Este espera con entusiasmo la nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Lima. Voy siempre con la misma expectativa: encontrar alguna ‘joyita’ que pueda comentarle a ustedes, mis queridos lectores. Y de esas incursiones nocturnas y solitarias que suelo hacer, hallé ‘El olvido que seremos’, un libro conmovedor en donde el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince retrata a su padre, Héctor Abad Gómez, un médico que no solo se preocupó por curar las heridas físicas, sino también las heridas sociales de Colombia, un país que agonizaba por culpa del narcotráfico. Su lucha por una sociedad justa y sus constantes denuncias contra los paramilitares le costaron la vida. Lo abatieron a balazos en 1987.

El médico inició su cruzada desde la Universidad de Antioquía, donde dictaba la cátedra de Medicina Preventiva y Salud Pública.
Aconsejaba a sus alumnos a ‘embarrarse los zapatos’ porque la medicina no solo se aprendía en las aulas y laboratorios, “sino también en la calle, en los barrios, dándonos cuenta de por qué y de qué se enferman las personas”.

Especialista en Salud Pública, Héctor Abad Gómez realizó campañas sociales en su país junto a otros colegas filántropos. Enseñaban técnicas para crear tanques de agua, realizaban trabajos de alcantarillado, campañas de vacunación y clases de higiene. El médico creía que una sociedad justa era cuando todos gozaban de las mismas oportunidades. Por eso, cuando una mujer embarazada no tenía cómo alimentarse y vivía en condiciones insalubres, el niño que nacería no contaría con las mismas chances que otro cuya madre fue bien nutrida y cuidada.

Pero el relato del escritor no se concentra únicamente en la actividad política y social de su padre en una Colombia convulsionada, sino también en el vínculo que tuvo con él. Una relación más fuerte que la que se dio con su madre. “A esa enfermedad terrible de los niños que sienten la ausencia de sus padres, en mi ciudad, se le llama mamitis, pero yo en secreto le daba otro nombre, mucho más preciso para mí: papitis”, dice el autor.

Héctor Abad Gómez fue un padre amoroso, que nunca intervino en las decisiones de sus hijos por más alocadas que estas fueran, sino que los apoyó porque confiaba en ellos. Y confiaba porque sabía que les había dado una buena educación. Creía que mimar a los niños era el mejor sistema educativo, por eso decía que “si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz; si quieres que sea mejor, hazlo más feliz”.

Un día le avisaron al médico que estaba en una lista de personas a quienes asesinarían los paramilitares, entre los que también figuraba el cantante Carlos Vives. Lejos de asustarse, Abad Gómez dijo sentirse orgulloso de estar junto a personas importantes del país. Continuó denunciando, desde sus columnas, la violencia que aquejaba a Colombia.

La tarde del 25 de agosto de 1987 lo abalearon unos sicarios que llegaron en moto. “Entre mi hermana, mi cuñado, mi mamá y yo rodeamos el cadáver. Mi mamá le quita la argolla de matrimonio y yo saco los papeles de los bolsillos. Más tarde veré lo que son: una lista de amenazados de muerte y el epitafio de Borges copiado de su puño y letra, salpicado de sangre: ‘ya somos el olvido que seremos’”, narra el escritor.

En tiempos en que se escriben novelas sobre narcotraficantes y sicarios, casi como una moda, Héctor Abad hijo decidió ir al otro extremo, donde yacen las víctimas de estos criminales. Tuvieron que pasar más de 20 años para que el colombiano reconstruyera aquella etapa de su vida. Una etapa de felicidad, pero también de tristeza. En ‘El olvido que seremos’ hay una frase conmovedora que aquí reproduzco y con la que me he identificado plenamente: ‘Un día tuve que escoger entre Dios y mi padre, y escogí a mi papá’. Ojalá puedan buscarla. Apago el televisor.

 

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