Las navidades de El Búho.
Las navidades de El Búho.

Este continúa con sus reflexiones navideñas. Para los chicos de inicios de los setentas, una decisión del gobierno militar del general Juan Velasco resultó traumática. En los grandes almacenes como Sears, Oechsle o Scala Gigante vendían los mejores juguetes importados. El juguete estrella era la pista de carreras con autitos a control remoto. Ese año ya le había pedido a Papá Noel mi pista de carreras y la esperé con ansias. Pero a la hora de abrir los regalos no estaba, sino un ‘Lego’ gigante con rueditas para armar carritos, tejados para armar casas y hasta con piezas con jardín, el único juguete importado que los ‘censores de juguetes’ dejaron pasar en la aduana. Increíble.

A pesar de que era el más caro de Oechsle e iba a fomentar mi creatividad, hice un berrinche que mi tío nunca olvidó y nuestra relación ya no fue la misma. Los niños a veces son crueles e insensibles. Pero algunos lustros después, cuando buenamente me recibió en su casa de Miami, lo invité a cenar arroz con pollo a un restaurante cubano -antes del boom de los restaurantes peruanos- y allí, con unas cervecitas encima, le pedí humildemente perdón por mi arrebato infantil, a lo que mi noble padrino me estrechó en un fuerte abrazo del oso del perdón. Esos años fueron del reinado de los juguetes de plástico de Basa, nada que ver con los sofisticados carritos, locomotoras con motorcito a pilas, importados. Los padres con capacidad económica adquirían los importados, porque se abrió un mercado negro del contrabando que hizo ricos a muchos militares.

Por eso botaron al ‘Tío Johnny’ de su inolvidable programa de Panamericana. Se presentó un concursante bien gordito y el ‘Tío’ soltó una broma que le costó ir a la guillotina: ‘Estás bien gordito, ¿eres hijo de militar?’. En ese tiempo, el gobierno había implementado un plan de racionamiento de carne (veda) y para comprar carne de vacuno se hacían unas colas inmensas en los mercados, mientras Caretas, la única revista independiente -aunque vapuleada por las clausuras temporales- había informado sobre la implementación en algunas instalaciones militares de bazares donde la oficialidad compraba carne de primera todo el tiempo y no había veda.

En la Navidad, las grandes corporaciones mundiales competían para lanzar spots a nivel global sobre las celebraciones. Mucho antes que las propagandas multirraciales de Benetton, era Coca Cola la que se llevaba las palmas: ‘Quisiera al mundo darle hogar y llenarlo de amor’, decían jóvenes y niños de todas las razas en un canto de amistad, después de que se había acabado la guerra de Vietnam. Sin embargo, seguían las guerras anticoloniales en África y Coca Cola también lo hacía con su segunda.

Una década después, en los ochentas, con la apertura del mercado chino ordenada por Deng Xiaoping, la multinacional de la gaseosa logró ingresar y ser la primera gran corporación norteamericana en llegar al apetecible mercado asiático, virgen y sediento de Coca Cola. Nunca sabré por qué la Navidad, como el Año Nuevo, se celebraba con juegos pirotécnicos, pero en esas épocas no habían los mortíferos ‘Gutis’ o ‘Mama ratas’. Solo las sartas de cohetes, cohetones y los peligrosos rascapies, que los intrépidos nos los poníamos entre nuestras manos cerradas y hacíamos ‘canchita’. Era un ritual doloroso, pues nos quemábamos las palmas de las manos, y ganaba el que soportaba más el dolor. Los rituales tribales infantiles que les llaman. La Misa de Gallo también era clásica, bien bañaditos y con ropa nueva a escuchar misa y fastidiar a las chicas. Así nomás a uno no lo dejaban salir hasta las nueve de la noche. Al día siguiente, en la tarde, nos íbamos al cine Mirones a ver alguna película navideña de Walt Disney.

Cuando una Navidad, en vez de ir al cine del barrio con mis amigos a ver otra de Walt Disney, me fui solo a ver ‘Jesucristo Superstar’ al cine Orrantia, que era de los mejores, en San Isidro, me di cuenta de que había dejado de ser niño.

Apago el televisor.


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