Mis lectores saben muy bien que tengo entre mis escritores de cabecera al inimitable Truman Capote (Nueva Orleans 1924-Los Ángeles 1984). Autor de la ‘biblia’ del género no ficción, ‘A sangre fría’, la entrañable ‘Desayuno en Tiffany’s’ o su ‘joyita’ de arquitectura literaria llamada ‘Música para camaleones’. Truman formó parte de esa generación brillante de escritores norteamericanos junto a Norman Mailer, J.D. Salinger, Gore Vidal, entre otros, quienes lo aborrecían pero en el fondo lo admiraban.

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Odiaban su sobreexposición, sus presentaciones en ‘talk shows’ escandalosos con su vocecita afeminada, pero detrás de ese disfraz de bufón de sus amigas millonarias, estaba un tremendo escritor. El documental ‘The Capote Tapes’ (2021) dura algo más de hora y media y tuvo la ambiciosa aspiración de ser el ‘documental definitivo’ sobre el escritor sureño. Pero resultaba imposible condensar en ese tiempo un personaje tan rico y complejo y estoy seguro de que, desde el Olimpo de las letras, el menudo escritor estaría requintando a Ebs Burnough -director del documental- y exigiría que lo menos que se merecía era una miniserie de varias temporadas.

Lo cierto es que ‘The Capote Tapes’ nos ayuda, como mínimo, a conocer otras etapas de un personaje sin igual. El documental se centra en el impacto que causó entre sus amigas millonarias su explosiva novela inacabada ‘Plegarias atendidas’. Truman convenció a su editorial que le adelantara un platal por su próxima novela, la que describía como ‘la novela del siglo’, que sería, según sus propias palabras, un equivalente de ‘En busca del tiempo perdido’ del francés Marcel Proust.

Pero pasaban los años y el escritor no publicaba nada. Ante las exigencias y amenazas de juicio, Capote publicó tres capítulos como adelanto en la revista ‘Esquire’, entre 1975 y 1976 (como libro se publicarían en 1986, dos años después en forma póstuma). Pero el último, ‘La Cote Basque’, causó el efecto de una bomba de relojería porque fue considerado como la venganza de Capote contra la alta sociedad neoyorquina que tanto frecuentó.

Fue salvajemente cruel con sus escritos sobre ellos, que dolieron más que cualquier cuchicheo porque quedaron fundidos en papel para siempre. ¿Qué obligó a Truman a zaherir, contar chismes infames y dolorosos de sus bellas ‘cisnes’, como había bautizado a damas millonarias y sofisticadas que lo engreían, como las socialités Gloria Vanderbilt, Peggy Guggenheim, Lauren Bacall, Ann Woodward, Tennessee Williams, Jacqueline Kennedy Onassis, su hermana Lee Radzwill, Carol Matthau, entre otras.

El Búho: “Un chisme que se cuenta en ‘La Cote Basque’ es cuando el ‘alter ego’ de Truman”

El escritor nunca imaginó el efecto que tuvieron sus escritos sobre sus amigas. No calibró que los millonarios hicieron espíritu de cuerpo y quienes lo invitaban a vivir una vida de ensueño en castillos, villas y yates por todo el mundo, de la noche a la mañana, lo convirtieron en un apestado. Capote acusó el golpe.

Todos sus ‘amigos’ del jet-set se sintieron traicionados por el hecho de que el escritor revelara sus ‘trapos sucios’, le retiraron la palabra, le cerraron las puertas de sus casas y eventos e hirieron de muerte su carrera literaria. Ya nunca más fue el mismo. Solo y abandonado, se refugió en Los Ángeles en la casa de la exesposa del animador Johnny Carson, sumido en la adicción a los barbitúricos, cocaína y alcohol, falleciendo en 1984.

Un chisme que se cuenta en ‘La Cote Basque’ es cuando el ‘alter ego’ de Truman datea que la dama de sociedad Ann Woodward asesinó a su marido y lo hizo pasar como ‘un accidente’. Tanta conmoción causó ese relato que la mujer se suicidó tomando whisky con cianuro. Truman había cruzado la línea. Otro chisme destilado por Capote decía que un empresario, casado con una mujer esplendorosa y bella, se acostaba con la esposa católica y fea del gobernador.

La relación es contada en son de burla hasta en los detalles más íntimos. Al ser publicada, todo Nueva York explosionó porque los personajes quedaron plenamente identificados y una de sus ‘cisnes’ era la esposa engañada por el empresario, Babe Paley, amiga íntima del escritor, quien lo adoptó y lo introdujo al mundo de los ricos y famosos. Todavía sin imaginar lo que se le venía. Apago el televisor.

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