Este Búho se sopló todo el mensaje presidencial y me pareció una gran lección de cinismo. y cuyo hombre de confianza en Palacio lo señala de encabezar una red de corrupción a todo nivel, se presentó ayer sin mostrar ninguna autocrítica.

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Menos aún presentar su renuncia o llamar a nuevas elecciones como es el clamor popular. Razón tuvo la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, de poner como pretexto el coronavirus para no escuchar ni saludar a un farsante.

Tuvo su merecido al no poder concluir su mensaje y ser despedido con gritos de ¡fuera corrupto! Francamente, nos malogró las Fiestas Patrias. Decidido a salir pasear con mis hijos, me sorprendió el pedido de mi hija adolescente de que le comprara otro smartphone, ‘más moderno’.

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Me puse a pensar cómo han cambiado los tiempos en todos los aspectos de nuestra vida, donde el smartphone se ha convertido en un brazo más de una persona. Es indispensable. Estas épocas de globalización y de tecnologías de punta eran solo ficción de nuestras series de televisión favoritas.

En mi niñez, solo los privilegiados tenían un teléfono en la casa y en la TV en blanco y negro veíamos a Maxwell Smart, el recordado ‘Super agente 86′, hablando con un teléfono adicionado a su zapato, el inolvidable ‘zapatófono’, que lo sacaba de apuros.

El pionero del celular de hoy. Ahora, el antaño teléfono de casa, aquel que todos se lo disputaban y al que algunos padres ponían candado para que el hijo no hablara horas con las enamoraditas, está lleno de telarañas por el desuso.

EL RECUERDO DE LOS CIRCOS

En mis tiempos infantiles en la Unidad Vecinal Mirones, Fiestas Patrias eran sinónimo de circo. Fuimos afortunados de ver los mejores en el Coliseo Amauta que estaba a cuatro cuadras. Recuerdo que nos ‘zampábamos’ al inolvidable Circo ‘Holiday on Ice’, de patinaje sobre hielo, y observábamos a las bellísmas bailarinas en patines, en diminutas tanguitas que hacían que los padres de las primeras filas se relamieran los labios y disfrutaran más que sus retoños.

Recuerdo también los circos que instalaban sus carpas en la avenida Alfonso Ugarte, en la plaza Grau. Todos llegaban con sus atracciones, los leones, tigres, elefantes amaestrados. Nosotros queríamos ser tan valientes como el domador. Luego sabríamos la verdad, que esas pobres fieras estaban mal alimentadas, pasaban horas en jaulas diminutas que les producían artrosis y ni colmillos tenían, por eso eran más inofensivas que un gatito casero y, más bien, el abusivo era el domador que las agarraba a latigazos.

Felizmente eso ya no existe con los pobres animales. También había circos para los bolsillos más ‘sufriditos’, donde las estrellas eran los perros futbolistas, monos equilibristas y los infaltables payasos que en ese tiempo hacían reír y no como ahora, por obra y gracia de la terrorífica pelicula ‘It’ -donde hay un demoníaco payaso asesino- que algunos niños se asustan con estos artistas.

Lo que no ha cambiado es el desayuno patriota con chicharrones, relleno y camote. Eso sí, se hablaba muy poco de política en la mesa, porque sencillamente vivíamos en una dictadura militar. No había libertad de prensa, todos los diarios estaban confiscados. Nadie desnudaba las corruptelas de los militares.

Nos hacían creer que vivíamos en un ‘mundo maravilloso’, con el general como gran ‘guía de la revolución’. ‘¡Chino, contigo hasta la muerte!’, reseñaban los periódicos más sobones. En cambio ahora, los diarios destacan el estiercolero de coimas cometidas por Pedro, ‘el inepto inquilino de Palacio’.

Y todavía durante su mensaje a la nación Castillo tuvo el cuajo de ‘cuadrar’ a la prensa porque se encarga de divulgar uno a uno sus delitos. Hoy no habrá Parada Militar, como las de antes, porque el presidente sería blanco de una lluvia de huevos y pifias. Cuando pienso en la Parada Militar, me acuerdo de mi ‘viejito’ Julio.

No tenía mucho tiempo para pasarla con sus hijos porque trabajaba en su horario y horas extras para darnos una buena alimentación y educación. Pero en Fiestas Patrias se reivindicaba, ya que era supervisor de una fábrica textil enclavada en plena avenida Brasil y nos llevaba allí, donde el dueño judío levantaba una pequeña tribunita para los gerentes y empleados con sus familias.

Creo que, más que por ser buena gente, lo hacía para quedar bien con el ministro de Trabajo que era ‘milico’. El asunto es que desde allí, algo lejos de la tribuna oficial por Fiestas Patrias, pero cómodamente instalados, veíamos el paso del imponente armamento militar que Velasco le había comprado a los rusos, como los aviones Sukhoi y las ametralladoras antiaéreas Kalashnikov.

Me acuerdo que el dueño de la fábrica le decía a mi papá: “Esto no es nada, el ‘Chino’ (Velasco) tiene muchísimo más armamento escondido en La Joya (base militar subterránea de la Fuerza Aérea, en Arequipa), que se cuiden los chilenos que nos vamos hasta Tarapaca”. Era un secreto a voces que, después que Pinochet le dio el golpe militar a su amigo Salvador Allendes, Velasco tenía planes de recuperar Arica. Pero bueno, esa ya es otra historia. Apago el televisor.

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