Luis Jochamowitz
Vladimiro Montesinos

Este Búho volvió a leer ‘Vladimiro: Vida y tiempo de un corruptor’, del periodista de investigación Luis Jochamowitz. Un libro publicado por El Comercio en el 2001, considerado un ‘clásico’ y al reeditarse este año, fue uno de los más vendidos de la Feria del Libro. El autor, redactor principal de la revista Caretas de la época dorada de Enrique Zileri, fue el primero en develar de manera global esa vida escondida, oscura o, en el mejor de los casos, reconstruida del siniestro asesor y el verdadero ‘poder detrás del trono’ del gobierno de Fujimori: Vladimiro Montesinos Torres.

Una historia y una biografía, como bien advierte el periodista al lector, ‘llena de mentiras’. Eso hizo el ‘Doc’ de su vida y aquí le sacan sus trapitos sucios celosamente guardados o sepultados, solo al año de aterrizar en prisión. Como villano, Vladi le ganó por goleada a Harvey Dent, ‘Dos Caras’, de Batman, porque el arequipeño tuvo mil caras; una de ellas, la que conocemos por este trabajo escrito con elegante, filosa y punzante pluma.

Después de este libro, han salido otros sobre este monstruoso personaje, pero ninguno sacó a la superficie tan nítidamente su verdadera faz.

EL MIRÓN: En los círculos de la Sociedad Psicoanalítica se comentó hace algún tiempo el caso de una joven y bella mujer descubierta por su esposo ejerciendo la prostitución de alto nivel. Ella acudía cada seis meses a una cita en el SIN. Montesinos y otros cuatro hombres la observaban de cerca hacer el amor con un quinto hombre, provisto de un órgano sexual muy grande. Ella dijo haber visto que, en algún momento, ‘Vladimiro llevaba su mano hacia la pierna de otro hombre’. Esta mención se suma a otras sobre su supuesta tendencia homosexual, como la del narcotraficante Demetrio Chávez Peñaherrera, ‘Vaticano’.

También se consigna otra perlita: ‘Un miembro de su custodia recordó su costumbre de colocar a cuatro o cinco hombres de su seguridad de espaldas a la piscina de playa Arica, mientras él y Jackie retozaban y hacían el amor. Vigilarlos con un ojo desde el agua, con la secreta esperanza de que alguno volteara y cruzara la mirada con él, parecía ser parte del placer’.

EL DEFENSOR DE NARCOS: En 1978, un poderoso narcotraficante colombiano es capturado en el Callao. Evaristo Porras Ardila era uno de los capos del incipiente cártel de Medellín. Para su mala suerte, estaba sin fondos de contingencia en una ciudad extraña. Enterado de su caso, “...Montesinos corrió el riesgo y asumió el compromiso, tenía otros recursos que ofrecer. Lo primero fue un traslado del detenido al hospital ‘por razones de salud’; luego, un soborno en masa a custodios y enfermeros de guardia.

Una noche, muy tarde, Porras salió del hospital del Callao en el automóvil de Vladimiro rumbo al Aeroclub de Collique...”. En la puerta de la nave, con el motor encendido, el narco se despidió con un abrazo y con la promesa de que pronto se volverían a encontrar. Tiempo después, recibió una invitación de Porras para encontrarse en Roma. “Lo recibió como un viejo amigo, le llenó los bolsillos de dinero en efectivo y le propuso que se paseara por Europa durante un mes. A su vuelta a Roma, lo estaría esperando. Cumplió escrupulosamente y Montesinos recibió por primera vez una suma de dinero que podía contarse por centenares de miles de dólares”.

EL HIJO LACRA: El padre de Montesinos, ‘Pancho’, era la oveja negra de una familia arequipeña honorable y acaudalada y, entrada la vejez, vivía en Lima pasando estrecheces en una quinta del Centro de Lima con sus dos hijas menores, mientras Vladi se daba la gran vida. Su progenitor, alcohólico y resentido con todo el mundo, trabajaba como recaudador de deudas para una empresa.

Pero un trágico episodio, protagonizado por su hijo Vladi, terminaría por empujarlo a quitarse la vida. El futuro ‘Doc’ atropelló y mató a una persona y, desesperado, recurrió a ‘Pancho’. El padre no dudó en ayudarlo con sus ‘contactos’ de antiguo tinterillo, logró desaparecer las evidencias policiales y arregló con la familia del muerto por una buena suma de dinero, del cual su hijo puso una parte y él otra, cogiendo dinero ajeno de sus cobranzas.

Según el periodista, el papá, que aún no había cumplido los sesenta años, quiso recuperar su plata apostándolo todo a un caballo en Monterrico. Al perder, no le quedó otra que suicidarse. Pancho estaba no habido y su hijo lo fue a buscar al bar Queirolo. Sus amigos le dijeron que, ebrio, se había estado ‘despidiendo’ y le dieron la dirección de un cuartucho en Barrios Altos, donde se refugiaba a beber solo.

Jochamowitz consigna una actitud brutal y siniestra de Montesinos ante la muerte de su viejo: “...Francisco Loayza, quien asegura haberlo acompañado hasta la habitación del suicidio, recuerda la pregunta que Montesinos le hizo señalando el cadáver tendido: ‘¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?’. Pero luego, en la morgue, el ‘Doc’ llegó justo cuando le estaban haciendo la autopsia de ley... y se encontró súbitamente ante la disección del cadáver (...) Tiempo después, Vladimiro le comentó a una tía suya: ‘Cuando vi las entrañas de mi padre, me juré que jamás sería pobre...’”. Me quedé corto. Apago el televisor.

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