Herauld
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Este Búho se regocija cuando se revalora la poesía. Y lo escribo en referencia al caso de Javier Heraud (Lima 1942 - Puerto Maldonado 1963) pues este año ha sido homenajeado con un notable documental de Jorge Corcuera, ‘El viaje de Javier Heraud’, y con el filme ‘La pasión de Javier’, del director Eduardo Guillot, con Stefano Tosso en el papel del poeta. Se trata de dos proyectos totalmente distintos y asombra que, después de 56 años, su figura se mantenga vigente, sobre todo porque Javier fue un poeta fugaz, pues murió abruptamente con tan solo veintiún años, al ser acribillado por la policía en medio del río de Puerto Maldonado, hasta donde había llegado con un grupo de jóvenes pretendiendo iniciar un foco insurreccional al estilo de las guerrillas de Fidel Castro.

¿Qué hizo que un joven egresado del exclusivo colegio Markham, estudiante de la Universidad Católica y luego de San Marcos, además de haber sido galardonado con el premio ‘El poeta joven del Perú’ a los 18 años, haya elegido dejar los libros por el rifle? Porque la poesía nunca la abandonaría, pues en aquellas noches de cielo estrellado selvático, seguramente seguiría escribiendo a su amada Adela Tarnawiecki, su único amor.

Muchos se sorprenden de que a los 18 años, en su poema ‘El río’, tuviera una visión premonitoria de su violento final: ‘Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas,/ voy bajando por las rocas duras,/ por el sendero dibujado por el viento./ Hay árboles a mi alrededor/ sombreados por la lluvia./ Yo soy un río, bajo cada vez/ más furiosamente, más violentamente...’.

Vivió sus veintiún años con intensidad, ya se había trazado un objetivo en la vida, ser poeta y revolucionario; tenía un amor y dos libros publicados: ‘El río’ (1960) y ‘El viaje’ (1961), con el que ganaría, junto a César Calvo, el primer lugar otorgado por la revista ‘Cuadernos de poesía’ de Trujillo. Inclusive, había llegado en 1961 a París. Allí se encontró con un escritor que asombraría al mundo literario con una tremenda novela: ‘La ciudad y los perros’, Mario Vargas Llosa.

Pocos saben que el joven Mario, en ese tiempo, trabajaba en la sección hispana de la Radiodiffusion-Télévision Française en Paris y no desaprovechó la oportunidad para entrevistarlo en ‘Ciudad Luz’. Y le preguntó: “¿Cómo situaría usted su poesía dentro de esas tendencias poéticas peruanas? *Bueno, en realidad es un poco difícil. No me sitúo yo, en fin, lo que veo es que tengo una intención en la poesía. Yo me preocupo actualmente por hacer una poesía narrativa, una poesía descriptiva, clara, que se enriquezca con muchas cosas, con la música, con el cine, pero que no deje de ser poesía clara, poesía que pueda ser leída por todos. -¿Cuáles son los autores que más han influenciado en usted, o mejor dicho, cuáles son los autores que más ha frecuentado? *Debo anotar ante todo poetas como Vallejo, Neruda, entre los españoles preferentemente Antonio Machado, García Lorca y Miguel Hernández. En poesía inglesa, mucho admiro a Dylan Thomas”.

El vate estaba de camino a Moscú para participar en el Festival Internacional de la Juventud, pero al año siguiente sellaría su destino. Viajó a La Habana para estudiar en la Escuela de Cine, pero en realidad se integró a una escuela de guerrilleros junto con otros compatriotas, como el poeta Rodolfo Hinostroza, Héctor Béjar, Alaín Elías y Jorge Salazar. De aquel cortísimo entrenamiento militar en La Habana, lo relató Hinostroza en Caretas, donde afirmó socarronamente que Javier sufría mucho en las caminatas debido a su elevada estatura, por lo que tropezaba con frecuencia. Estas revelaciones afectaron a su familia y aclararon al deslenguado escritor.

Del grupo, solo Salazar y Rodolfo no se integrarían a la guerrilla, el resto ingresó clandestinamente al Perú, después de pasar por Brasil y Bolivia. Heraud estaba desaparecido, pero muchos ya imaginaban la misión en la que estaba embarcado. A numerosos estudiantes de San Marcos, Católica y la UNI parecía que la tierra se los hubiera tragado, pero aparecieron en el pueblito de Puerto Maldonado. En realidad no llegaron a conformar la columna guerrillera. El grupo de ‘blanquiñosos’ no pasó desapercibido para la recelosa población y alertaron a la Guardia Republicana.

Cuando los policías los intervinieron en el bar del Hotel Chávez, uno de los jóvenes disparó, matando a un guardia. Huyeron en una canoa por el río. La madrugada del 15 de mayo, los policías y civiles acribillaron la canoa de los fugitivos. Cuando intervinieron la embarcación, Elías estaba herido y Heraud muerto. Así murió Javier, un joven que amaba la vida y quien escribiera versos como este: ‘Por mi ventana nace el sol casi todas las mañanas/ Y en mi cara, en mis manos, en el dulce clamor de la luz pura/ abro mis ojos entre la noche muerta, entre la tierna esperanza de quedar vivo un día más’ (‘Mi casa’). Apago el televisor.

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