El Búho recuerda el incendio de Mesa Redonda de 2001
El Búho recuerda el incendio de Mesa Redonda de 2001

Este Búho resaltaba la labor de los periodistas de prensa escrita, radial y televisiva que, en su misión de mantener informada a la población, también se enfrentan al peligro letal de un virus silencioso, traicionero y hasta mortal como el coronavirus. Creo que es importante valorar la esencia del periodismo, que aunque este tipo de epidemias nos obligen a mantenernos en aislamiento, la vanguardia de la prensa siempre estará en primera fila, en la calle, para contar la verdad.

Ayer me quedé corto en las dramáticas historias que me tocó vivir en más de treinta años en este oficio. Una de las que más me estremeció fue el incendio de Mesa Redonda. El 29 de diciembre del 2001, a las siete y quince de la noche, a una hora en que ya no cabía un alfiler en las galerías ni en sus calles. La mayoría de compradores ya no buscaba ropa ni juguetes, las bodegas rebalsaban de toneladas de juegos pirotécnicos, muchos de los cuales estaban prohibidos en algunos países por su alta peligrosidad. Pero, precisamente, esos artefactos letales eran los más pedidos por los minoristas, que se llevaban las cajas a los mercados del Callao, Surquillo, San Juan de Lurigancho, Comas, Chorrillos, Lince, Jesús María o el mismo Cercado.

Ante tanta demanda, los vendedores no dudaban en mostrar y encender la mercadería a los extasiados compradores. Además, los dueños de los pirotécnicos tenían un ejército de hombres, mujeres, adolescentes y hasta niños, a quienes les entregaban la mercadería a consignación y trataban como ambulantes en las pistas de los jirones Cusco y Andahuaylas. Justo allí, uno de estos vendedores prendió un poderoso artefacto que se estrelló en la ruma de explosivos de un ambulante vecino y estos salieron disparados en distintas direcciones. Uno de ellos ingresó a una galería y en el interior se produjo reacción en cadena, no solo de pólvora, sino también de material inflamable acumulado en las tiendas, como en plástico.

Especialistas calcularon que mil toneladas de pirotécnicos se almacenaban en las galerías de manera informal y clandestina. Este columnista tomó un taxi y llegó a las nueve de la noche. Ya estaba en el lugar José Caja, ‘Cajita’, el fotógrafo de Trome, pues vivía a una cuadra, en la avenida Abancay. ‘Cajita’ estaba desencajado. Había hecho fotos que nunca iban a ser publicadas por su terrible crudeza. Cuerpos calcinados como estatuas plomizas, petrificadas, de padres y amdres cobijando a sus hijitos. Así murieron familias enteras, pues muchos padres llevaban a sus hijos menores, arriesgándolos y exponiéndolos a una posible tragedia.

Si el incendio, sobre todo el humo, mató de asfixia a decenas de personas atrapadas en las galerías, los transeúntes y ambulantes que intentaban salir por el jirón Cusco sintieron un terrible estallido, como una bomba. Había explotado un transformador de energía eléctrica ubicado en la mencionada vía, pues no resistió la 'temperatura solar' de mil 200 grados centígrados. Todos los taxistas que se quedaron con sus pasajeros estacionados esperando que pase la estampida murieron achicharrados y sus autos quedaron calcinados, al igual que los infortunados peatones. Fue tan alta la temperatura que los reportes oficiales arrojaron la cifra de 279 personas fallecidas, pero por denuncias de familiares se estima que docientas más murieron calcinadas a tal punto que no se pudieron recoger sus cuerpos carbonizados.

Luego, este Búho tuvo la penosa tarea de llegar, en la noche, a la movida ‘Huerta Perdida’ y lo que vio fue algo irrepetible. En casi todas las casas estaban velando a alguna persona muerta en el incendio, pero no había cajón ni cuerpo, solo velaban sus ropas. Todos eran abulantes que se ‘cachueleaban’ por las fiestas de fin de año. En alguna casa había hasta tres velorios. Recuerdo que durante varios días no pude conciliar el sueño. Apago el televisor.

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