(Agencias/ Archivo histórico GEC)
(Agencias/ Archivo histórico GEC)

Este Búho saluda a mi Lima de todas las sangres por su 486 aniversario. Y qué mejor que hacerlo presentando obras de dos extraordinarios escritores, como Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro, cuyas temáticas están ambientadas en espacios de nuestra gran capital. Dos caras de una misma moneda en una urbe de mil rostros y millones de historias.

LOS CACHORROS (MARIO VARGAS LLOSA, 1967): Mario Vargas Llosa nació en Arequipa y vivió su infancia en Cochabamba y Piura, pero al salir del colegio ‘Leoncio Prado’ se fue a vivir a la casa de sus abuelos maternos en Miraflores y se declaró hijo adoptivo del distrito.

Cuando se casó con la ‘tía Julia’ pasó a la famosa ‘Quinta de los duendes’, en la calle Porta. ‘Los cachorros’ es una historia que se circunscribe a la recreación de un grupo trivial de adolescentes del colegio religioso Champagnat y su microsociedad barrial miraflorina, abordados con sorprendentes técnicas narrativas que ya nos habían dejado boquiabiertos en ‘La casa verde’.

Por otro lado, nos muestra con lupa el enrevesado universo psicológico de la adolescencia y, principalmente, de su protagonista, ‘Pichula’ Cuéllar. Tomó el argumento de una pequeña noticia en un periódico popular.

Era una nota macabra y no parecía que pudiera servir para una obra literaria. En los extramuros de Lima, un perro chusco había mordido a un niño en su miembro viril y se lo había tragado. El autor estudió en un colegio de curas salesianos, en La Salle, en el barrio de Breña; Cuéllar también estudia en uno católico.

Mario recrea brillantemente un mundo propio y ajeno. Así empieza la novela que se anuncia con una técnica innovadora: ‘Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al colegio Champagnat...’.

La obra es exclusivamente limeña, aunque circunscrita al espacio juvenil de un distrito. El colegio de monjas La Reparación, el club Terrazas, la emblemática playa La Herradura, el snack ‘Tip Top’. El fútbol en el mítico Estadio Nacional, el club Universitario de Deportes y su ídolo de finales de los cincuentas -época en que se ambienta la historia-, Alberto ‘Toto’ Terry, son algunos de los tópicos limeñísimos que aborda el relato. Han pasado más de cincuenta años de su publicación y, si bien Lima ha cambiado, hay lugares y situaciones que parecen eternos.

LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS (JULIO RAMÓN RIBEYRO, 1955): Resulta innegable que gran parte de las historias escritas por el maestro tienen como punto central la antigua Lima. El ‘flaco’ nació en 1929, en el jirón Montero Rosas, en Lince. Luego, de niño, se mudaría con su familia a Miraflores y estudiaría en el colegio ‘Champagnat’.

Confesó que de chibolo le gustaba mucho caminar por Miraflores y se deslumbraba con la huaca Pucllana, que hoy alberga un restaurante. Julio Ramón contaba que la veía misteriosa y enigmática, tanto así que al anochecer él y sus amigos huían despavoridos por el tenebroso aspecto que mostraba.

Se marcha a París, donde escribe su primera gran obra: ‘Los gallinazos sin plumas’. La otra cara del distrito de Miraflores y de toda la Lima de aquella época, los corralones que se enclavaban en los acantilados de la costa limeña.

Allí donde seres harapientos, sin trabajo, ni casa, sobrevivían recolectando basura. En la obra, el viejo ‘Santos’ explota a sus nietos, los niños Efraín y Enrique, a los que convierte en ‘gallinazos sin plumas’ para recolectar la basura que el camión municipal arroja en los despeñaderos.

Esa basura servirá para alimentar a ‘Pascual’, el cerdo engreído del viejo, al que piensa engordar al máximo para venderlo al mejor postor. El inicio de la novela nos muestra una Lima que se fue: ‘... Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como en una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas...’. Apago el televisor.

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