amó a pedido de su jefe. Al prontuariado ‘Popeye’ se le atribuyen 250 asesinatos y organizar la muerte de tres mil personas. Además, de ser cabeza de diversos atentados y secuestros por orden de su ‘Patrón’. ‘Popeye’ habla con elocuencia, con tanto desparpajo que sorprende. Advirtió hace unos años que Perú estaba a un paso de convertirse en la Colombia de Pablo Escobar, donde se traficaba, se asesinaba y secuestraba en complicidad con las autoridades. Espeluznante.

Apago el televisor.

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