De ‘Trilce’ se rescatan poemas tan descarnados, hondos y con una carga emocional que erizan la piel.
De ‘Trilce’ se rescatan poemas tan descarnados, hondos y con una carga emocional que erizan la piel.

Este Búho asiste a las celebraciones por los cien años del poemario ‘Trilce’, una de las máximas creaciones del vate peruano César Vallejo. Para esta fecha se han organizado conferencias, recitales y hasta la Biblioteca Nacional del Perú (sede San Borja) ha sacado de su bóveda y expuesto al público en general una primera edición de este hermoso libro, publicado por primera vez en 1922, en un tiraje de 200 ejemplares, autofinanciado y tras un periodo lúgubre del poeta, quien entonces sufría por la muerte de su madre y salía de prisión luego de más de cien días.

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La publicación de ‘Trilce’, segunda obra de Vallejo, significó su ruptura definitiva con los cánones literarios, quizá por eso se le conoce a su autor como el precursor del vanguardismo. En el prólogo de su poemario, su editor escribió: “El poeta ha hecho pedazos todos los alambritos convencionales mecánicos. Quiere encontrar otra técnica que le permita expresar con más veracidad y lealtad su estilo de la vida”.

Mis lectores saben que este columnista tiene a Vallejo entre sus escritores de cabecera y le he dedicado ríos de tinta, con la humilde intención de que su obra llegue a más y más peruanos. Y hasta viajé a su terruño para conocer su casa, las calles donde pasó su infancia y adolescencia, el lugar a donde siempre quiso volver, pero no pudo. Aquella inolvidable visita la realicé en 2017, junto al fotógrafo Kelvin ‘Charapa’ García. Entonces emprendimos la memorable aventura de visitar Santiago de Chuco (La Libertad).

Llegar no es un asunto fácil. Tomó un viaje de tres horas desde Trujillo, por una autopista serpenteante, custodiada por árboles de eucaliptos, ichu e inundada por una neblina espesa. Entonces, el pueblo se nos presentó como una comunidad andina típica, tradicional: casas de adobe y quincha, techos de tejas y algunas calles tan angostas que solo permitían el tránsito peatonal. Pero, en la entrada, una escultura da cuenta de la magnitud de su importancia en la región, la de César Vallejo, bajo un arco donde dice: ‘Capital de la poesía’.

Con ese anuncio, la perspectiva cambia. A medida que recorrimos el pueblo, fuimos descubriendo las calles ‘Paco Yunque’, ‘Los Heraldos Negros’, ‘Poemas Humanos’, ‘Tungsteno’ y ‘Trilce’. En cada esquina hay escrito un poema. Incluso, en el corazón del cementerio comunal existe una réplica exacta de la tumba del poeta, originalmente ubicada en Montparnasse, Francia.

Pero sin duda, el plato de fondo fue la visita que hicimos a la casa del poeta, que se ha convertido en un museo. Vallejo vivió allí hasta los 12 años, quizá la etapa más feliz de su vida. La vivienda fue construida con adobe y el techo aún conservaba algunas tejas de la época. Se sabe que el poeta nació en el seno de una familia pobre y numerosa. Fue el último de once hermanos. Ejerció trabajos tan disímiles como fundamentales para su pensamiento crítico, que luego se vio reflejado en su producción literaria. A los 18 años, por ejemplo, trabajó en la mina de Quiruvilca, donde presenció el salvajismo ejercido contra los indios.

Esa experiencia le sirvió para ambientar su libro ‘Tungsteno’, publicado en España en 1931. También fue preceptor en Cerro de Pasco, cajero en una azucarera, corresponsal de prensa y profesor en el colegio Guadalupe. Cuando perdió su puesto de maestro en el Guadalupe regresó a su pueblo natal, donde se festejaba la fiesta de Santiago. Aquella celebración, debido a una acalorada discusión política, terminó en un saqueo. Vallejo fue acusado de ser el autor intelectual. Fue capturado y encerrado en la cárcel de Trujillo. Allí pasó cuatro meses. Ese tiempo le sirvió para moldear un fajo de sonetos que llevó consigo y que se convirtió en su poemario ‘Trilce’.

Entonces nadie entendía la visión vanguardista del vate. Utilizó el lenguaje a su antojo, sin reglas, sin parámetros. Un horror para algunos críticos, que no dudaron en lapidarlo. Sin duda, el encierro definió el rumbo de su vida, pues lo impulsó a viajar a Europa en 1923. Se estableció en París, donde tuvo una vida austera, que bordeaba con la miseria, pero nunca faltó una botella de vino. Muchos biógrafos confirman que nunca fue un fatalista, un hombre gris, sino todo lo contrario. Era un hombre conversador, atento y galante con las chicas. Nada tímido, sino juguetón y sarcástico. Allá conoció a su mujer Georgette Philippart.

Su vasta producción en poesía, narrativa y ensayo se valoraron después de su muerte. ‘Los Heraldos negros’, ‘Poemas humanos’, ‘España, aparta de mí este cáliz’, entre otros, son títulos indispensables en la literatura nacional y mundial, y traspasaron la barrera del espacio, del idioma y del tiempo. En sus últimos años de vida, Vallejo tenía la intención de regresar a Perú, fundar una revista y volver a su querido Santiago de Chuco, pero la muerte lo sorprendió en París, un día de aguacero, el 15 de abril de 1938.

De ‘Trilce’, palabra que podría haber nacido de ‘triste’ y ‘dulce’, se rescatan poemas tan descarnados, hondos y con una carga emocional que erizan la piel. Y fue ‘Las personas mayores’ el que recitamos con mi fotógrafo en la casa del vate: “¿A qué hora volverán? / Da las seis el ciego Santiago, / y ya está muy oscuro. / Madre dijo que no demoraría. / Aguedita, Nativa, Miguel, / cuidado con ir por ahí, por donde / acaban de pasar gangueando sus memorias / dobladoras penas, / hacia el silencioso corral, y por donde / las gallinas que se están acostando todavía, / se han espantado tanto. / Mejor estemos aquí no más. / Madre dijo que no demoraría”. Apago el televisor.

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