Este prometió continuar con su ‘selección’ de grandes escritores nacionales, en cuya obra literaria dejaron plasmada su pasión por el fútbol y, algunos, su amor desmedido por algún club. Con el buzo de técnico seleccioné al ‘crema’ Mario Vargas Llosa, Blanca Varela, Alonso Cueto, en el arco al ‘portero’ Carlos Germán Belli y al celeste Antonio Cisneros. Pero dejé injustamente en el banquillo a jugadores claves, a los que hoy hago saltar a la cancha. Se oye el rugir de las tribunas, como el último miércoles en el Nacional, por el histórico Perú vs. Nueva Zelanda.

JULIO RAMÓN RIBEYRO: Julio Ramón Ribeyro fue en sus tiempos infantiles y juveniles un afiebrado hincha de la ‘U’ y devoto admirador de ‘Lolo’ Fernández. Y tanta fue la admiración por el ‘Cañonero’ que su cuento futbolero ‘Atiguibas’ (Cuentos Completos, Alfaguara 1994) relata que ‘Lolo’ Fernández marcó cinco goles y que cada uno de ellos fue una obra de arte, un modelo de fuerza, técnica, coraje y oportunismo. Julio Ramón confesó que, de niño, junto a su hermano, iban al viejo estadio Nacional, con tribunas de madera, y siempre escuchaban, en algún momento del partido, una voz estentórea, borrachosa, que en medio del silencio por la situación se oía como un eco poderoso y penetrante: ‘¡Atiguibas!’. Después de ese grito llegaba la risotada y la calma en la bulliciosa popular. Aunque el gritón era un personaje ubicuo en distintas graderías, por años Julio y su hermano trataron de abordarlo para preguntarle qué significaba esa extraña pero popular palabra. Nunca pudieron saberlo. El sabroso cuento termina cuando Ribeyro, ya consagrado, encuentra a ‘¡Atiguibas!’, un anciano decrépito y mendigo en la iglesia de La Merced, en el Jirón de la Unión. El final es hilarante y también enigmático. Ni Ribeyro ni el lector llegan a saber el significado de semejante palabreja. Pero años más tarde, el biógrafo de Julio Ramón, Jorge Coaguila, en una de sus tantas entrevistas en su departamento barranquino, allá por el año 2000, se atrevió a preguntarle, con algo de temor, sobre esa palabra que también lo mantuvo intrigado por años. El recordado escritor le reveló con total naturalidad que significaba: ¡Hasta las huevas, pues!

ARTURO CORCUERA: Este columnista siempre se imaginaba, cuando veía con su blanca cabellera al emblemático poeta de la generación de los sesenta, Arturo Corcuera, como el personaje de su más recordado libro de poemas, ‘Noé Delirante’ (1963), su obra más emblemática. Pero desconocía que el vate, aunque haya vivido en Chaclacayo, tenía su gran corazón en La Victoria. Era blanco por fuera y negro por dentro, y a mucha honra, dicen que solía decir. Tal fue su fanatismo por la blanquiazul que sacó un libro ‘sui generis’ para un poeta. Este se titulaba ‘La gran jugada’, donde rinde un impresionante homenaje a sus ídolos, como el mítico Alejandro ‘Manguera’ Villanueva, el histórico ‘Mago’ Valdivieso. Pero sobre todo, el libro se deshace en reverencias al gran Teófilo ‘Nene’ Cubillas, que había regresado a jugar por Alianza, formando un equipazo con el ‘Cholo’ Sotil, Cueto, Velásquez y el ‘Tanque’ Guillermo La Rosa. Aquí se dio esa gran dialéctica. Se dice que el fútbol es poesía, sino que lo diga César Cueto. Pero con el referido libro, Corcuera convierte la poesía en fútbol.

JORGE SALAZAR: Cuando escribir de fútbol no estaba de moda ni otorgaba réditos literarios, el eximio periodista de crónicas policiales, notable novelista, sibarita y empedernido ‘Don Juan’, el recordadísimo Jorge Salazar, a quien llamaban ‘Coco’ o ‘El Negro’, lanzó su impresionante ‘La ópera de los fantasmas’ (1980). Esta novela, ganadora del premio ‘Casa de las Américas’, parte de un hecho monstruoso que carga la sociedad peruana. En un partido de fútbol para un cupo a las Olimpiadas de Tokio 1964, se enfrentaban las jóvenes selecciones de Perú y Argentina en el estadio Nacional. La esperanza de gol era ‘Kilo’ Lobatón, un morocho del estilo de ‘Balán’ Gonzales. Anotó un tanto en la valla de un chibolo Mario Agustín Cejas, la futura víctima de ‘Cachito’ en ‘La Bombonera’, en 1969. ‘Kilo’ marca el gol y el árbitro lo anula. Las tribunas se enervan y de la multitud sale un tipo marginal, un buscapleitos y borrachín, conocido como el ‘Negro Bomba’, que salta la ‘perrera’ y se mete a la cancha para agredir al árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazos. La policía le lanza perros, que muerden al borracho y encima, los efectivos lo muelen a palazos. Esto enardeció al público, que intentó también ingresar a la cancha. El comandante Jorge de Azambuja ordenó lanzar bombas lacrimógenas a las graderías. La gente aterrorizada intentó salir del estadio, pero las puertas estaban cerradas. Más de trescientas personas murieron el 24 de mayo de 1964. Apago el televisor.

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