Este escribe esta columna acongojado al enterarme de que el submarino argentino ‘ARA San Juan’, perdido en el mar del Atlántico desde el 15 de noviembre, habría explotado, sus 44 tripulantes fallecieron e incluso se han perdido las esperanzas de hallar sus cuerpos. El mundo estuvo en vilo y pendiente de la frenética búsqueda del submarino en aguas profundas. Una tarea titánica y contra el tiempo, a la que se unieron navíos de distintos países. Este columnista, de niño, soñaba con ser tripulante de un submarino, desde que vio aquella entrañable serie de TV ‘Viaje al fondo del mar’, que se transmitía todas las semanas y que mantenía en ascuas a grandes y chicos frente a la tremenda pantalla del televisor Andrea en blanco y negro. Tan popular fue la serie que una famosa editorial sacó un álbum de figuritas y todos los infantes pugnábamos por llenarlo y jugábamos ‘bolitas’ con figuritas como premio. Los niños de ayer éramos pura figurita, bolas y trompo, a lo que hoy los chibolos son PC, Dota o ‘Face’.

Confieso que con ‘Viaje al fondo del mar’ me inicié en el fanatismo de las series de TV. Y ello se debe a un señor pionero llamado Irwin Allen. Fue el creador de cuatro de las más grandes producciones televisivas. La ya mencionada (1964-1968), la entrañable ‘Perdidos en el espacio’ (1965-1968), la notable ‘El túnel del tiempo’ (1966-1967) y la fantástica ‘Tierra de gigantes’ (1967-1970). Demás está decir que le debo mucho a estas series porque ampliaron mis horizontes. Aprendí historia con ‘El túnel de tiempo’; astronomía, humanidad y también de lealtad, amor, traición y cobardía con ‘Perdidos en el espacio’; zoología y botánica con ‘Tierra de gigantes’ y sobre las profundidades del mar, sus secretos y las relaciones humanas, con ‘Viaje al fondo del mar’. Nunca estuve de acuerdo con que tildaran a la televisión como la ‘caja boba’, ¡si yo aprendí en ella más de lo que me podían enseñar en la escuela! Pero volviendo al recordado programa de televisión ambientado en un submarino, la serie pegó porque en la memoria de todos estaban las proezas de los submarinos en la Segunda Guerra Mundial.

El mundo consideraba a esos hombres anónimos, seres de otro tipo, que superaron la claustrofobia, la presión y se embarcaron en épicos combates donde el que perdía encontraba irremediablemente la muerte. Nadie se salvaba si torpedeaban a un submarino, cosa que sí sucedía con los barcos, donde se contaban sobrevivientes. Pero Irwin Allen primero diseñó un submarino futurista, como una mantarraya, el ‘Seaview’, y quien mandaba en él era el almirante Harriman ‘Harry’ Nelson (Richard Basehart), cuya homonimia con el legendario vicealmirante británico Horatio Nelson, el héroe de la batalla de Trafalgar entre la Armada británica y las flotas francesa y española, no es casualidad. Lo secundaba el recordado capitán Lee Crane (David Hedison), su brazo derecho, un hombre leal y que agregaba el lado humano con la tripulación frente al duro almirante, siempre hablando solo de ‘cumplir con el deber’. Junto con ellos trabajaba un grupo de subalternos entrañables que hasta ahora recuerdo: Curly Jones, Kowalski, el teniente Chip Morton o Francis Sharkey. Para diferenciarse de las películas de submarinos de la ya pasada Segunda Guerra Mundial, impera en la trama la ‘Guerra Fría’ y la latente amenaza de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética comunista.

Recordemos la crisis de los misiles entre EE.UU. y la URSS por Cuba. Por esto, el pretexto del viaje experimental de este adelantado submarino es explorar las profundidades buscando una escapatoria a una posible destrucción de la vida humana, pero a medida que avanzaban los capítulos, estos se hacían más terrenales, como por ejemplo, el sofocamiento de un motín, el hallazgo de una ciudad debajo del mar y un terrible peligro que los acecha en ‘el fantasma de Moby Dick’. La presencia de un monstruo marino en ‘La criatura’, la aparición de una rata en ‘El traidor’ y de otra más gorda y peluda en el capítulo ‘El saboteador’. Éramos niños, pero esa serie nos daba hasta lecciones de vida, pues nos enseñó desde infantes a despreciar a los traidores y desleales. Un programa inolvidable que se puede ver por YouTube. Apago el televisor. 

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