Osmán Morote: Abimael Guzmán feliz por arresto domiciliario dictado al ex número 2 de Sendero Luminoso
Osmán Morote: Abimael Guzmán feliz por arresto domiciliario dictado al ex número 2 de Sendero Luminoso

Este ve los rostros ajados, surcados por arrugas, encorvados, como un grupo de inofensivos ancianos del asilo. Pero las apariencias engañan. Basta mirar a los ojos de Abimael Guzmán, el tristemente célebre ‘Camarada Gonzalo’ o los de su esposa, Elena Iparraguirre, esa abuela que bien puede equipararse a la norteamericana ‘Ma’ Barker, la líder de una banda de asesinos y ladrones integrada por sus hijos. En sus ojos se ven el odio y la muerte. También la temible ‘Camarada Meche’, Osmán Morote, Edmundo Cox y Margot Liendo, entre otros.

Esta es la llamada , y solo fue posible identificarlos para su posterior captura, gracias al video incautado en una residencia de Monterrico. Por un tiempo fue el chalet de Abimael. Allí se reunió el Comité Central para acordar el VI Plan Subversivo, denominado ‘La conquista del poder’, que significaba trasladar todas las demenciales acciones que realizaban en Ayacucho y otras ciudades de la sierra a Lima.

En 1990 se allanó esa residencia y se descubrió el video donde los miembros de dicho grupo, ebrios de alcohol, lujuria asesina y desenfreno sexual, bailaban la danza de la película ‘Zorba el griego’. Se vio por primera vez a Abimael gordo y cachetón dando los pasos que hicieran famoso a Anthony Quinn. Ese año de 1992 fue sangriento. Entre enero y julio se habían detonado 37 coches-bomba en la capital, con el saldo de cincuenta muertos. Pero el que ocurrió en la calle Tarata, el 16 de julio de 1992, fue el más sangriento y el más devastador: 25 muertos, 5 desaparecidos y 155 heridos. Los senderistas habían lanzado contra un edificio, donde vivían familias miraflorinas de clase media, un automóvil con 400 kilos de dinamita mezclada con anfo. El impacto destruyó el edificio. La desgracia no fue mayor porque a la hora del atentado, ya no había tanta gente en la calle y en las viviendas, decenas de estudiantes universitarios aún no regresaban a sus domicilios. Las víctimas mortales eran de todas las edades.

La más joven tenía apenas dos añitos y la más anciana, setenta y ocho. Vanessa Quiroga Carvajal, que en aquel entonces tenía cinco años, se convirtió en el símbolo de lo que la insania terrorista podía ocasionar a personas totalmente inocentes. Ella acompañaba a su madre, que vendía golosinas. La explosión le voló la pierna. Han pasado 26 años y asegura: ‘Aún tengo pesadillas’.

Este Búho estaba en San Marcos y vio cómo los senderistas, que a mediados de los ochenta habían abandonado la universidad, llegaban con fuerza y se organizaban para desfilar de noche, encapuchados y con antorchas, previo a los apagones en todo el campus. Gritaban ¡¡Salvo el poder todo es ilusión, conquistar los cielos con la fuerza del fusil!!, entonaban con voz gutural un himno maoísta de los tiempos de la asesina ‘Revolución cultural’, en China. ¿Qué hubiese pasado si los implacables policías del GEIN no capturaban al ‘Cachetón’ Abimael y Elena Iparraguirre? ¿Cuántos Taratas más se hubieran producido?

Porque Abimael, escondido en Lima, era como una rata acorralada y desesperada y se sentía cercado. Iba a utilizar a sus militantes kamikazes para, incluso, cometer atentados suicidas. Nunca imaginó el ‘Cachetón’ que Benedicto Jiménez, Marco Miyashiro y los policías héroes, después de dos meses del atentado de Tarata, iban a capturarlos. Bien merecida la cadena perpetua. Apago el televisor.

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