No te pierdas el radar electoral del columnista más leído del país.
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Este hace tiempo que no se deja impresionar por series. Pero tuve la suerte de no saber en lo que me estaba metiendo cuando ingresé a mediados de abril a la plataforma streaming de Netflix, para observar una de las historias más alucinantes de los últimos tiempos y gracias a la casualidad.

Este columnista, que durante algún lustro de su vida se desempeñó como periodista policial, conocía los nombres de los asesinos en serie más famosos de la historia, como el siniestro Ted Bundy o el indescriptible Charles Manson, que algunos jóvenes desorientados admiran. No sabía que en las bucólicas playas de Asia, como Bombay o Bali, una serpiente se arrastraba entre las sombras con el nombre de Charles Sobhraj, en actuación magistral de Tahar Rahim. La serie se titula ‘La serpiente’ (The serpent) y narra la historia de un maldito y sanguinario asesino en serie y traficante de gemas, quien mató a jóvenes turistas en Asia a mediados de los setenta junto a su hermosa pareja canadiense Marie-Andrée Leclerc, oriunda de la ciudad de Quebec, a la que le puso el nombre de ‘Monique’ (la siempre bella Jenna Coleman). Ambos malhechores se dedican a robar los pasaportes de los jóvenes hippies que llegaban con la aureola del ‘peace and love’, y las ganas de adentrarse a experimentar más sobre la tradición budista.

En ese tiempo las identificaciones internacionales eran muy rudimentarias, los pasaportes de Europa y Estados Unidos eran fáciles de falsificar. Eso lo pude saber por medio de una entrevista con la doctora Roxana del Águila, jefa del Departamento de Migraciones del Perú. Me enseñó cómo operan los falsificadores y delincuentes internacionales, los hackers, y me dejó sorprendido con el aparato de prevención tecnológica que desde hace cuatro años implementan ante las migraciones y fechorías en el país.

La serie nos presenta, además, un escaneo profundo del personaje, un delincuente cerebral, que en cada cárcel donde cae encuentra la manera de escapar. Un hombre que no ama a nadie, ni a su esposa, ni a sus hijos, ni a su madre. Un maldito con todas las letras y que no vacila en quemar a dos idealistas turistas holandeses estando vivos. Por la desaparición de estos turistas, un segundón funcionario diplomático de Holanda se convierte en un James Bond.

Un policía implacable para descubrir la desaparición de estos dos muchachos. Increíblemente, lo que se encuentra es una montaña de cadáveres que Charles y su bella novia ‘Monique’ dejaron regados por toda Asia.

No quiero contarles el final. Es terrible. Pero increíblemente hay que pensar que por un sencillo pasaporte puede haber un criminal, y agradecer que en Perú hemos entrado a la era de los pasaportes biométricos, que no pueden ser falsificados.

Apago el televisor.

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