Pablo Milanés vuelve con su música a Lima.
Pablo Milanés vuelve con su música a Lima.

Este Búho se pregunta ¿cuántos de mis lectores conocen al cantautor cubano Pablo Milanés? Desde que tengo uso de razón, nunca una radio peruana ha difundido alguna canción suya. Ni una sola de esas ‘joyitas’ románticas, descarnadas y apasionadas, desnudas de toda hipocresía y de toda falsa masculinidad, transparentes y de las que al escucharlas sientes como si te clavaran un alfiler en el corazón, en una suerte de ritual de magia negra o vudú. Para muestras: ‘Yolanda’, ‘El breve espacio en que no estás’, ‘Para vivir’, entre otras gemas de su romanticismo. 

Solo sonaron hasta el hartazgo en las radios peruanas, aunque solo en ritmo de salsa, dos clásicos: ‘De qué callada manera’, una musicalización sacada de los versos del inmenso poeta cubano Nicolás Guillén y que interpretó la Sonora Ponceña; y ‘Yo me quedo’, cantada por Tony Vega. Es increíble. El cubano, ignorado por la radio y la televisión del Perú, agotó las entradas para su concierto en el Gran Teatro de Lima, en San Borja, ¡¡y con un mes de anticipación!! Este columnista tuvo que recurrir a un revendedor para conseguir boletos. Escribiendo esta columna, escuchando sus temas en la noche, mientras veo dormir a mi hijita, necesariamente tengo que ingresar al túnel del tiempo: año 1984. 

Ciudad Universitaria de San Marcos. Eran épocas en las que me encontraba pobre de los bolsillos, pero millonario en sentimientos y amor. Mis amigos de la revista La Casona, mayores que yo, como la guapa Elena Velando, su compañero de toda la vida, Alfredo García, y Pepe Richi, nos reuníamos a planificar las ediciones escuchando la ‘Nueva trova cubana’. Los emblemáticos eran Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Elena tenía las últimas. Un familiar suyo había viajado a la Argentina después de la caída de la dictadura y le trajo el LP doble de Silvio y Pablo Milanés en el Estadio ‘Obras’. Dos discos históricos. Allí, en vivo, Silvio y Pablo compartieron escenario con artistas de la talla de Piero, Víctor Heredia, El Cuarteto Zupay, Antonio Tarragó Ros y César Isella, entre otros. Por esos tiempos adoraba las canciones pesimistas de Pablo: ‘La vida no vale nada, si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama’ (La vida no vale). Pero también escuchaba y discrepaba con temas que herían mi alma celosa: ‘La prefiero compartida antes que vaciar mi vida, no es perfecta mas se acerca a lo que yo simplemente soñé’ (El breve espacio en que no estás). 

Silvio era blanco, Pablo Milanés era negro. Silvio era flaco, Pablo, gordo. Silvio era soberbio, Pablo era un pan de Dios. Lo pude comprobar ‘in situ’ cuando trabajé como ayudante de escenario en ese extraordinario festival SICLA, que trajo a Lima a Silvio, Pablo, Irakere, Mercedes Sosa, Alberto Cortez, un Fito Páez chibolo, León Gieco, Juan Carlos Baglietto y otros más. Pablo era un caballero y muy sencillo. Allí cantó ese representativo tema ‘Yo pisaré las calles nuevamente’. Todavía estaba Pinochet en el poder y él cantaba: ‘Yo pisaré las calle nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentada/ y en una hermosa plaza liberada/ me detendré a llorar por los ausentes’. 

Un homenaje a Salvador Allende y los miles de muertos en ese sangriento golpe militar en Chile. Años después, en Santiago, lo vi cantando en el Estadio Nacional y los ojos se me humedecieron. Pasaron los años y mi gran amigo, el huaralino Teófilo Pariasca, el vendedor de diarios más cosmopolita en el Vivanda de Pardo, Miraflores, y fanático de Pablo Milanés, me hizo escuchar un tema que no lo conocía ni en mis tiempos de San Marcos, ‘Hoy la vi’, que trata sobre un ‘pata’ que se reecuentra, después de años, con el amor de su juventud y ve que ya todo es otra cosa, tan diferente y hasta quizá terrible: ‘Hoy la vi y tenía un rostro ajeno al que yo amaba, el que dan unos años de no ser feliz. 

Hoy la vi y recordé la historia de un pedazo de mi vida/ en que abrí la primavera bruta de mis años al amor. /Junto a ti, mi futuro de sueños llené, logré identificar tu belleza y el mundo al revés, nos miraban de muy buena fe, nada cruel existía, si yo te veía, reía después./ Desperté la mañana en que no pudo ser, no sin antes jurar que si no era contigo, jamás,/ que esta herida me habría de matar y heme aquí, qué destino, que ni el nombre tuyo pude recordar’. Estoy seguro de que esta noche en el concierto observaré a varias señoras y cantaré para mis adentros ¡Hoy la vi! Apago el televisor.

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