El Búho escribe sobre 'Bohemian Rhapsody', la película sobre  Freddie Mercury.
Freddie Mercury

Este está pendiente de la situación de Keiko Fujimori. Veo el panorama político muy complicado, demasiado polarizado. Ya expuse lo que pienso sobre la prisión preventiva. Keiko está pagando sus propios errores políticos, pese a que su padre ahora le pida perdón por haberla metido en la política. Pero ya es tarde. Su situación se puede agravar durante el juicio penal con la aparición de más testigos que la involucren en lavado de dinero sucio. Lo que me preocupa es la sensación de que el gobierno está manejando las cosas con ‘piloto automático’. Necesitamos crecer económicamente, generar más empleo. Esa es la tarea pendiente del presidente Martín Vizcarra.

Dejo un rato la coyuntura y me llama la atención la película ‘Bohemian Rhapsody’, que narra el meteórico ascenso de la banda liderada por el gran vocalista y líder de uno de los grupos de rock más emblemáticos de la historia.

Mercury murió prematuramente a los 45 años, producto de una bronconeumonía complicada, porque padecía el temible virus del Sida. Queen dejó un legado inolvidable. Discos monumentales como ‘A Night at the Opera’ (1975), donde se combinan ritmos tan variados como el metal, country, progresivo, sinfónico: ‘Bohemian Rhapsody’ y ‘You’re My Best Friend’ eran temas que escuchaba una y otra vez en el 78, en mi radiola FTA.

A partir de allí, hacía lo que sea para comprar discos del grupo. Me privaba de ir al estadio y al cine. Justamente, por el año 1979, vi en un programa del mediodía un video del concierto de Queen, el primero en Sudamérica, en el estadio de Morumbí, en Sao Paulo. Doscientas mil personas abarrotaron el recinto futbolero. Allí vi por primera vez a Mercury con su pelucaza, medio maquillado, con una malla pegadita.

Cantaba al piano ‘Somebody to Love’ y hacía cantar y bailar a miles. En los 80 se reinventaron con su LP ‘The Game’. Freddie se puso traje de cuero y cantaba ‘Cosita loca llamada amor’ (‘Crazy Little Thing Called Love’), nos enternecía con ‘Play The Game’, una balada que escuchaba ‘caleta’ en San Marcos en mi walkman.

Pero había sospechas y se hablaba de que el cantante era gay. Sus bailecitos, sus disfraces, sus cierres de shows desfilando como la verdadera reina de Inglaterra. El bigotón y musculoso Mercury negaba tajantemente su orientación y, cuando después de los monumentales conciertos de Queen en el Live Aid los periódicos publicaron rumores de que padecía una grave enfermedad, el cantante lo negó todo.

Sin embargo, sus compañeros May, Deacon y Taylor sabían que Freddie no solo era un gay ‘solapa’. Paul Prenter, un amigo y mánager del grupo, un verdadero ‘pachanga’, por unos miles de dólares traicionó al cantante y dio una ‘exclusiva’ al diario ‘The Sun’ en 1987: “Freddie está cercado por el sida. Han muerto dos de sus amantes por esa enfermedad. Él está aterrado. Tony Bastin (mensajero) y John Murphy fueron sus amantes y Freddie desconocía que ambos tuvieron otras parejas que murieron de sida”. Pero luego prosiguió con su traición: “En los nueve años que he trabajado con el grupo, jamás he visto a Mercury con una mujer (...) durante las giras solía pasar la noche con un hombre diferente, nunca dormía en los mismos lugares que el resto de la banda. Se iba y frecuentaba clubs gays y nunca se acostaba antes de las 6 o 7 de la mañana”.

Sus amigos verdaderos le aconsejaban que reconociera su enfermedad para organizar una verdadera cruzada contra un mal que aún no era asimilado en su real peligro, pese al caso de Rock Hudson. Mercury se negó de plano. Por eso, muchos piensan que él no autorizó el comunicado que se hizo público el 22 de noviembre de 1991, leído por su mánager Jim Beach, que decía: “Es mi deseo confirmar que padezco de sida. Era correcto mantener esta información en privado (...) para proteger la privacidad de los que me rodean. Sin embargo, ha llegado la hora de que mis seguidores sepan la verdad y espero que todos se unan a mí y a mis médicos para combatir esta terrible enfermedad”.

Murió dos días después. Era tan celoso de su vida privada que pidió que no se hiciera público dónde reposan sus cenizas. Literalmente, se llevó su misterio a la tumba. Apago el televisor.

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