'La Guerra del fin del mundo', na de las obras más logradas de Mario Vargas Llosa.  (GEC)
'La Guerra del fin del mundo', na de las obras más logradas de Mario Vargas Llosa. (GEC)

Este Búho se sorprendió gratamente cuando a la selección de Perú le tocó la sede de Salvador de Bahía para jugar los cuartos de final. Sin haber estado allí, esa ciudad me encandiló gracias a la lectura de una de las mejores novelas de nuestro premio nobel, Mario Vargas Llosa, ‘La guerra del fin del mundo’ (1981). Más relevante incluso que la celebrada ‘La fiesta del Chivo’. Nuestro novelista viajó a Recife, Brasil, y se sumergió en los archivos para documentarse sobre la sangrienta rebelión en los sectores de Canudos. Una rebelión mesiánica, liderada por un fanático religioso llamado El Consejero. Se basó en la estupenda novela de Euclides Da Cunha, ‘Os Sertões’ (‘Los sertones’).

Pero el libro de Vargas Llosa es extraordinario. Vuelve a emplear las técnicas literarias que utilizó en ‘La casa verde’ y que había dejado de lado en ‘Pantaleón y las visitadoras’, esas historias en paralelo, trastocando los tiempos. Sobre todo impacta por la descripción de los personajes: Antônio Conselheiro, un alucinado predicador que en los inicios de la República y finales del siglo XIX lideró un ejército de campesinos pobres y desarraigados del ‘sertão’ bahiano, toma haciendas de los terratenientes y declara la guerra al gobierno, que había depuesto al rey Pedro II. Para él, la República era el ‘anticristo reencarnado’.

En ese ejército de desarraigados también llegan a Canudos miles de hombres, como Galileo Gall, que cree ver en ese microuniverso de Canudos el germen de una sociedad igualitaria; el periodista miope, enviado por el periódico que termina encontrando allí el amor de Jurema; y feroces asesinos como Pajeú, convertidos en soldados de El Consejero; el siniestro político republicano Epaminondas Gonçalves; el ‘Beatito’ (Antônio), el ‘León de Natuba’ (Felício).

En esa épica historia está Bahía. Era como lo es hoy, una ciudad colorida y alegre, famosa por sus fiestas populares y carnavales. A esa ciudad llegó, a mediados de 1970, un Mario Vargas Llosa impresionado por la lectura del libro ‘Os Sertões’. Mario comenzó a escribir un guion para una película sobre el tema, que nunca se filmó. Entonces, decidió transformarla en una novela escrita por 1977 y terminada a finales de 1980. Vargas Llosa relata en su prólogo cómo concibió el libro. ‘Esta novela me hizo vivir una de las experiencias más ricas y exultantes. En bibliotecas de Londres y Washington, en polvorientos archivos de Río de Janeiro y Salvador, y en candentes recorridos por los sertones de Bahía’. Mario relata que un hijo ilustre de Bahía lo ayudó en sus trabajos de campo: Jorge Amado, el autor de ‘Doña Flor y sus dos maridos’, ‘Gabriela, clavo y canela’ o ‘Tieta de Agreste’.

Según Vargas Llosa, Amado era el hombre más famoso de Bahía. Y recordaba cómo en 1982 llegó a la ciudad por su cumpleaños: ‘Quedé maravillado que la gente de la calle lo celebró (...) Nunca imaginé que ese prestigio y ese cariño echaran raíces en todos los sectores sociales, empezando por los más pobres, que era improbable que hayan leído sus libros.

‘Vaya tierra original -pensé- donde los escritores son tan famosos como los futbolistas. Pero no eran los escritores, era Jorge Amado’. Y relataba que esas celebraciones comenzaron en el mercado, donde los vendedores de pescado, fruta, titiriteros, compradores y policías municipales se acercaban a felicitarlo, pero lo más impresionante era que el escritor sabía los nombres y apellidos de todos ellos. Finaliza nuestro escritor: ‘Si no fuera por Jorge Amado, que dedicó mucho tiempo y energía a darme consejos, recomendarme y presentarme a gente amiga, jamás hubiera podido recorrer el sertón bahiano y adentrarme por los vericuetos de Salvador’.

Vargas Llosa y Jorge Amado, dos plumas poderosas que abordaron el norte brasileño. La del peruano, trágica y sangrienta; la del bahiano, sabrosa, sensual y alegre como su gente, que recibió con los brazos abiertos a los bullangueros barristas peruanos. Apago el televisor.

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