La Crónica, La Catedral y el perro Baduque son elementos esenciales que se desarrollan en 'Conversación en La Catedral' y que se tratarán en 'Tras la ruta de Zavalita' (AP/Félix Nakamura/Difusión).
La Crónica, La Catedral y el perro Baduque son elementos esenciales que se desarrollan en 'Conversación en La Catedral' y que se tratarán en 'Tras la ruta de Zavalita' (AP/Félix Nakamura/Difusión).

Este Búho asiste a un Día del Periodista diferente debido a la pandemia. Los saludos entre colegas se harán por Zoom. Pero me gustaría celebrar este día compartiendo las obras de dos escritores: Mario Vargas Llosa y Jaime Bayly, quienes chiquillos ingresaron a trabajar como reporteros en alucinantes salas de redacción y contaron sus experiencias en novelas.

CONVERSACIONES CON ‘ZAVALITA’: Nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa tiene que prenderle velitas al periodismo. Su novela más emblemática, ‘Conversación en La Catedral’ (1969), tiene como protagonista a su ‘alter ego’, ‘Zavalita’, quien, como él, trabajó como periodista, estudió en San Marcos y perteneció a la célula comunista ‘Cahuide’. En ‘El pez en el agua’, su libro de memorias, el escritor reveló detalles sorprendentes de su fugaz paso como practicante de policiales y su relación con el entonces joven periodista Carlos Ney Barrionuevo, ‘Carlitos’ en la novela. Además de ser inseparable de ‘Zavalita’, Carlitos es bohemio y un verdadero apasionado de la literatura. A principios de la década de los cincuenta, un imberbe Vargas Llosa, de solo quince años, recién acabado el cuarto año de secundaria, entró a La Crónica en los tres meses de vacaciones. Allí conoció a Ney, un periodista joven y talentoso diez años mayor que él. Desde el principio congeniaron, porque ambos eran los más jóvenes de la redacción y compartían el amor por la literatura.

"Carlos Ney Barrionuevo fue mi director literario en esos meses (...). Mi educación literaria debe a Carlitos Ney más que a todos mis profesores de colegio y que a la mayoría de los que tuve en la universidad. Gracias a él conocí algunos de los libros y autores que marcarían con fuego mi juventud...', escribió Vargas Llosa muchos años después, como homenaje al amigo entrañable, en ‘El pez en el agua’. Ney era un periodista culto, talentoso y con sensibilidad, que escribía poesía. Luego de los cierres de edición en las madrugadas, Ney y Vargas Llosa se iban a algún burdel o a barcitos de mala muerte a conversar siempre de libros interesantes, de autores. Uno de esos antros para pobres que acostumbraban visitar era el llamado bar ‘La Catedral’, cerca de la plaza Unión, donde se centraría su mítica novela.

Allí, sentados ante una mesita y entre tragos y borrachos, Carlos, con hartas cervezas encima, vencía su timidez, y leía sus poemas a ese chibolo flaco, alto y de dientes grandes que lo oía absorto. “Escribía poemas difíciles de entender, de extrañas palabras, que yo escuchaba intrigado, pues me exponían un mundo totalmente inédito, el de la poesía moderna. Él me descubrió la existencia de Martín Adán...”, recordaría Vargas Llosa de aquellos momentos que lo marcaron. Cuando tenían algún dinero extra caían por el ‘Negro Negro’, una boîte chic ubicada en un sótano de los portales de la plaza San Martín, donde había funciones de teatro, recitales y música francesa, donde se juntaban con otros periodistas y personajes ‘pichicateros’, confesaría el propio escritor.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE BAYLY: Jaime, contando sus experiencias en el desaparecido diario del jirón de la Unión, plasmó su novela más lograda: ‘Los últimos días de La Prensa’ (1996). Nunca estuvo más hilarante, salvajemente corrosivo y pendenciero, al retratar el mundo de un periódico. Un chiquillo de quince años, Diego Balbi, ‘alter ego’ de Bayly, llega para convivir con una ‘troupe’ de periodistas e intelectuales viejos, orates, alcohólicos y fascistas ultraviolentos. Diego Balbi hace grupo con una pléyade de jóvenes estudiantes universitarios, capitaneados por Federico Larrañaga, quien era hijo del director, en la última etapa del periódico, que tuvo tiempos gloriosos. Balbi cae a trabajar con el jefe de editoriales, un abogado locuaz y erudito, Enrique Botto (¿Chirinos Soto?).

Este personaje lo introduce a la cultura, pero sobre todo a la cotidianidad de las bebidas espirituosas en los mullidos sillones del Club Nacional. El bisoño periodista retrata un cuadro de desenfreno total en esos ‘últimos días’ del periódico: grandes ‘turcas’ en insomnes noches de bohemia y puterío con la plata de la caja chica del diario. Diego Balbi sostiene con convicción que esa redacción, como todo periódico, ‘se asemejaba a un manicomio o un burdel’. Y en ‘La Prensa’ descubre un mundo extraño, donde desfilan tantos personajes como en un circo. Misteriosas damas medio brujas y medio hechiceras, que viven en casonas ruinosas con decenas de gatos; beodos cultísimos; anticomunistas asesinos; redactores putañeros, borrachos o drogos. Un alucinante testimonio de redacciones periodísticas que ya nunca volverán. Apago el televisor.

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