Mario Vargas Llosa es el tercer escritor en recibir este galardón desde su creación en el 2017. (Foto: AFP)
Mario Vargas Llosa

Este Búho escucha con atención una entrevista en Canal N a nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Creo que lo que diga el escritor sobre el Perú siempre polariza y genera amores y odios. Reiteró, por ejemplo, que a sus 83 años nunca vio un Congreso tan mediocre y lleno de ‘pillos y semianalfabetos’ como el que el presidente Martín Vizcarra acaba de disolver. Pero bueno, fuera de los tormentosos caminos de la política, soy fiel seguidor de la obra del arequipeño.

Los jóvenes están en la obligación de leerlo, sobre todo ahora que acaba de sacar una nueva novela, ‘Tiempos recios’, una historia de conspiraciones políticas. La vida de Mario es como una película. Valientemente, contó sus desgarradores dramas familiares en ese libro exorcizante para él, titulado ‘El pez en el agua’ (1993). Narra que su padre odiaba a la familia arequipeña de su esposa y que ni bien quedó encinta, la obligó a llevar el embarazo no en su tierra, donde era atendida por su vasta familia, sino en Lima, donde solo contaba con la compañía de su cuñada y la convivencia doméstica era problemática.

Dora sufría porque no podía ver a sus padres y hermanos, pero el fiero y mandón marido debía viajar a La Paz. Al enterarse de que sus suegros iban a llegar a Lima para estar al lado de su hija, hizo algo siniestro, según cuenta Mario: “Como la cosa más natural del mundo dijo a su mujer: ‘Anda tú a tener el bebé a Arequipa, más bien’. Y arregló todo de manera que mi mamá no pudiera sospechar lo que tramaba”. Dora tenía cinco meses de gestación. El escritor continuó recordando: “Nunca más la llamó ni le escribió ni dio señales de vida hasta después de once años”.

“Lo peor de todo -le contó su mamá muchos años después- fueron las habladurías, lo que la gente inventó, los chismes, las mentiras, los rumores. ¡Tenía tanta vergüenza! No me atrevía a salir de la casa”. Mario evocó el día en que nació: “En el segundo piso del Boulevard Parra, donde vivían los abuelos, nací en la madrugada del 28 de marzo de 1936, después de un largo y doloroso alumbramiento. El abuelo envió telegrama a mi padre a través de la Panagra, anunciándole mi venida al mundo. No respondió ni tampoco a una carta que mi madre le escribió, contándole que me habían bautizado con el nombre de Mario”.

Solo un año pasó el bebé en Arequipa. Su abuelo consiguió la administración de una hacienda en Cochabamba, Bolivia, y allá enrumbó toda la familia Llosa Ureta y con Marito ‘de yapa’. Pero a los diez años debió despedirse de sus amigos del colegio La Salle. José Luis Bustamante y Rivero había ganado las elecciones presidenciales en Perú y convocaba a su primo hermano Pedro Llosa, el abuelo, para que sea su prefecto en Piura.

Así, a los diez años, Mario aterriza en esa ciudad norteña para cursar estudios en el colegio Salesiano. Allí se encontraría con un hombre que, literalmente, le cambiaría la vida. Ese encuentro daría vida al estremecedor primer capítulo de ‘El pez en el agua’. Y el título no podía ser más explícito: ‘Ese señor que era mi papá’.“-Tú ya lo sabes, por supuesto -dijo mi mamá, sin que le temblara la voz- ¿No es cierto?-¿Qué cosa?-Que tu papá no estaba muerto. ¿No es cierto?-Por supuesto. Por supuesto”.

Desde que tuvo uso de razón, sus abuelos le habían dicho que su padre había fallecido. Le dieron una foto donde estaba vestido con el uniforme blanco de Panagra y le mintieron contándole que era marino y que murió cumpliendo con su deber.

Pero su mamá, once años después, le decía que todo era mentira, eso traumaría a cualquier niño. ‘¿Mi papá, vivo? ¿Y dónde había estado el tiempo en que yo lo creí muerto?’. Dora y Ernesto Vargas allí mismo prácticamente ‘secuestraron’ al niño, al no avisar a sus abuelos. Su padre llegó en un auto y le dijeron que iban a tomar helados, pero tomaron otro rumbo, la Panamericana Sur rumbo a Lima. Allí vivió el pequeño Mario, a punta de golpes y humillaciones de un padre violento, agresivo y que culpaba a su madre y a la familia Llosa de haber convertido a su hijo en un ser debilucho y aniñado.

Incluso lo sacó del colegio religioso donde estudiaba para meterlo en el Colegio Militar Leoncio Prado, ‘para que se haga hombre’. Sin querer le hizo un gran favor. Le dio los insumos para que escribiera su primera obra maestra, ‘La ciudad y los perros’. Pero esa es otra historia. Se podrá estar de acuerdo o en contra de sus opiniones políticas, pero es el más universal de nuestros escritores, así que es imprescindible leerlo. Apago el televisor.

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