A este Búho ya le resulta difícil sorprenderse de algo que sucede en alguna cárcel del país. Pero lo que vimos en un reportaje de ‘Panorama’ ya linda con lo alucinante. Un peligroso narcotraficante ‘desapareció’ el último jueves. El domingo, el destutuido director del , coronel PNP Tomás Garay, salía en el reportaje mostrando cómo los presos habían transformado la cárcel en un hotel y club. Increíble, ¡¡las celdas no tenían rejas ni se abrían con llaves o electrónicamente bajo el control de los policías!! El director del penal tenía que tocar la puerta, ¡¡porque las llaves de las celdas las tenían los presos!! 

Las puertas eran de gruesa madera y con chapas de acero. Nadie podía ver lo que hacen los reos adentro. Pero la ‘fuga’ del narcotraficante Jorge Medina Gavilán terminó de guillotinar al coronel Garay, quien fue sacado. El informe periodístico reveló que en el penal, considerado como uno de los más peligrosos y hacinados de Latinoamérica, existen celdas que no tienen nada que envidiarle a un hotel cinco estrellas. Con televisores LED, frigobar, camas King Size, sillones Luis XIV, losetas, mármol, billares, Internet, para que los ‘angelitos’ se retraten en las redes sociales y se luzcan con la ‘batería’ de su barrio, donde se muestran tomando, drogándose, con mujeres y en fiestas internas. 

La cárcel es cualquier cosa y no un centro de readaptación social, como se denomina eufemísticamente. ¿Quiénes son los responsables de esta situación, que no viene de ahora sino de décadas? Cada cierto tiempo se hace la misma pregunta, pero nadie logra cambiar la situación. Remueven a los directores, al jefe del INPE y todo sigue igual. Los del INPE le echan la ‘pelota’ a la policía. “Nosotros somos administrativos, el penal lo controlan los policías”, aseguran. Los de la PNP se excusan, dicen que ‘con cuarenta efectivos no podemos controlar a más de nueve mil reclusos’. Este penal está totalmente hacinado, pues solo debería albergar a tres mil internos.

A este columnista se le viene a la memoria la gran frase del recordado capellán de Lurigancho, el cura Hubert Lanssiers. Él decía: “El grado de desarrollo y civilización de un país se refleja en la clase de sistema carcelario que tiene”. El Penal de Lurigancho es como la sociedad peruana, desigual, injusta, los que tienen plata viven a cuerpo de rey, hacen gimnasio, juegan fulbito, se preparan cebiche con pescadito fresco, cervezas, mandan a comprar chifa, arroz con pollo a los restaurantes. Se cortan el pelo a la moda en una barbería moderna que existe en el pabellón siete, el de los ‘narcos’. Pero en la ‘pampa’, los ‘desechables’ se matan por las sobras que botan los ‘de peso’. 

Son presos que no tienen pabellón, cama, ni familia que los visite. Mendigan la paila. Por eso suceden, cada cierto tiempo, terribles motines, donde los avezados y resentidos delincuentes se vengan de los presos poderosos. Como sucedió el 27 de marzo de 1984, en el desaparecido penal ‘El Sexto’. Los temibles Luis García Mendoza, ‘Pilatos’, y Eduardo Centenaro, ‘Lalo’, durante el desayuno tomaron 12 rehenes entre el personal civil y presos que tenían una celda de lujo en la zona de prevención. Allí estaba recluido Guillermo Cárdenas Dávila, ‘Mosca loca’, con su guardaespaldas, un exrepublicano, y tenía como ‘huéspedes’ a otro narco, cuñado de Carlos Lamberg, Eduardo Núñez Baraybar, y el ideólogo de Sendero Luminoso, el ingeniero Antonio Díaz Martínez. ‘Mosca loca’ había acumulado una cuantiosa fortuna, y tuvo la osadía de ofrecer ‘pagar la deuda externa’ si lo dejaban seguir exportando cocaína. 

Tenía televisor a color en la celda y ‘Pilatos’ veía cómo filmaban el motín en vivo y directo. Sacaron carteles exigiendo un carro blindado. “¡Somos calle!”, gritaban y le hablaban a las cámaras. “Estaban excitados. Quemaron a un empleado con querosene y a otro lo balearon, todo ante las cámaras, para ‘presionar’. Luego comenzaron a buscarle ‘mote’ a Guillermo”, contó Núñez Baraybar, quien sobrevivió, junto a Díaz Martínez. “A mi compadre ‘Mosca loca’ lo degollaron cuando empezaron a ingresar los republicanos. A mí me reconocieron y salí ileso”, añadió Díaz Martínez, quien en la confusión salió caminando entre las bombas lacrimógenas y llegó al colegio ‘Guadalupe’. Allí un policía lo reconoció y lo apresó. Moriría años más tarde, en un motín de los senderistas en el Penal de Lurigancho, durante el primer gobierno de Alan García. En el motín de ‘El Sexto’ murieron 22 personas y se decidió clausurar este tenebroso penal, al que el gran José María Arguedas le dedicó una célebre novela. Apago el televisor.

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